(Ital el JDRHM) Criaturas y Leyendas 6: Vasallos de Morskul, parte octava.

    Hola de nuevo.

    Veo que seguís con ganas de más. Bien, me alegro. Estoy pensando en montar toda esta aventura como otra novela corta al estilo de "La Amenaza bajo Esgembrer" y "La Batalla de los Marjales". Si me animo, incluiré en ella el relato "Perdición de Héroes" en donde Marduk pasa de ser el capitán del Delfín a serlo de la Garra.

    Pero vamos a ello.


"Para su sorpresa, la galería central se iba estrechando a cada paso que daban. Al cabo de un trecho, tuvieron que recurrir otra vez a las antorchas, cuya luz se agitaba en respuesta a erráticas corrientes de aire. Si bizarras y extravagantes eran ya de por sí las tallas que jalonaban su avance, las cambiantes sombras que arrojaban bajo aquella iluminación resultaban todavía más fantásticas y sobrecogedoras. 

Estaban preguntándose cuánto más podía adentrarse aquella construcción en el cono del volcán, cuando desembocaron en una sala abovedada y profusamente decorada, ni un resquicio de piedra desnuda tenían a la vista. En su centro los esperaba una escalera de caracol esculpida en roca viva. Zejel se asomó, siempre precavido, un resplandor rojizo brillaba al fondo de ella. Vaharadas de amarillento vapor ascendían de lo profundo. El olor a azufre y sulfuro tenía allí su origen. No había lugar a dudas. Habían llegado al sancta sanctorum de aquél impío lugar. 

El rasaoliano resopló indeciso, el trabajo ante él parecía hecho de una pieza, sin espacio para trampas, ni para mecanismos, pero podía haber otro tipo de protecciones. Iba a expresar sus temores, cuando la forma azulada de Smenkhar se adelantó a la comitiva y comenzó el definitivo descenso al abismo.

La bajada se prolongó lo suficiente para poblar de temores las mentes de los aventureros. Pudiera ser que la resolución de alguno de ellos flaquease. No lo dudo. Pero todos ellos se reafirmaron en su propósito. Su autoestima les obligaba a no abandonar allí donde sus compañeros mantenían el paso.

Abajo los esperaba una sala mayor que todas las anteriores. La oquedad ascendía trazando espirales. La sensación que causaba mirar a lo alto era la de no ser más que un insecto, diminuto e insignificante, atrapado en el interior de la concha vacía de un molusco muerto y descompuesto. A lo largo de las espirales, sus adoradores habían ido acumulando ofrenda tras ofrenda. De cofres deshechos asomaban lingotes y monedas de oro y plata. El fulgor de la lava arrancaba destellos de diamantes, esmeraldas y rubíes grandes como puños. Bizarras efigies se intercalaban a cada paso en medio de todos aquellos tesoros. Entre los cálidos vapores de aquel pozo, parecía como si las gradas de un coliseo subterráneo estuvieran abarrotadas de espectadores venidos de otro mundo para disfrutar de un sangriento espectáculo.

Y en el centro de sus pétreas miradas se encontraba N'akhzul. La mente primera y progenitor de aquél ecosistema alienígena. Con pesadez floto sobre el suelo. Era su cuerpo todo bulbosa cabeza y tentáculos. Algunos de ellos rematados en afiladas colas de escorpión. Cuatro pares de ojos vigilaban los movimientos de los recién llegados. Un quinto ojo se adivinaba, cerrado, en el medio de su rugosa frente.



—Amorosa Thygra ampáranos. Con tus garras protégenos. Con tu lengua cúranos… —se oyó rezar sobrecogida a Khamil


Zejel, con un sudor frío recorriéndole la espalda, miraba los cuchillos de sus manos sin saber de qué podían servir contra aquella masa enorme.

Un primer tentáculo salió disparado contra Smenkhar, el más adelantado de los intrusos. Confiado en su fuerza y armadura encajó el impacto cubriendo pecho y cabeza con sus enormes pinzas. De poco sirvió. Su voluminoso corpachón salió proyectado hacia atrás.


—¡Ya lo habéis visto! —los arengó su capitán— ¡Nada de bloquear sus golpes! ¡Juego de piernas! ¡Bailarlo!


Y tras estas palabras echó a correr con la cabeza baja directo contra su adversario. Druada lo secundó al instante, si bien esta vez sin aullar. Le convenía conservar el aliento. Entre sus manos, el largo mandoble reaccionaba ante su enemigo ancestral. Crepitantes rayos recorrían su hoja prometiendo dolor y muerte.


«Bailarlo, sí, bailarlo.» Pensó la sacerdotisa, tal vez sin saberlo, Marduk había dado con la palabra justa. 


Ésa era la senda predilecta de Khamil, ni la curación, ni la prédica. La danza del acero, ése era su camino. Ésas eran las disciplinas que había abrazado. No el ábaco o el telar, como querían sus padres. Con un arranque de orgullo, invocó de nuevo a su diosa, pero esta vez no sólo de boca, sino abriendo un canal directo a su alma. No la detuvo el punzante dolor provocado por la interferencia de N'akhzul. Con ansia bebió la enturbiada energía divina. 

