(Ital el JDRHM) Perdición de Héroes.

    Bueno, este es el resultado de un ejercicio de escritura motivado por la convocatoria para una antología de relatos fantásticos cuya temática giraba en torno a las criaturas míticas por antonomasia: los dragones.

    En este relato, me propuse enfatizar tanto el poder de fascinación que se les atribuye, como la perversa inteligencia que guía sus acciones y los hace mucho más peligrosos que el mero poder crudo que esgrimen.

    Además, como me dice un amigo mío: "entre tus personajes femeninos no hay un solo ángel", de manera que esto era lo mío. Luego ya, como curiosidad, la historia de Yiorkthail, Marduk y Adormar fue uno de esos sueños vívidos que tuve a finales del instituto en los que yo siempre moría...

Ilustración de Rudy Siswanto sacada de ArtStation

Perdición de Héroes.


Era la estación de la luna blanca. Las noches eran cálidas, húmedas y pegajosas. Entre palisandros, sicomoros y foráneos fresnos, la selva que devoraba las orgullosas ruinas bullía de vida. Se acercaba el amanecer, pronto madrugaria el primer sol, entre tanto, el zumbido de los insectos rivalizaba con los aleteos de coloridos guacamayos y zancudas garzas, mientras sigilosos felinos de ojos brillantes los observaban ocultos entre la frondosa vegetación, esperando la oportunidad de caer sobre sus presas con un rugido aterrador y fauces hambrientas. 

Todo esto percibía desde su dorado lecho la señora de aquella isla bienaventurada. Perezosa como una gata, estiró sus largas extremidades superiores. Antiquísimas joyas y monedas de valor incalculable rodaron por doquier, tintineando como prístinas campanillas. Ignorando tesoros que bien podían comprar un reino mortal, alzó su cuello serpentino todo lo largo que era y miró al cielo.

Le gustaba dar la bienvenida al sol de Heimad. Le era agradable recibir su luz sobre su cuerpo esbelto y poderoso. Disfrutaba admirando el lustre de sus escamas negras y los reflejos de un intenso azul oscuro que despertaba en ellas. 

Así es, la dragona negra sonreía cada mañana luminosa a la manifestación en el firmamento del Señor de la Balanza. Poco podía imaginar éste la gratitud que hacía él albergaba la temida adalid de la Espada.

Cómo podía sospechar lo beneficioso que su Edicto de Exclusión era para aquellos que, como ella, decidieron permanecer en el lado mundano. Lejos de los tiránicos hermanos, Thalis y Sthalos, de su ambición desmedida y de su despótica autoridad. Libre para ejercer su voluntad, para volar a su antojo, para vivir.

Si, muchas vidas había vivido, pensaba Nerdrali, mientras adoptaba la forma de una humana de piel cobriza, melena negra y lacia, cortada por encima de los hombros,de flequillo recto a la altura de los ojos negros. De labios llenos, cuello de cisne, cuerpo menudo, hombros delicados, senos turgentes y caderas cimbreantes.

Bajo aquella apariencia se había dejado ver por los primeros humanos que visitaron su isla. Llegaron en frágiles canoas elaboradas ahuecando los troncos de los árboles. Remando huían del enemigo que a ellos los había expulsado de su tierra natal, y a sus familiares y amigos cargado de cadenas y reducidos a la esclavitud. Todo esto leyó la dragona en sus desprevenidas mentes, que todavía carecían de palabras que significasen rey o amo. Un héroe los había salvado de correr tan funesto destino. Para él si tenían un nombre: Erohim el Lancero. Fuerte como un toro, rápido como una liebre y despierto como un zorro. A su imagen en femenino modeló Nerdrali el cuerpo con que se apareció ante ellos.

Con él tentó a su héroe y le condujo al estanque donde dormía la despiadada titanoboa. Corriendo desnuda por la selva le atrajo a la guarida de los jaguares. Así le alejó de los suyos y cautivó sus pensamientos. Hasta dejarse abrazar por él una noche de luna negra y permitirle creer que estaba por encima de toda obligación o atadura.

Gracias a ella adquirió su pueblo una nueva palabra "Anc-lisbacut": Consorte de la Estrella Danzarina, su propia manera de decir "Rey". 

Así comenzó a ser adorada como una diosa por los nuevos habitantes de Osknum. Para complacer a su deidad, generación tras generación, desbrozaron la selva y levantaron templos, uno encima de otro, los encalaron y pintaron de vivos colores. En verdad disfrutó de su adoración, pero el molde del que había salido aquél primer héroe estaba irremediablemente viciado, y esa vida, entre los sumisos sacerdotes emplumados con sus máscaras de jade, la aburría. De manera que un día emprendió el vuelo desde su templo, alto ya como las mismas montañas, y abandonó la isla.

