(Ital el JDRHM) La Ciudad bajo la Ciudad 2.11: Los Colas Rojas.
Hola a todos un día más.
Continúo con las andanzas de Tudorache el Negro y aprovecho para añadir las reglas de una nueva criatura para el juego de rol de Ital.
"La lluvia torrencial contribuyó a limpiar la atmósfera y sofocar los fuegos propagados por el viento. Pero también embarró los senderos de tierra apisonada y retrasó el avance de los carros. Además, su buena marcha se vio entorpecida por la insistencia con que todos buscaban averiguar cuanto tuviera que contar la cuadrilla de madereros. El paladín era el primer interesado en escucharlos, así que no se separó de la carreta de Amelia. Lo mismo hizo su marido, quien enrojecía de vergüenza cada vez que oía contar cómo los había salvado de un oso feroz.
Tudorache sonreía para sí. Sabía bien lo que ocurría con esas historias. Cada nuevo narrador las añadiría sus propios detalles. En cuestión de semanas, el espigado posadero sería un forzudo capaz de derrotar con las manos desnudas él solo no a uno, sino a tres osos. En más de una ocasión había escuchado de pasada historias de taberna, en las que un grupo de paladines habían acabado con tal o cuál amenaza, para luego percatarse de que estaban relatando exageradas versiones de sus propias aventuras. Así, un gigante solitario se convertía en un clan entero y cuatro ladrones de ganado en un ejército de bandoleros.
Pero entre conversación y conversación, por la columna de carros se repetía la misma pregunta: ¿Quién prendió el fuego?.
—Los colas rojas —respondía el leñador herido a cuantos se acercaban a la carreta donde iba sentado—. Han sido los colas rojas. Han estado enredando y encizañando desde que volvimos —porfiaba acalorado con quienes se lo discutían—. Han tenido que ser ellos.
—¿Los colas rojas? —intrigado por su insistencia le preguntó Tudorache, quien no sabía de qué hablaba— ¿Qué son los colas rojas?
Preguntado directamente por el culto extranjero subido a su amenazador caballo de guerra, el mocetón rubicundo se sintió cohibido y guardó silencio.
—¡Por fin se calla el muy pesado! —exclamó Conrado que iba con ellos— ¡Los colas rojas! ¡Los colas rojas! —lo imitó— ¡Zarandajas!
—No seas así —lo regañó la sanadora, que estaba enjuagando el febril sudor de su otro paciente—. Son duendes traviesos con colas y orejas de zorro o ardilla. En los cuentos roban pequeños objetos, rompen cosas…
Lorena se quedó mirando perpleja al caballero negro. Tudorache se había puesto serio. No era posible que el paladín aceptara la idea de que el devastador incendio fuese culpa de una criatura salida de las leyendas locales. Y sin embargo así era. Un mal presentimiento lo sacudió al escuchar la explicación de la mujer. ¿Cuántas veces había visto a aquel pequeño zorro? ¿Había sido siempre el mismo? En ese momento, rodeado de humanidad, bajo la lluvia, parecía un disparate. Pero allá en el bosque, en soledad…
—Son criaturas maliciosas —al ver la reacción del paladín se animó a proseguir el leñador—. Salen al atardecer. Bailan al son del viento del delirio. Y disfrutan sembrando discordia.
Seguro que podría haber añadido aún más, pero se ganó una colleja del Belloto.
—¡Y dale con cuentos de viejas!
En esas estaban cuando se toparon con un nutrido grupo de leñadores. Estaban resguardados al reparo de los pocos castaños que habían esquivado su tala. Estaban a un lado del camino y discutían entre ellos. Por lo visto, unos querían regresar al pueblo y otros se negaban a abandonar a los que seguían al otro lado del Turbulento.
—¡Es inútil! —gesticulaba un hombretón grueso y moreno— ¡Lo habéis visto todos!
—¡Castaña tenías que ser! —se le enfrentaba un mozo que bien pudiera ser su hijo— ¡El fuego iba torrente abajo! ¡Podemos rodearlo!
