(Ital el JDRHM) Criaturas y Leyendas 6: Vasallos de Morskul, parte séptima.

    Hola a todos.

    Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que publiqué una entrada en el blog. Septiembre fue un mes movido. Con cosas malas y cosas buenas. Muy ajetreado. 

    Además me obcequé en no publicar nada hasta terminar la aventura de Marduk en la Isla de los Cangrejos. Y ya está acabada. Son 6.000+ palabras que voy a dividir en tres entradas. No es plan de leer algo tan largo de una tirada en este formato. 

    Me faltan las reglas para las criaturas, pero eso está casi finiquitado y será una última entrada. La próxima que dedique a "Criaturas y Leyendas" será mucho más breve que ésta.

    Y sin más, allá vamos.


"Atrapado en su prisión, N'akhzul forcejeó de nuevo con los sortilegios que lo retenían. Percibía cómo sus verdugos se aproximaban. Había dado prioridad a contrarrestar las invocaciones de sus enemigos ancestrales. Qué clase de sentimientos podían impulsar el sacrificio del mago azul era un misterio para él que había asistido estupefacto a la disgregación de Aystria a manos de Caródamon y los suyos. La autopreservación había regido su conducta durante eras sin cuento. Tras la desaparición de Gulcam, la mano creadora del Caos, con suma reluctancia se había plegado a los designios de la Espada. Él y su progenie lucharon mucho y bien en sus guerras. Demasiado bien como para ser perdonados por los vencedores. Hasta su pequeña isla, habitada tan sólo por mansos primates peludos de largos brazos y piernas cortas, lo habían perseguido. En nada tuvieron en cuenta sus ofrendas, a cuchillo los pasaron. Con celo fanático rechazaron sus promesas de paz. Inclementes, trazaron obscenos sellos usurpando el poder de su caída hermana, tejedora del éter que todo lo une, y hundieron su pequeño reino bajo las aguas salobres. Al torpor tras el largo tiempo sepultado en la oscuridad, se sumaba la rabia por el dulce sueño interrumpido y la frustración al constatar que no había conseguido preparar sus defensas antes del regreso de sus enemigos. Así pues, impotente ante los enredados hilos del destino, N'akhzul profirió un lamento gutural y cacofónico que, amplificado por la arquitectura del que fuese su templo, alcanzó cada rincón de la isla.


***


Sobresaltados por el eco del lamento, esperando el asalto de centenares de criaturas desconocidas, Marduk y los suyos se apresuraron a formar un círculo de escudos alrededor de la sacerdotisa y los niños. Entre tanto, Tothmur y su compañero daban muestras de dolor, llevándose las manos a la cabeza.


—¡El tiempo apremia! —levantó la voz el rasaoliano, los ojos desorbitados por el 

espanto— ¡Hay que salir de aquí!

—¡Los niños! —lo fulminó ella con una mirada de sus ojos maquillados con khol— ¡Hemos venido a por los niños!

—Y no nos iremos sin ellos —posando la mano bronceada sobre su hombro moreno la tranquilizó Marduk.


Ambos asintieron, avergonzados por la pérdida de control sobre sus emociones.


—Escúchame, Tothmur —con dulzura y sentimiento le levantó la barbilla al muchacho para verle la cara cubierta de lágrimas— ¿Sabes dónde tienen a tu hermano y a los demás niños?


El hijo de Smenkhar cabeceó afirmativamente, al tiempo que respiraba ruidosamente y se limpiaba los mocos con el antebrazo.


—Bien, muchacho, bien —lo ánimo el medio malvanés—. Tideo y Polémaco los sacarán de aquí —la aseguró a Khamil, pero antes sería conveniente que los curases.


Ella resopló a disgusto antes de asentir. La atención a los heridos y enfermos no era una labor por la que sintiera inclinación. Por eso mismo la habían enviado a aquella remota aldea de pescadores. En parte como castigo por su actitud altanera, y en parte con la esperanza de que la experiencia sirviera para mejorar su vocación de servicio.

Primero atendió el brazo de Tideo. Inmediatamente sintió la oposición del poder dominante del lugar, pero era una plegaria básica, así que apretó los dientes y la llevó a buen término. En cuanto a la ceguera de Polémaco, los efectos dañinos que la provocaron eran temporales y la estaba recuperando poco a poco. Con una leve bendición era suficiente para acelerar su recuperación. Estaba cerrando el canal con su divinidad cuando una mano infantil, sucia y pegajosa la tiró de la túnica.


—¡Apa, apa! —repetía el muchacho, mientras señalaba en dirección al pasillo lateral— Apa necesita ayuda también —imploraba con esperanza en los ojos.