Durante su retiro, el mundo que conocía había cambiado. Los humanos prosperaban y se multiplicaban. Sus ciudades cubrían los continentes. Los reinos de las razas primeras menguaban. Y de entre todas las culturas humanas, la talasocracia malvanesa era la más pujante. Entre ellos vivió una nueva vida: la del pirata aventurero. 

Ahora caminaba por entre las columnas cubiertas de hiedra y narcóticas flores de loto púrpura con aquella nueva forma, mientras danzaba desnuda al sol, recordando victorias y caricias junto a aquél que no se dejó moldear a su antojo.

Alta y atlética, de larga melena rubia, piel bronceada por la vida de la mar y perfecto equilibrio sobre la cubierta de su ágil liburna, recorría las costas occidentales de ambos continentes. Fue durante esta prolongada ausencia que los primeros malvaneses, en su pugna por frenar a sus rivales del Imperio Arcano, desembarcaron en Osknum, estableciendo allí una colonia de marcado carácter militar, que con el tiempo derrotaría a los Anc-lisbacut. De nada sirvieron ni su arrojo, ni sus armas de pulida obsidiana, ni sus plegarias, ni sus sacrificios, frente a la disciplina, las armas  de acero y la magia blanca de la Alianza del Libro. Si tuvo conocimiento de aquello, poco o nada le importó a aquella que mientras tanto se hacía llamar Yiorkthail. 

«Está en la naturaleza del mundo, que los fuertes ejerzan su voluntad, y que los débiles sufran las consecuencias.» Esa era la esencia de los poderes de la Espada y los vinculados a ella.

Siguiendo dicha doctrina, con los años se encontró al frente de una flota de forajidos sin dios, ni ley, saqueando e incendiando sin piedad, ni cuartel, a un bando y a otro, arcanos y malvaneses por igual. Tan grande llegó a ser el temor inspirado por sus rápidos barcos de aguzados espolones y velas del color del mar, que el hijo menor del rey malvanés, famoso por su bravura y la de su tripulación, Marduk, entonces apodado el intrépido por quienes bien le querían, y el bastardo por los que no, izó las blancas velas de su galera para darla caza.

Comenzó así la danza que tan cara le resultaba a su corazón. Los hizo perseguirla entre las islas volcánicas de los codiciosos enanos del Clan de Fuego, al norte. Los atrajo hasta las aguas dominadas por los brutales minotauros, al sur. Entre nieblas encantadas compitieron por el favor de sirenas y tritones. En cada nuevo desafío, Marduk se cobraba su tributo en bajeles piratas. Y mientras el príncipe navegante siempre encontraba voluntarios que se unían a su tripulación, ella cada vez estaba más sola. Hasta que un día no quedó a bordo de su liburna, la Garra, nadie más que su capitana. Llegados a ese punto, decidida a arriesgarlo todo por poner a prueba a su nuevo juguete, lo atrajo con argucias y engaños hasta un atolón perdido más allá de las Pentekai. Allí era donde tenía escondido el fruto de sus fechorías, un cebo más con el que tentar a aquél nuevo héroe. Y paciente le esperó. 

Cuando vio las velas de sus perseguidores asomar por el horizonte, retornó a su formidable apariencia draconiana y atacó la galera. Con sus alas formó vendavales que cambiaron su derrota y la empujó contra los arrecifes. Las balistas y arqueros de a bordo la dispararon, e ignorando las molestas flechas, con sus garras quebró los remos. Bien hubiera podido descargar su negro aliento sobre la cubierta, pero no era su intención acabar con los mortales, y una vez encallado el bajel, desistió en sus ataques, como un niño hastiado de un juguete roto. Había llegado el momento del cara a cara con el humano que tanto tesón y habilidad había demostrado.

Con la forma humana que las costas de Itnor y Alrus habían aprendido a temer salió a su encuentro, adornada con todo el bárbaro esplendor de una reina pirata. Su corta túnica del color de las olas dejaba descubiertas sus largas y torneadas piernas, lo mismo que sus bronceados brazos. Un cinturón de oro batido, cuajado de esmeraldas y rubíes le ceñía la cintura. Un collar de perlas y diamantes cubría su pecho. Un pañuelo de verde seda cubría su cabeza. El largo cabello rubio, recogido en una coleta, le caía por la espalda desnuda, cual cascada de oro viejo. Tan solo el sable de abordaje que portaba en su diestra carecía de ornamentos, más su hoja era de un oscuro metal que absorbía la luz y no devolvía reflejo alguno.


—¡Bien hallados, valientes! —los saludó levantando el arma a la altura de sus ojos negros, enseñando los dientes igual que el gato al ratón que tiene entre sus zarpas.


