(Ital el JDRHM) Caminos Separados 9: Adrastos y Caethdal

 


—Haya paz entre nosotros —Alzando ambas manazas, conciliador, si, pero sonriendo como un gato satisfecho, concedió Adrastos —Venga, subamos a mi despacho.
—Mejor será, vamos. —Más sosegada, aceptó ella, entornando la mirada hacía Caethdal. —¿Y tú?
—Bien, subo —Aceptó el aludido la invitación, recogiendo su sombrero con gesto cansado, dejando traslucir, por un instante, los años que en verdad tenía. —No hace falta que me mires así.
—Entonces seguidme —Los interrumpió, ahora sin chanzas, el orondo posadero, echándose el trapo de limpiar el mostrador al hombro.

El piso de arriba recordaba también a los camarotes de un barco. Su último navío, la "Sirena", había sido una carabela ágil y marinera. Pensada para dar golpes rápidos, o escoltar barcos más pesados, como su otrora orgullo, el "Titán", la nave capitana de la armada tahossiana, perdida años atrás.
La escalera, que continuaba luego hasta la terraza, daba primero a un descansillo, dos ventanas redondas a cada lado lo iluminaban. Después un largo pasillo, cuatro puertas a cada lado, para otras tantas habitaciones, dos lámparas de aceite para cada pared, y al fondo, tras tres escalones, como si fuera el puente de mando de su añorado galeón, con un par de lámparas más, el despacho de Adrastos, con el símbolo de la Balanza superpuesto a un ancla y un delfín, animal asociado a Istol, saltando sobre ella, en hierro forjado, adornando su puerta.

—Aquí podemos discutir cuanto queramos —Dijo el anfitrión, mientras sacaba un manojo de llaves de su grueso cinturón y abría la puerta.

El despacho era espacioso, si bien estaba desordenado, contaba con cuatro ojos de buey, dos a cada lado. Y con una escalera que subía, era de suponer, a la estancia privada del capitán.
Los muebles, atiborrados de recuerdos, libros apilados, mapas abiertos, cartas náuticas desplegadas, sextantes, tinteros y plumas, eran de una madera de cedro especialmente aromática y muy apreciada, típica de Targorn.
En una estantería, inusualmente ordenada, Caethdal reconoció los diarios de navegación de Adrastos, y junto a ellos, un retrato suyo, años más joven, con una mujer morena, de mandíbula cuadrada y enérgica, con el pelo corto como un chico y un niño en brazos.

—¿Un retrato familiar? —Preguntó con suavidad, el otras veces desabrido mago. —No sabía...
—Somos Cornelia y yo —Con deje de tristeza contestó él, en lo que despejaba de libros un par de sillas —Disculpar el desorden, desde que esa malhadada tripulación apareció no he dejado de cotejar rutas, mapas y puertos. —Cambió de tema.

A lo que el elfo dirigió una mirada inquisitiva a Drinlar, que llevándose el dedo índice a los labios le indicó que no insistiera.

—Caethdal no sabe de qué le hablas —intervino ella, cogiendo con ambas manos la robusta silla que él movía con ligereza con uno de sus brazos.
—Es cierto —Se rascó descuidado la calva con la mano ahora libre. —¿Recuerdas a Filodiel el capitán de "El Atrevido"?
—¿Filodiel de Nualembeth? Por supuesto. Pero lleva muerto… ¿80 años?
—¿Y si te digo que su barco fondea cada dos estaciones aquí? —Le preguntó Adrastos, tomando asiento en el mullido butacón color crema que presidía la mesa de su despacho.
—Que no es posible. —Zanjó el elfo la discusión con un ademán de su diestra.
—Yo también lo he visto. —Intervino Drinlar, conciliadora. —Y él a mí, pero quien quiera que se oculte bajo su cara, no sabía quién era yo.
—No puede ser, viajamos en su barco… ¿Cuántas veces?
—Si, su barco… —Añadió Adrastos pesaroso —Su manteniendo es penoso, esa tripulación trabaja lo justo. Duele verlo.
—Aun así, es un milagro que surque los mares. El Tirano Rojo decretó su destrucción. Sus draktars le dieron caza sin descanso, con su magia menguada por el Colapso… —Apretando los puños con crispación, se exaltó Caethal al recordar el destino del maestro de los elementos.
—Las flotas de Targorn y Shagir no eran rival para él. —Coincidió el posadero.
—Y tú las tenías más que ocupadas. —Dijo la elfa, arrancándole una sonrisa de orgullo al curtido marino.
—Pero cuando Elmor el Renegado y Fuegocruzado el Carmesí se sumaron a la cacería —Interrumpió el mago sus gratos recuerdos con amargura. —Fue demasiado hasta para Filodiel.
—Y su muerte, supuso el triunfo entre los martari, de los partidarios de ocultar Inealeth con toda su magia restante. —Con pesar, terminó Adrastos por él.
—Le hundieron frente a las costas mismas de Sagal. —Hurgó Caethdal en la herida, como él solía, frunciendo sus finos labios. —Estábamos allí. Y le fallamos.
—Salvamos a los que pudimos. —Trató ella de consolarlo, acercando su delicada mano a los puños apretados de él.
—Y seguimos con nuestras vidas. —Masculló, rechazando su contacto y mirando por el ojo de buey.
—Seguimos luchando. —Se reafirmó Adrastos, apretando los dientes. —Y no vamos a permitir que se burlen de nuestros muertos.

A lo que todos los allí reunidos asintieron, solemnes, sumidos en sus recuerdos, guardando un respetuoso silencio por los amigos caídos.

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