***


La canalización del poder divino había sido breve y apenas tuvo tiempo de interferir en ella. Pero había bastado para obligarlo a centrar su atención en los intrusos de su templo y prisión. Ahora los podía ver por los ojos infantiles. Una hembra concentraba las interacciones de los portadores de su simiente. Lamentablemente, su implantación era tan reciente que sin los oportunos estímulos no llegaría a madurar. Intrigado contempló cómo guiaban a los guerreros al estanque de cría y más allá, donde encerraban a los sujetos defectuosos que desarrollaban mutaciones no deseadas.


***


El estanque que tenían ante sí era redondo y profundo. Tal que fuera un ojo que devolviese desafiante la mirada de los tres soles, era iluminado por tres aberturas en el lecho rocoso. Alimentado por agua salobre, conectaba con el mar circundante. Todo el suelo del lugar estaba cubierto de conchas de formas caprichosas, de manera que resultaba imposible caminar sin aplastarlas, y sus crujidos reverberaban en la extraña acústica del lugar, sin duda diseñada para amplificar la música producida por los deformes oficiantes de los rituales allí celebrados. 

En medio del estanque se encontraba un trono de obsidiana pulimentada y veteada de rojo. Una pasarela de coral multicolor lo conectaba con ambas orillas. Coronaba su respaldo la omnipresente representación de un calamar con varios pares de ojos. Era una efigie repulsiva e inquietante. Por más que apareciera con los párpados cerrados, los intrusos evitaron fijar en ella su mirada, no fuera que los abriese y se la devolviera. Bien lo sé, joven amo, pues yo mismo tuve ocasión de contemplarlo.

De improviso, un ruido metálico disipó los lúgubres pensamientos que la nefanda estancia inspiraba a los allí reunidos.


—¡Apa! ¡Apa! —llamó Tothmur con tanta esperanza como congoja en la voz— ¡Allí se lo llevaron! —y señaló a un túnel descendente.

—¿Y cómo lo sabes, zagal? —siempre suspicaz, preguntó el furtivo rasaoliano.

—Fue cuando nos trajeron aquí por primera vez. El estanque estaba lleno de diminutos cangrejos ermitaños —respondió el otro muchacho—. Siempre fue diferente a los otros cangrejos soldado. Pero aquella vez atacó al calamar que habéis matado.

—Hicieron falta tres de ellos para derrotarlo —presumió con orgullo su hijo—. Y no fue hasta que el malvado sacerdote usó su magia, que pudieron llevárselo abajo.

—Eso sí que me lo puedo creer —rascándose el brazo herido masculló Tideo.

—¿Diferente? —intervino Néstor, el tercer hoplita, siempre curioso— ¿Qué queréis decir con: diferente?

—Es… azul —dubitativo respondió Tothmur, sin saber cómo explicar la actitud protectora, paternal, con que se distinguía Smenkhar pese a los cambios sufridos.

—¿Y qué pasó después? —solícito, mostrando interés por la traumática experiencia vivida, insistió Marduk.

—No lo sabemos —admitieron los dos niños encogiéndose de hombros—. A todos los que estábamos aquí nos llevaron de vuelta a los rediles y no hemos vuelto hasta hoy.

—Bien, está bien. Habéis sido muy valientes —los felicitó—. Ahora vamos a averiguar que ha sido de Smenkhar.


A su señal, enfilaron por el túnel indicado por los niños. Marduk, flanqueado por Polémaco y el tercer hoplita, Néstor, encabezaba la marcha. Allí las señales de intervención artificial desaparecieron. Parecía un conducto de lava abandonado y rezumaba humedad y olor a sal. A cada paso que daban, se alejaban más y más de la luz. Al cabo de un rato tuvieron que prender unas antorchas. Zejel y Tideo se hicieron cargo de portarlas.

Los golpes metálicos les llegaban con mayor nitidez, a los que Tothmur respondía llamando a su padre. Khamil en cambio callaba. Temía lo que iba a encontrar. Dudaba de que su magia pudiera deshacer el daño causado a su cuñado. No era esa la senda que había elegido recorrer.

El esquivo rasaoliano entrecerró los ojos para protegerlos de la parpadeante luz. Extrañas e imprevisibles eran las corrientes de aire en aquellas galerías llenas de oquedades y conductos menores. Pensativo, se pasaba la lengua por entre los dientes mellados, recuerdo permanente de una infancia de pan duro y harina molida a mano entre dos piedras. Le reconcomía el haber dejado atrás el más que probablemente embrujado oro del sacerdote, y rogaba a Byron, patrono de ladrones, que no lo maldijera por ello.

