(Ital el JDRHM) La Era de la Acogida
LA
ERA DE LA ACOGIDA.
Una vez
en Ital, los N´arcan no tardaron en tener que hacer frente a su
obligación para con los frutos de los sueños que Arcan les había
confiado. Los hechos de aquella Era fueron confiados por siglos a la
tradición oral conservada por los bardos de uno de los Amos de las
Artes, Dalemir, el escriba de Heimad, el Ojo de Arcan.
Según
esta tradición, fueron los elfos, los primeros en percibir la
llegada de los N´arcan, pues, sus espíritus, más fuertes que los
de los hombres, fueron lo que atrajo a sus hermanos mayores a Ital.
No obstante, los N´arcan no fueron directamente al
encuentro de sus hermanos mayores, en vez de eso, en un primer
momento se limitaron a sentir bullir la vida a su alrededor y a dar
gracias a Arcan por confiarles el bienestar de aquello que había
creado.
Sin embargo, algunos sentían que les faltaba algo, de
suerte, que comenzaron a viajar a través de aquel mundo nuevo,
fascinante y lleno de vida. Igualmente, los elfos, habiendo sentido
su presencia en Ital, salieron por diversos caminos en busca de los
recién llegados, abandonando su hasta entonces hogar ancestral, la
Isla de los Espíritus, Anquei.
Así, fue Silvara, la Señora de los Bosques, la
primera en encontrar a los elfos de la familia de los Yarath, a
quienes enseño a amar y respetar la vida vegetal que siente pero
que no habla, después de lo cual, marchó en busca de sus hermanos
para contarles que había encontrado a los hijos menores de Arcan.
Pero antes de llegar junto a sus iguales, se encontró con el Señor
del Agua, Istol, quien había encontrado a los elfos hoy llamados
Martari, a quienes había enseñado el arte de la navegación, y con
Eilis, la Señora de la Danza, Aloth, la Señora de la Pasión, y
Veniarión, Señor del Sigilo, quienes habían encontrado y portado
sus dones de arte y valor a la familia élfica de los Ithran, que
daría origen a los pacíficos Osrhan y a los sanguinarios
Ithilithan. Y grande fue su sorpresa al encontrar junto
a sus hermanos a otros miembros de familias élficas que ellos
desconocían, eran éstos los Diantari y los Caídos, cuyo nombre
hoy se ha intentado olvidar.
Entre tanto, en la corte de los N´arcan estaban ausentes
Icaria, la Señora del Aire, y Hercar, el Señor de la Roca. Nadie
sabía en que lugar del Tapiz se encontraban. Icaria no tardo en
aparecer, acompañada de su pueblo electo, los alados Iscarni. Más
de Hercar no se sabía nada, y Loviathar, la más veloz de los
N´arcan, fue mandada en su busca.
Pero era inútil que buscase sobre los cielos o sobre
la la faz de Ital, por que el Maestro de Todos los Oficios, no se
encontraba allí, refugiado en las entrañas de Ital, estaba
sacrificando tiempo y poder en la mayor y más perfecta de sus
obras.
Fue así como creó a los enanos, cuando los elfos ya
poblaban Ital, y fue allí donde lo encontró Torcanor, el Señor
del Fuego, quien, contemplando la labor de su hermano, le advirtió
de la llegada de los elfos, y le advirtió de que no aprobaba
aquello que estaba haciendo, de manera, que su elemento sería
enemigo de sus criaturas y destruiría sus obras, aunque él nunca
se alzaría contra su hermano directamente.
Abandonando a sus recién concebidos hijos en las salas
de su palacio subterráneo, Hercar se encaminó con Torcanor al
encuentro de sus iguales. Pero su viaje se vio ralentizado por un
suceso que marcaría para siempre la historia del joven mundo.
En la oscuridad del Vacío, junto a las constelaciones
de los N´arcan, dos nuevos puntos luminosos brillaban con una
sanguinolenta intensidad, mientras seguían una trayectoria
imprevisible. Al mismo tiempo, se encontraron con dos Yarath,
discípulos de Silvara, portadores de negras noticias, como negro
era el humo que salía de sus saqueados poblados.
Otros dos N´arcan habían llegado a Ital,
Moruk y Goruk, y con ellos sus hijos, del todo diferentes a los
pacíficos Yarath, seres monstruosos, grandes como árboles
centenarios los unos, chaparros como arbustos los otros, unos con la
piel verde como las praderas, otros con la piel gris como la roca,
pero todos con un fuego destructor en sus rojizos ojos, los Yarath
los llamaban Guorz
por su gutural modo de expresar sus primitivos sentimientos.
Sin ninguna oposición a lo expuesto, pasó a hablar el
erudito enano Khaxiar de Thyrrión, cuyos conocimientos alcanzaban a
la Khazagoher, la sagrada historia de las arcanas runas enanas
incisas sobre le Templo de Hercar por sus antepasados en la misma
era en que ocurrieron los hechos de la Era del Caos Primigenio.
Comentarios
Publicar un comentario