(Ital el JDRHM) Caminos Separados 24: Selid y Drinlar

      

Un toque pulp

     Una vez desechado el temor que las mantenía inmovilizadas, las dos mujeres demostraron una inteligencia viva, capaz de priorizar las necesidades inmediatas y anticiparse a las futuras. Sin entretenerse en preguntas ociosas, siguieron las indicaciones de Selid, al pasar junto a las literas de la tripulación, la mayor se detuvo y, con ojo experto, escogió unas alpargatas cómodas para ambas de entre el calzado por allí desperdigado. Justo estaban calzándose, cuando el primer par de channas bajaba a la bodega.

     El uno vigilaba la salida de los camarotes de la tripulación, mientras el otro abría una puerta que daba bajo el trinquete. El menudo venagozariano no les dio tiempo a lo que quiera que fuesen a hacer y atacó. Con un rápido movimiento, fruto de horas y horas de entrenamiento, arrojó un cuchillo, el channa que miraba en su dirección de hizo a un lado, pero el que estaba de espaldas no reaccionó a tiempo y la hoja se clavó en su costado, la criatura siseó dolorida, para luego emitir una ininteligible llamada, algo a medio camino entre el graznido de las gaviotas y el canto de las ballenas y recostarse en el suelo, las manos palmeadas conteniendo de mala manera la hemorragia. De poco le iba a valer si no recibía pronto ayuda experta, los venenos aprendidos en Slateran impedirían cerrarse a la herida.

     Sobre la cubierta se oía como la actividad iba en aumento, pero nadie acudía en ayuda del caído. Tras él, Selid vislumbró el brillo del metal y lo que parecían haces de lanzas, las armas de la tripulación, sin duda. No había tiempo que perder, si más channas descendían, se vería sobrepasado. Aún tenían una oportunidad de salir con bien.

     Con esta idea en mente, arrojó un segundo cuchillo a la figura yaciente, silenciando sus gritos, desenvainó su cimitarra y dio un paso al frente, desafiando al channa restante. La criatura encogió el cuello, chasqueó los afilados dientes y avanzó veloz. Era éste un adversario rápido y fuerte, en menos de un parpadeo estaba encima de Selid, que retrocedió para mantenerse fuera de su alcance, dio un par de pasos a un lado, interponiendo la escalera que subía a cubierta entre ellos y desviando la atención del channa de la entrada a los camarotes. No podía permitir que la criatura descubriera la fuga de sus prisioneras.

     Ellas, por su parte, haciendo gala de su buen juicio, habían regresado a la bodega, no querían convertirse en un estorbo, allí revolvieron cuanto encontraron, buscando cualquier cosa que pudiera serles útil, mientras el venagozariano y la criatura se medían mutuamente, moviéndose en círculos, tratando el uno de sobrepasar las defensas del otro. Ahora era el turno del channa moteado de retroceder ante los tajos lanzados por el menudo guerrero, el tiempo estaba de parte del ser, parecía sonreír mientras dosificaba sus fuerzas, consciente de que la ayuda no podía tardar, en este juego del gato y el ratón, la ventaja estaba de su parte.

     Selid lo sabía también, sin perder de vista a su rival, con la mano izquierda tanteaba los numerosos compartimentos de sus cinturones cruzados sobre el pecho, mientras su mente maquinaba una salida a las tácticas dilatorias de la criatura, al fin su mano se posó sobre aquello que estaba buscando. Sus movimientos no pasaron desapercibidos tampoco para su adversario, éste entrecerró sus ojos de serpiente y pasó al ataque, no estaba dispuesto a permitir que su presa intentara lanzar uno de esos cuchillos de los que parecía tan bien surtido. Con uno de esos gritos estridentes, se abalanzó sobre Selid, las zarpas palmeadas buscando su carne y sus fauces abiertas goteando saliva. Él retrocedió apresuradamente y resbaló en la descuidada cubierta, o eso pareció a ojos de su rival, que, confiado en su victoria, se dejó caer sobre el humano con ánimo asesino. Entonces el venagozariano se llevó la mano a la boca y sopló con fuerza, una nube narcótica alcanzó en toda la cara al sorprendido channa, que inhaló el polvo de loto púrpura sin remisión, aturdiéndolo. Con sus reflejos mermados, desorientado y confuso, ahora era una presa fácil, Selid dejó caer su diminuta cerbatana, apoyó su mano izquierda en el suelo para frenar su caída y propinó una fuerte patada al vientre del channa, que lo obligó a retroceder. La criatura aún estaba intentando comprender qué le ocurría, cuando el experimentado guerrero ya había dado una voltereta para ponerse en pie y caído sobre él, clavándole su cimitarra en el costado, perforando del riñón, al pulmón. Aún incrédulo, el channa moteado balanceaba de un lado a otro la cabeza, mirando de hito en hito al humano que lo había derrotado, cuando la luz que habitaba sus ojos se apagó y se dejó caer sobre él.