Al fin sus pasos los llevaron hasta el origen de los golpes: un entramado de cuevas cerradas por sólidas rejas de un metal oscuro al que se adherían restos petrificados de fauna marina.


—Acero guorz —se acercó intrigado el danco—. Nunca lo había visto usar en otra cosa que no fueran armas, mi othain.

—Capitán, Druada, capitán. Te tengo dicho que no me llames así.

—Sí… capitán —con poca convicción contestó.

—Y un día de estos me tienes que contar dónde conseguiste esa espada tuya.

—No…


Un golpe violento los interrumpió, de las sombras del fondo de una celda emergió la forma deforme de una langosta. Embestía con furia las rejas, pero sólo conseguía dañarse la quitina azul que cubría su cuerpo de más de dos metros. Con la masa añadida de las mutaciones, Smenkhar, que de por sí habría podido rivalizar en poderío físico con el danco y con Magón, los superaba ahora con creces.


—¡Apa! —corrió el muchacho hacia la celda— ¡Tenéis que soltarlo! —imploró a voz en grito.


Los guerreros, en cambio, retrocedieron intimidados. Fue la sacerdotisa la que se acercó, muy despacio, mientras Néstor la alumbraba para que el prisionero la viese con claridad. 


—Smenkhar eres tú —no había asomo de duda en su voz. En la blanca quitina pectoral se apreciaban con total nitidez el círculo y los triángulos de los soles tatuados de los que tan orgulloso estaba el hermano de su querida Ninra.


Al escuchar su voz, el enorme corpachón que antes extendía una pinza para asomarla tímidamente entre las rejas para que Tothmur la pudiera tocar, retrocedió buscando refugio entre las sombras, avergonzado por su monstruosa apariencia.

Tras unos segundos de indecisión, Marduk tomó en su diestra la antorcha de Zejel y se puso a la par de Khamil.


—Smenkhar, escúchame. Soy Marduk, el capitán del Delfín —se presentó con aplomo, hablándole de igual a igual. Como si delante suyo estuviera el capitán que fue, en vez del monstruo en que lo habían convertido—. Son tus hermanos Sheket y Ninra quienes me envían. Sabemos por tu hijo que la maldición que te aflige no ha afectado ni a tu corazón, ni a tu mente. Y hemos venido a sacaros a los tres de esta isla infame.


Del interior de la celda les llegó el ruido chirriante de la quitina raspando contra la roca. En vez de perseguir la luz y la libertad, el torturado prisionero buscaba cobijo en las sombras. Pero el medio malvanés no había llegado hasta allí para volver con las manos vacías.


—Zejel —ordenó impertérrito—, ahí veo una cerradura, es tu turno.

—Sí, mi capitán —resignado, obedeció sin rechistar, mientras sacaba sus preciadas herramientas y se arrodillaba para ver de cerca el desafío que se le ofrecía.

—Tothmur —se dirigió en tono mucho más suave al muchacho—, necesito que seas valiente y saques a tu padre de la oscuridad ¿Serás capaz?


Khamil quiso adelantarse para protestar, pero el grueso brazo del danco se lo impidió. Incrédula, lo fulminó con la mirada. Pero no fue más allá y los dejó hacer. En su fuero interno comprendía qué lo que estaban haciendo era por el bien de ambos, padre e hijo. 

En efecto, tal como temía, el orgullo herido de Smenkhar lo empujó a reaccionar con violencia al intento de Zejel por forzar su prisión. Pero al ver el espanto asomar al rostro de su hijo, toda su agresividad se evaporó, y cabizbajo dejó colgando las enormes tenazas azules en señal de rendición.




Al experto cerrajero que los acompañaba le llevó un buen rato desentrañar el funcionamiento del cierre de la jaula. Pero tras una serie de laboriosos intentos y varios cambios de ganzúa, al fin Zejel se permitió una sonrisa de triunfo y la abrió.

Asintiendo satisfecho, Marduk permitió que Khamil y Tothmur se acercasen al coloso azul. Ciertamente era un espécimen intimidante. Los restantes guerreros no perdieron tiempo en ceremonias y mantuvieron las distancias.


—Bien, bien —tras concederles un momento de reposo para calmar las emociones, dijo el medio malvanés—. Ahora vamos a rescatar a los demás niños. Smenkhar, tú sabes dónde los tienen, guíanos hasta allí.


Al percibir la confianza depositada en él, el coloso acorazado se irguió cuan alto era, en más de una cabeza superaba a Druada, y llevándose la tenaza azul al sol de su pecho, indicó que así lo haría antes de ponerse al frente de la expedición.