Polémaco la miró con temor. El aura que envolvía y vigorizaba a la sacerdotisa no era dorada y melosa. Era una criatura de sombras carmesíes la que, dejando un rastro de sangre propia tras de sí, se unía con celeridad sobrehumana a la lucha. Mientras que él, más soldado que cualquiera de todos ellos, habituado a combatir escudo con escudo en sólida formación con sus camaradas, era obligado a retroceder a cada paso que daba.

Dando ejemplo con sus actos, Marduk lanzaba tajos contra pulposa extremidad que se le acercaba para luego esquivar las represalias. Durante los años pasados escabulléndose para ver danzar a las sacerdotisas en Venyagozar había adquirido el gusto por los estilos de lucha fluidos. Verlo moverse era como contemplar un torrente crecido arrastrar los obstáculos que se le interponen. La hoja de su kopis humeaba por el púrpura icor que la manchaba. Forjada por los mejores herreros de Malvan y reforzada por sus alquimistas, no podía compararse a la mundana lanza del hoplita con ella.

Lo mismo que el poder contenido en el espadón del danco sobrepasaba a las demás armas encantadas allí reunidas. De por sí, el guerrero de melena salvaje era un torbellino imposible de contener. Pero con ella entre sus manos era la furia desencadenada de la tormenta. Conforme la lucha se encarnizaba, más y más encantamientos liberaba aquella arma sintiente. Primero fue el relámpago quien cobró vida. Después fue un viento circular el que despertó en torno a Druada. 

Los tentáculos, gruesos como troncos de árbol y flexibles como serpientes, restallaban igual que látigos. Por más cortes que sufrían no descansaban. Además, la antinatural vitalidad de la mole habitada por N'akhzul cerraba casi al instante los menos profundos. Éste, desviando un momento su atención de la sacerdotisa, trató de paralizar a la anomalía que su quinto ojo se negaba a enfocar. Tal como sospechaba, la energía dirigida contra el capitán del Delfín se disipó sin efecto aparente. Frustrado, proyectó con ansia asesina uno de sus apéndices rematados en afilado aguijón contra él. Marduk se hizo a un lado, justo cuando la sacerdotisa con sus curvas armas, girando como un torbellino sanguinolento, se adentró en la maraña de tentáculos impartiendo dolor.

Incapaz de contener los espasmos, N'akhzul cerró los ojos y lanzó una serie de barridos circulares que obligaron a los tres héroes a retroceder. Peor suerte tuvieron Smenkhar y Polémaco que sorprendidos por la maniobra recibieron el golpe con toda su violencia.

Todo esto presenciaba Zejel incapaz de aportar nada a la titánica contienda. Entonces lo oyó: el tintineo de los tesoros cayendo en cascada dorada y brillante. Pensativo, pasó la lengua por detrás de sus dientes rotos. Una idea se había abierto paso por entre sus temores y su frustración. Enfundó sus cuchillos y acudió a socorrer al magullado hoplita.


—Esto nos viene grande —le dijo en lo que lo ayudaba a levantarse.

—No me había dado cuenta —contestó con sarcasmo antes de escupir un diente.

—Aquí estamos perdiendo el tiempo —mirando nervioso, con miedo a ser oído por quién no debía, prosiguió—. Tengo un plan, pero necesito un par de brazos fuertes, o más.

—Pues no sé quién más nos puede ayudar —protestó el malvanés echando a andar junto a él.


Se demoraron unos segundos en observar las evoluciones de su capitán. No entendían cómo era posible que esquivara cada golpe y respondiese con un tajo propio. Sin duda había nacido bajo buena estrella y los dioses lo favorecían. A su lado, el danco proyectaba ondas cortantes a cada espadazo que lanzaba. Una de ellas alcanzó en el ojo inferior izquierdo de la monstruosidad y un chorro viscoso y anaranjado salpicó el suelo. 

N'akhzul gritó enfurecido. Ahora comprendía los estallidos de poder que antes no supo identificar. El arma esgrimida por aquel humano albergaba la esencia de una entidad igual a él. Con rabia lanzó sus tentáculos contra su portador. Pero con su agilidad y la protección del viento que lo envolvía, Druada lo esquivó una vez más.



En ese momento, la sacerdotisa espadachina logró danzar hasta su mole y conectar corte tras corte giratorio en lo que pudiera pasar por su mejilla derecha. Khamil se debilitaba a cada asalto que mantenía el canal abierto bajo la nociva influencia de N'akhzul. La corrupta energía dañaba su cuerpo igual que si fuese ácido. Pero no fallaría a sus compañeros y seguiría luchando hasta desfallecer. Lo que les sucediera una vez quedaran solos era fácil de imaginar. La entidad se vería libre para enfocar en ellos sus otros poderes y sin duda sucumbirían.

Zejel conducía a Polémaco a la base de las espirales, cuando entre espasmos los tentáculos golpearon el suelo de la caverna fragmentándolo. Lava pastosa y refulgente asomó por entre las grietas.