Instintivamente, la escolta del joven Marduk retrocedió, armas en ristre, buscando con la mirada enemigos emboscados. Él, en cambio, se adelantó intrigado. La curiosidad pintada en sus ojos azules. Una sencilla cinta de cuero adornaba su amplia frente, conteniendo la masa de despeinados rizos rubios que amenazaba con taparla. Vestía una fresca túnica de lino, tinta en azul cielo. Brazales y grebas de cuero protegían brazos y piernas. Al curvo filo de su kopis, lo mantuvo en su cinto.


—¡Bien hallada, capitana! —la siguió el juego— Muy sola se os ve.


Riéndose como si aquella fuera una broma que solo ella comprendiera, contestó, señalando con su ominoso sable en dirección al otro lado de la isla:


—¡Capitana de un barco sin tripulación, esa soy yo!


Nada en su postura o en su actitud traslucía el temor o inseguridad, que aquellos hombres curtidos esperaban de la que, hasta entonces, habían creído, era una mujer sola, extraordinaria, pero mujer mortal.


—Es una bruja, capitán —le advirtió su fiel segundo—. Matemosla, antes de que nos enrede con sus hechizos.


Pero él no dio muestras de dar el primer paso y llevar a la práctica su propio consejo.


—Entonces no encontraréis mi tesoro —se burló ella, al tiempo que con la mano libre desprendía su cinturón y lo arrojaba a los pies de los presentes como si fuera quincalla.


Rubíes y esmeraldas brillaban en la arena, atrayendo las miradas de aquellos hombres que habían dejado atrás a sus familias para embarcarse en pos de fama y fortuna. Todo cuanto deseaban se les ponía ahora al alcance, pero a su capitán no era la obtención de riquezas lo que le impulsaba. No, él era harina de otro costal. Lo que su espíritu anhelaba era llegar donde ningún otro había llegado, escribir su nombre junto a los de las leyendas con que se regalaban los oídos en los banquetes de su padre.

El pesado collar de perlas y diamantes hacía compañía en el suelo al cinturón de oro batido. Ni una mirada les dedicó Marduk. No así su tripulación, que con ojos como platos, se agitaban nerviosos.


—¡Qué oportuno entonces para vos —con media sonrisa en su rostro curtido por los elementos, contestó el medio celebtir—, que sea yo el capitán de una tripulación sin barco!


A lo que ella respondió clavando en la arena el negro sable, para acercarse, desarmada, a admirar de cerca al héroe que llevaba años buscando.


—Tal vez, entonces, este encuentro haya sido querido por los astros —le susurró seductora.

—Barco y tesoro a cambio de pasaje —impertérrito, mantuvo él las distancias… aquella vez.


Cuán estimulantes le resultaban los recuerdos pasados a su lado, mientras descendía los escalones cubiertos de vegetación, hacia el cenote sagrado, donde le esperaban las pálidas sacerdotisas encargadas de su baño ritual. Por puro capricho había iniciado a las hijas de los conquistadores en los secretos del culto a Thalis, la fecunda serpiente. Igual que había compartido con Marduk el oculto sendero que conducía a la inmortalidad. Juntos lo habían recorrido de la mano, superando cada oponente, cada obstáculo y cada prueba que el dios de la muerte había arrojado contra ellos. Y sin embargo, con el triunfo sobre las Torres de Morskul tornó el hastío, y con él llegaron la frialdad y la distancia. 

Por despecho, se acercó a su hermanastro, Adormar, esta vez como una belleza élfica de piel de alabastro, cabellos negros y mirada de ala de cuervo. A él, severo aristócrata de pura cepa, con ensortijados cabellos morenos y ojos grises, le sedujo con la promesa de someter a su voluntad al rayo y las tormentas. Tan solo debía consagrar su alma a Sthalos el Dragón de la Espada. 

Así destruyó la unidad de los celebtir, volvió a padres contra hijos y hermanos contra hermanos, y en la batalla final entregó a ambos príncipes al implacable dios de la muerte, quedando ella como reina y señora de Osknum.

Pero mientras cierra los ojos almendrados y las sacerdotisas enjabonan su larga melena morena, siente agitarse de nuevo el ansia en su pecho. Tal vez haya alumbrado el mundo un nuevo héroe. Tal vez sea la hora de adoptar una nueva apariencia, un nuevo nombre. Tal vez sea tiempo de vivir una nueva vida, de torcer destinos y conducir de nuevo a los mortales a su condenación.


Ilustración de Charles Agius sacada de ArtStation.

     Y si pensabais que en esta entrada no la iba a acompañar con un tema musical, os equivocabais. Aquí os dejo a Doro versionando el clásico "Egypt" (the chains are on) de James Dio:


    Estuve buscando una cover femenina de "Morgane Le Fay" de los Grave Digger, pero no conozco ninguna.

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