(Ital el JDRHM) Caminos Separados 7: Caethdal y Drinlar
Adrastos la había dejado sola. Sus obligaciones en la cocina, se había excusado el bonachón excapitán. Nadie que le hubiera conocido después de abrir "La Sirena Varada" hubiera podido imaginarlo al frente de la flota corsaria del archipiélago de Tahoss. Combatiendo con fervor justiciero en nombre de la familia real. Manteniendo encendida la llama de la esperanza en cada puerto del Telegureh. Midiendo una y otra vez sus habilidades contra las de los líderes piratas Barnabás y Tranguel.
—Uno, dos, tres, cinco, siete y once —Tarareaba Drinlar, pensativa —Una vida para los humanos comunes, dos para los medianos, tres para los linajes benditos, cinco para las castas que no deben nombrarse, siete para los clanes enanos y once para las familias bendecidas...
Cierto, divagaba ella, dando delicados sorbos a su copa, con un ligero mohín en sus labios, la lucha emprendida por Adrastos y los suyos no había sido igualada. Superados en recursos, la ayuda que rogaron a la Resistencia fue escasa e ineficaz. Fueron todas y cada una de sus costosas victorias, derrotas demoradas. No podía estar en todas partes.
Su patria no fue liberada. El linaje de sus señores naturales, brutalmente cercenado. Su flota, desbandada. Sus barcos hundidos y sus miembros capturados.
Cada vez quedaban menos y menos de los suyos. Conservaba parte de sus contactos en los puertos afines al Libro y la Balanza, pero ya no estaba en posición de renovarlos. Se consolaba con sus guisos, las visitas de conocidos como Drinlar y su nueva cruzada personal: ayudar a salir de las calles a los muchos jóvenes perdidos que pululaban por ellas, malviviendo de pequeños hurtos. Para ello, recurría, tanto a la ayuda de Cornelia, como a las nuevas amistades que había cultivado, como honrado tabernero, entre los marinos mercantes que fondeaban con frecuencia en Esgembrer.
—El mundo es más grande que esta ciudad… —Empezaba con gesto serio —Y la mayor parte está más limpio —Terminaba guiñando el ojo.
Por todo esto, sus pensamientos siempre volvían al mar. No dejaba de interesarse por los barcos que llegaban, por los destinos de los que partían, y si se daba el caso, y reconocía a alguno de sus viejos camaradas, el mismo acudía a su encuentro.
Así fue como se toparon con el asunto que se traían entre manos, cuando el "Atrevido" y su tripulación hicieron su aparición en el puerto.
Era tal navío el amor y orgullo de su capitán, el martari Filodiel, mentor primero y compañero en la lucha contra la flota del Rojo después. Muy pocos conocían las corrientes del Telegureh y del Mar de Zafiro como el indómito elfo de los mares, y ninguno se atrevía a recorrer los arrecifes de Istolad, o los arenales de Pradescord, con la seguridad que su veteranía le otorgaba. Diestro en las artes de la luna azul, amigo de la Corte del Amanecer, él y su tripulación no tenían rival sobre las olas. Una y otra vez hundían, desarbolaban o burlaban a enemigos más armados, o más numerosos. Eran una brillante espina de maderas nobles y plata élfica que asaetaba, rápida y certera, el costado del imperio oriental del Gran Rojo con magia y acero. Un faro en la tempestad. Una afrenta intolerable para el Heraldo de Sthalos.
Contaban que la noticia de su llegada golpeó a Adrastos con la fuerza de las emociones reprimidas largo tiempo. Sin detenerse a recompensar a los golfillos que vigilaban el puerto y le traían nuevos clientes, abandonó la taberna sin mediar palabra. Caminaba con la mirada perdida de los dementes, sin devolver los saludos que le dirigían, avanzando a trompicones entre el gentío. Después, conocidos y clientes dirían, unos, que parecía ebrio y otros, que febril y delirante.
—No puede ser cierto —Se repetía a sí mismo, mordiéndose el labio inferior, les contó a Selid y a ella, cuando Meldoried los envío a petición suya —No puede ser. Lo vimos arder.
Y a tenor de los acontecimientos, habría sido mejor, que todo fuera un trágico error.
Esa era la línea de pensamiento de Drinlar cuando vio entrar a quien un tiempo consideró un hermano. Con la capa doblada sobre el antebrazo izquierdo, con la derecha se quitaba el sombrero de ala ancha, descubriendo los desnudos lóbulos de sus puntiagudas orejas asomar por entre sus negros rizos. Y un deje de tristeza, fruto del desencanto, afloró a los ojos grises de la desenvuelta craistari, pero se recuperó con presteza.
Entre tanto, Caethdal tomaba nota mental de la disposición de la sala, ocho mesas de hasta seis comensales cada una, con un par de bancos largos perpendiculares a la pared, cuatro a cada lado, dejando un pasillo central para la concurrencia. Una docena y media de comensales sentados a las mesas, entre marinos y comerciantes, un trio de estibadores a un lado de la barra y un par de mozos sirviendo las mesas. Ninguna amenaza aparente.
No pasó por alto las salidas alternativas: cocinas y escaleras arriba. Las ventanas estaban enrejadas, con artísticos motivos marineros malvaneses, olas, delfines, caballitos y estrellas de mar, pero enrejadas al fin y al cabo. Tampoco eran un obstáculo para alguien con sus habilidades, pero, como en su encuentro con Selid, prefería no depender de los caprichos de Malembeth.
Sólo una vez que terminó de examinar el lugar, se permitió el diantari encaminarse hacia Drinlar con una sonrisa en sus afilados rasgos. Mientras que los allí congregados, después de dedicarle miradas de soslayo, no tardaron en volver a sus asuntos. "La Sirena Varada" era famosa justo por lo variopinto e inusual de su clientela. Y el rumor de las conversaciones subió de nuevo al volumen previo a la llegada de Caethdal.
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