—¿Y luego qué, listo? ¡El agua lo esparce en vez de apagarlo!
Al ver llegar a sus convecinos cesaron de discutir. El joven sonrió esperanzado y corrió a su encuentro. El veterano maderero cruzó los brazos sobre el pecho y resopló desdeñoso. Ya no había debate posible. Cansados, tiznados y empapados como estaban no les quedaba otra que volver a enfrentarse a las llamas.
Aquellos que contaban con familiares directos entre los recién llegados fueron los primeros en recibir mantas con qué abrigarse. No todos los carros contaban con los nervios para cubrirlos como sí tenía la carreta de los posaderos. Pero todos se las habían ingeniado para montar un toldo, más alto o más bajo que los protegiera de la lluvia y a ellos subieron. Con gran desprendimiento, Ramiro repartió un par de botellas de orujo entre los leñadores. Lo justo para calentar la barriga, pero sin llegar a enardecer los ánimos ya soliviantados.
—¡En una bendición del cielo que hayáis venido! —los saludó el joven tomando de la mano al paladín.
—¡Menos coba, Eulogio! —molesto con la deferencia mostrada al foráneo, saltó Conrado— ¿Qué diantres ha pasado aquí?
—No lo sabemos. Nosotros estábamos a este lado del arroyo, en las serrerias, cuando hemos visto las primeras señales de humo más allá del Turbio.
—¿Más allá del Turbio? —se medio incorporó el leñador herido con la ayuda de Lorena— ¿Tan adentro?
—Sí, pero eso no es lo peor.
—¿Todavía hay más? —bufó uno de los Bellotos.
—Así es —suspiró el mozo—. Hemos visto cómo el agua misma que arrojábamos al fuego lo alimentaba y propagaba…
Los allí reunidos sofocaron un murmullo de espanto. Aquello era antinatural. Hubo quienes antes se burlaban de los colas rojas y ahora susurraban su nombre.
«Agua no. Tierra.» Las palabras del soldado acudieron a la mente del paladín.
—Palas —pensó en voz alta—. Necesitamos palas —giró a Mordiscos para mirar los carros, varios venían con los aperos de labranza aun sucios por el trabajo interrumpido— ¡Palas y azadas!
El veterano maderero, que se había mantenido a un lado, a la defensiva, lo miró con otros ojos. Había comprendido lo que pretendía el caballero negro y asentía para sí. Antes, con la confusión y el espanto reaccionaron sin pensar y huyeron por sus vidas. Pero ahora veía que otro camino era posible y no iba a permitir que lo diesen de cobarde.
—¡Palas y azadas! —dio un paso al frente sumando su voz a la del extranjero— ¡Con palas y azadas abriremos un cortafuegos! ¿A qué estamos esperando? ¡Todos tenemos familia y amigos al otro lado!
Superada así la indecisión que los había retenido, la columna de socorro reemprendió la marcha con bríos renovados y un curso de acción definido."
- Cambio de Apariencia 100: Como aprendiz puede cambiar su apariencia por la de otra criatura humanoide y como oficial puede adquirir la apariencia de animales de más o menos su tamaño.
- Elemental de Fuego 100: Como aprendiz puede emitir y controlar pequeños fuegos de potencia pequeña y como oficial de potencia mediana.
- Cambio de Apariencia 160: Como aprendiz puede cambiar su apariencia por la de otra criatura humanoide y como oficial puede adquirir la apariencia de animales de más o menos su tamaño.
- Elemental de Fuego 200: Como aprendiz puede emitir y controlar pequeños fuegos de potencia pequeña, como oficial de potencia mediana, como maestro de potencia grande y como maestro de gremio de potencia descomunal y gana la capacidad de volar. Además mediante tirada de estrés con cualquier rango puede invertir el sentido de cualquier ataque basado en su elemento.
- Don Animal 170: El dotado es capaz de hablar los idiomas animales y de invocarlos en su ayuda. Como aprendiz puede comunicarse con ellos, como oficial puede llamar a uno en su ayuda, como maestro a tres y como maestro de gremio a nueve.
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