Desandar el camino fue cosa de un momento. Pronto regresaron al estanque y su ominoso altar. Allí, por el rabillo del ojo creyeron vislumbrar a unos pocos cangrejos ermitaños que a su llegada corrieron a sumergirse bajo sus aguas oscuras. Menos les llevó retornar a la intersección donde habían emboscado al sacerdote y su guardaespaldas. Al ver sus cadáveres, Smenkhar manifestó su satisfacción chasqueando rítmicamente las pinzas de sus tenazas color cobalto. Luego señaló con la diestra el otro pasillo y avanzó acelerando el paso. Tras el calvario padecido, tenía ante sí la oportunidad de rescatar a sus hijos y no estaba dispuesto a desaprovecharla.


—¿Qué nos espera ahí delante? —preguntó Marduk a los muchachos.

—Los almacenes.

—Y los rediles.


Los rediles, al oír esa palabra aplicada al lugar donde retenían a los niños, Marduk torció el gesto con disgusto. La esclavitud era una triste realidad en el duro mundo en que vivía, pero no podía aceptar el denigrante trato que muchas veces se les dispensaba a quienes la padecían. Por eso en su tripulación no contaba con remeros encadenados como era trágicamente habitual. Él estaba convencido de que el trabajo forzado mancillaba y devaluaba el resultado obtenido.

La primera señal de peligro que percibieron, fue un olor intenso a pescado podrido. Al poco encontraron su origen: sacos y cajas con su contenido desparramado por el suelo. De delicadas ánforas de estrecho cuello, ahora rotas y sin valor, se derramaba el garum, la afama pasta fermentada. En el suelo se mezclaba con el vino y el aceite perdido de un cargamento de productos de lujos destinados a la mesa de algún pudiente sibarita. Manchas de sangre salpicaban las paredes y un rastro carmesí continuaba pasillo adelante.


—¿Os daban ésto para comer? —preguntó el danco a los muchachos, tratando de desdramatizar la escena y sosegar sus nervios y los de Zejel, su compañero menos aguerrido.

—A veces —contestaron ellos—, pero sobre todo pescado crudo —admitieron con náuseas.


Marduk los silenció llevándose el índice a los labios. Apagó la antorcha, que por comodidad habían conservado, Tideo siguió su ejemplo. La caprichosa iluminación del lugar era suficiente para la lucha que se avecinaba. El umbral de los rediles se abría ante ellos. Todo su contorno estaba labrado con la forma de las hambrientas fauces del gigantesco kraken temido por cada marinero que surcaba el Mar Interior. Smenkhar los esperaba para entrar.


—Qué apropiado —escupió Druada con desprecio. 

—Si me preguntas a mí, sí que cansa, sí —lo imitó el rasaoliano.

—Escudos arriba. Armas listas —los ignoró su capitán—. Khamil, que los niños te lleven a los rediles. Tideo, Polémaco, Zejel, con ellos. Los demás nos encargamos del resto.


A una, irrumpieron en la enorme caverna, hasta hace poco submarina. Bastó un vistazo a su izquierda para localizar a los prisioneros, hacinados tras un alto muro levantado con grandes bloques megalíticos encajados uno sobre otro sin argamasa. A su interior se accedía por un sólido enrejado en todo similar al de las celdas que habían dejado atrás.

A su derecha, en cambio, tras una estructura igual, se apilaba la carga saqueada de los barcos capturados. Delante de su acceso, dos cangrejos soldado se daban un banquete con los restos de un desventurado prisionero. Un tercer monstruo de mayor envergadura que los otros dos, las salpicaduras de sangre todavía frescas tras el truculento banquete satisfecho antes de dejar las sobras para los otros dos, chasqueaba las pinzas en señal de desafío desde el centro de la cavidad abovedada.

Smenkhar respondió a la provocación lanzando su formidable forma acorazada contra él. Tenían un asunto pendiente. Los demás se separaron para cumplir con las instrucciones recibidas.


***


Entre tanto, N'akhzul observaba la evolución de los acontecimientos a través de sus vástagos. La treintena larga de cachorros humanos se agolpaba contra las rejas, chillando y empujando. De nada servían las llamadas a la calma de afilada uña de Thygra. Repetía el mismo nombre una y otra vez. ¿A éso se debía su presencia allí? ¿Por éso habían descargado tanta violencia contra sus dóciles criaturas? ¿Para recuperar a los miembros de su camada?