     Mientras esto ocurría, el resto de la tripulación a bordo de El Atrevido estaba en cubierta plantando cara a los otros dos intrusos. Su primera reacción al descubrir la presencia de extraños en torno a su navío, había sido eliminar los medios de huida de sus enemigos. Al no conseguirlo, se dividieron, media docena, tal vez más, se quedó abajo para evitar que el bote escapara, y el resto, entre ellos varios heridos, subió al barco en busca de lo necesario para acabar con ellos. Una vez arriba, empero, se toparon con la indeseada presencia de Caethal y Drinlar todavía en el camarote del capitán. Se sabían descubiertos, pero aún no estaban vencidos.

     Al frente de los regresados, emitiendo órdenes en su chirriante idioma, se encontraba un channa de escamas azul turquesa. Una suerte de aleta de un vivo carmesí, con forma similar a la de un pez vela, le nacía de la base de la espalda y le llegaba casi hasta el cuello, en la frente lucía una cresta igual de llamativa, lo que le daba la apariencia de llevar un yelmo sobre su cabeza. Además, sobre los hombros portaba una pieza ornamental confeccionada con lo que parecía una dentadura de tiburón, que realzaba su presencia, otorgándole un aire regio, sacerdotal o ambas cosas. En su centro, a la altura del cuello, manos laboriosas habían horadado el hueso para engastar una perla del tamaño de un puño, su color era rosado, oscuro y a trazas, sanguinolento.

     —Bueno, Drinlar, puedes quedarte con la caja —dijo el mago señalando a la ominosa joya.

     —¿Seguro que es ésa? —con evidente disgusto siguió su mirada y desenvainó sus armas.

     —Absolutamente seguro —tan serio como la parca aseveró Caethdal.

     —El Corazón del Rey —murmuró ella, respirando profundamente al tiempo que recurría a sus reservas de energía mental para aumentar su fuerza, velocidad y resistencia.

     —La Sangre de Thalis obedecerá a su portador —salmodió el diantari caído, como entre sueños, conjurando al tiempo un manto de sombras en torno suyo y de su compañera.

     —Tenemos problemas, grandes problemas —dejando atrás el camarote, para no verse atrapados en él, añadió ella—. Son criaturas de las profundidades, no creo que estos trucos valgan.

     —No es para ellos —replicó él con un suave murmullo, su cuerpo licuado, fundido en la oscuridad, sólo el blanco de sus ojos y sus dientes visibles en la noche, avanzando a la par de su amiga—, si no para mí.

     —Se interponen entre nosotros y Selid —dijo ella, preocupada, al ver descender a dos de ellos a la bodega.

     Las criaturas, en torno a una docena, desconcertadas ante su arrojo, retrocedían confusas. No estaban preparadas para el despliegue de poder de los intrusos. Su líder los exhortaba a avanzar con sus gritos estridentes, mientras frotaba con su mano palmeada la codiciada perla y miraba de soslayo por la borda, esperando algo que no llegaba. Pero sus seguidores habían aprendido a temer la magia de la superficie. 

     Aprovechando su falta de espíritu combativo, la sombra en que se había transmutado Caethdal descargó sobre ellos una ráfaga tras otra de afiladas esquirlas de energía oscura. No era un conjuro capaz de infligir grandes daños, pero frente a unos enemigos tan desorganizados causó el efecto deseado, limpiando el lado de estribor de obstáculos para que Drinlar y él pudieran pasar al otro lado e impedir que más channas bajasen a la bodega.

     En esas estaban, manteniendo a raya a las criaturas con acero y magia, que seguían sin demostrar la voluntad de lucha que se les suponía, y cuyos heridos se habían retirado al castillo de proa, cuando un nuevo banco de channas regresó a El Atrevido.

     Al contrario que los grupos anteriores, que habían llegado desnudos y desarmados, a tenor del revoltijo encontrado en los camarotes, tal y como habían salido del barco, los recién llegados vestían arneses de cuero y portaban arpones de hueso, como los atacantes de La Rana Saltarina. Además, su llegada insufló nuevos ánimos a sus congéneres, que renovaron los ataques sobre Drinlar, quien con sus disciplinas potenciadoras activas, no les daba cuartel, su wakizashi destellando de luz, surcando de heridas la carne inhumana, mientras se defendía de los escasos golpes que la llegaban con su tantō. En cuanto que la oscura forma del mago les resultaba inalcanzable, como ya habían sufrido con los elementales de Adrastos, y trataban de mantenerse alejados de él y de los haces de oscura energía que proyectaba, indistintamente contra ellos o contra el barco, provocando lluvias de astillas con las que barría la cubierta allí donde varios de ellos se congregaban.

     Así estaban las cosas, cuando Selid ascendió a cubierta, seguido por la mujer, que se había echado al hombro un rollo de cuerda, lista para descolgarse barco abajo, y de la niña, los ojos llorosos, tiznada la cara y tosiendo. Pues mientras su salvador luchaba, ellas habían prendido fuego al buque, escenario de sus pesadillas futuras.

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