Smenkhar se balanceaba sobre una tambaleante isleta rodeada de lava, hasta que saltó a un lado y se unió al rasaoliano. Tal vez había comprendido lo que se proponía. Tal vez no quería morir sólo. Juntos ascendieron por la rampa espiral dejando tras de sí el digno rescate de reyes y emperadores. De ninguna utilidad les era en ese momento. Según subían, la circunferencia de la bóveda se estrechaba. 


—Ahora —les dijo el ladino rasaoliano y comenzó a empujar una de las grotescas efigies con todas sus fuerzas.

—¡Ya lo pillo! —exclamó el hoplita con siniestra satisfacción al tiempo que sumaba sus esfuerzos a los suyos.


Con regocijo malsano la vieron caer sobre la amorfa cabeza de su enemigo. El grito de dolor e incredulidad que emitió fue música para sus oídos.


—¡Vamos a por otra! —gritó Zejel.


Pero Smenkhar ya se les había adelantado. Él no necesitaba ayuda. Otro masivo proyectil alcanzó a N'akhzul. Bajo aquel ataque sostenido, ni siquiera la antinatural regeneración de su carcasa daba a basto. Era imperativo detener tamaño insolencia. Arrinconado en el espacio justo para caminar, la voluminosa nueva forma del pescador se trocó en desventaja. Un tentáculo rematado en mortal aguijón lo atravesó cuanto arrojaba una segunda talla monolítica. Se lo llevó consigo. Lo zarandeó en el aire mientras agonizaba y golpeaba sin fuerzas a su captor, para terminar arrojándolo con extrema violencia contra la pared. De donde rebotó ya exánime y cayó al vacío. Empero, no fue su sacrificio en vano. Obligado a alzar la mirada hacia las alturas, N'akhzul expuso sus ojos a los masivos proyectiles y el último de ellos perforó aquel quinto ojo que mantenía cerrado. Espasmos de dolor como no sentía desde la guerra contra los featath recorrieron su cuerpo.

Lo estaban logrando, por increíble que pareciese, empezaban a acariciar la victoria, cuando una agotada Khamil resbaló en un charco de su propia sangre. Marduk corrió y la empujó justo antes de que la alcanzase un golpe mortal. Pero se vio obligado a interponer su escudo encantado para amortiguar el impacto dirigido contra ella y fue derribado. Druada quedó sólo frente a la furia de la entidad, cuando un horrísono crujido, seguido por el estruendo de cascotes cayendo contra el suelo, paralizó a los contendientes.



Ya no hacía falta empujar las efigies que imperturbables durante siglos habían presidido el lugar. El castigo infligido en su estructura provocó su derrumbe. N'akhzul, constreñido por cadenas que sólo Sheket hubiera podido ver, permanecía atrapado en medio del desastre y cubría la deforme cabeza con sus tentáculos.

Druada pasó a verse libre del acoso de la entidad y reaccionó con sangre fría. Corriendo acudió en ayuda de su othain, y tras ayudarlo a incorporarse, juntos levantaron a la sacerdotisa, se pasaron cada uno un brazo por los hombros y salieron de allí.

Atrás quedaban Zejel y Polémaco. El rasaoliano se resistía a abandonar el tesoro.


—¡Éste es oro bueno y honesto! —protestaba mientras se ceñía brazaletes y cinturones cuajados de joyas.

—¡Ésto se viene abajo! —insistía el hoplita. Jugador de equipo hasta el final, se negaba a dejarlo atrás.

—¡Por eso mismo! —lo miró Zejel de hito en hito, como si el soldado no estuviera en sus cabales— ¡Se perderá para siempre!


En respuesta a sus argumentos, las grietas de la cueva se abrieron aún más y la lava empezó a tragarse los tesoros desparramados por el suelo.


—¿Lo ves? —añadió el saqueador.


No dijo más. Polémaco tomó un pesado lingote de oro con ambas manos y le sacudió un golpe en la nuca. El menudo rasaoliano cayó como un saco de patatas. Y cómo tal se lo echó a hombros. 


«Cabrito, pesas mucho para lo delgado que estás.» Resopló mientras equilibraba su carga y descendía la rampa a trompicones.


Al pie de la escalera los esperaban los demás aventureros. Antes de correr escalones arriba le dedicaron una mirada de despedida al cuerpo inerte de Smenkhar. A ninguno se le escapaba que salir de allí con vida no entraba en sus planes cuando se les unió. Ni tampoco que había sido gracias a su ayuda que la estratagema urdida por Zejel había funcionado. Ahora tendría el descanso de un rey, sepultado entre riquezas sin cuento. Y aún así era mucho menos de lo que se merecía."


Ahí está, damas y caballeros. A falta del epílogo. En honor a Smenkhar os dejo con el grupo cántabro Emboque y su versión de "Master of the wind" de los Manowar.




En cuando al colofón de la historia, ahora mismo me pongo con la novena y última entrega de "Marduk y La Isla de los Cangrejos". Quien sabe, tal vez he dado inicio a una nueva serie de novelas cortas.


Nos leemos.

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