En caso afirmativo, éso era algo que la anciana entidad sí que podía comprender e incluso apreciar. Ella misma había ordenado a los más vulnerables de sus organismos que se retirarán por los pozos debajo del rocoso lecho insular. Aunque no dejaba de sorprenderla el largo camino evolutivo que habían recorrido aquellos mamíferos sin pelo durante su letargo. Ése era el curso de sus divagaciones, cuándo su mente dejó de recibir imágenes de uno de sus protectores. Justo antes percibió su miedo. Y con él un destello de poder que antes le había pasado desapercibido. Todavía estaba procesando las sensaciones recibidas, cuando el otro anticuerpo cesó su actividad. Ya sólo quedaba el protector principal, que luchaba de poder a poder contra el espécimen divergente.

Como otras veces, tocó su mente con la suya. Igual que todas ellas chocó con un muro de ira y furia que rechazó su intromisión.

Por contra, la conexión con el mamífero inmaduro le transmitió la felicidad que le producía el reencuentro con sus congéneres. Era una mezcla extraña. La paladeó igual que nosotros hacemos con un buen vino, hasta que las heces del vaso enturbiaron la sensación. 

De nuevo aquel destello de poder inquietantemente familiar la sorprendió. Y el último guardián cesó su actividad.


***


El cangrejo soldado se desplomó con estruendo. La lucha había sido enconada. Néstor, sentado en el suelo, se llevaba la mano al costado. Mientras, arrodillada a su lado, Khamil pugnaba con la turbiedad que interfería el canal con su patrona. La energía que obtenía, lejos del aura dorada propia, se veía entreverada de vetas oscuras como venas sanguinolentas. Pero esta vez era una curación mayor la necesaria y pese a los dolorosos pinchazos en la sien, no cejó en su empeño.

Contenida primero por los esfuerzos del coloso cobalto, la criatura había demostrado estar por encima de todas las anteriores. Fue necesaria la intervención del resto de los guerreros para desequilibrar el combate a favor de los rescatadores. Aún así, tanto el hoplita como Smenkhar habían sufrido las consecuencias de su osadía.

Los niños rodeaban al coloso, en verdad que su conducta tenía que haber sido diferente, protectora, con ellos mientras estuvo libre para ello. Entre los brazos abrazaba a sus dos hijos. Aquí y allá se veía la armadura corporal agrietada. Los soles tatuados habían perdido numerosos rayos triangulares.

Zejel inspeccionaba las mercancías apiladas. Pensativo, mordisqueaba una manzana. A un lado comida, fruta, queso aceite, vino, miel, frutos secos, carne salada... A otro telas y ropa teñidas de vivos colores. Y al fondo, lingotes de metal crudo para la forja. Entre los que el danco caminaba evaluando su valor y utilidad, que no eran moco de pavo. 


«O mucho peso, o mucho bulto, o poco valor.» Estaba calculando el rasaoliano cuando escuchó que su capitán daba órdenes otra vez.

—¡Fin del descanso! —sonaba satisfecho con ellos— ¡Bien hecho! —les felicitó— ¡Pero todavía no hemos llegado al fondo de todo esto! ¡Polémaco, ya estás recuperado, intercambias tu puesto con Néstor! —continúo sin darle ocasión de objetar— ¡Khamil, que Tothmur saque de aquí a los demás niños! ¡Tideo y Néstor, escoltadlos a la playa! ¡Los demás, conmigo hasta el final!

—¿Y Smenkhar? —preguntó la sacerdotisa.

—Smenkhar es el capitán de su propio navío. El decidirá hacía donde orienta sus velas. Pero creo que nuestros caminos no se separarán tan pronto.


En efecto, al ver cómo se agrupaban los restantes guerreros, pese a sus ruegos y lloros, el coloso deshizo el abrazo que lo unía con los pequeños y se dirigió hacia el capitán del Delfín. Aún le quedaba una cuenta por saldar en aquella isla de infausto recuerdo.


—Adelante entonces —tras una última mirada al nutrido grupo de niños recatados, aceptó Khamil el plan trazado.

—¿Y toda esta roba? —señaló los almacenes el rasaoliano en su jerga propia— ¿No nos harán falta las provisiones, o algo?

—Sin duda —admitió su capitán—. Pero eso son preocupaciones para luego.


Y sin más emprendió la marcha que lo conduciría a las profundidades de aquel templo con planta de cruz. Grandes habían sido los peligros afrontados hasta el momento. Pero ahora, con la satisfacción del deber cumplido, podían hacer frente al último desafío y asegurarse de que los habitantes de aquellas costas estuvieran a salvo de nuevo."


Y aquí podemos descansar un rato o pasar a la entrada siguiente. Os dejo con los Blind Guardian y su "Don´t break the circle".




Nos leemos.


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