(Ital el JDRHM) Caminos Separados 8: Drinlar y Adrastos





      —Muy sola te veo —Apoyándose de espaldas a la barra, sin dejar de vigilar a la clientela, con una mueca a guisa de saludo, la dijo el mago, al tiempo que posaba con cuidado su sombrero. —¿Dónde has dejado a tu sombra venagozariana?

—No hace falta que seas tan desagradable —Lo interrumpió ella, con tono cortante, más del que quería, pero la decepción inicial había dado paso a una ira sorda. —Selid ha ido al templo de Aubea para avisar a Szim de que es la hora.

—¡Caramba! —Exclamó él, burlón —Si os habéis traído al gato…

—¡Caethdal! Depón esa actitud o vete —Conteniendo la rabia, que los desprecios del diantari no hacían más que alimentar, lo reprendió.


A lo que, de improviso, una tos grave al otro lado de la barra los sobresaltó a ambos y los hizo volverse a mirar. Azorada, como pillada en falta, ella. Desdeñoso y satisfecho de sí mismo, él.


—Veo que la larga vida de los elfos tiene un precio. —Con falsa inocencia, comentó Adrastos, que sostenía una bandeja de aperitivos en la mano, mirando a Drinlar, e ignorando deliberadamente a Caethal

—¿Qué precio? —Aún sorprendida preguntó ella.

—Una adolescencia aún más larga —Contestó el posadero con total naturalidad, señalando con la cabeza al altivo diantari. 


Y en las mismas, con un gesto, llamó la atención de uno de los camareros para que repartiera los platillos de calamares fritos, aliñados con limón, por las mesas de los clientes.


—¿Adrastos? Te veo viejo… y gordo. —Contraatacó el mago.

—¿No me digas? —Socarrón, siguió este a lo suyo —Pues a ti te veo igual de inmaduro, atascado en una fase de rebeldía estéril…

—No he venido a que me insulten. —Protestó el diantari, irguiéndose todo lo alto que es.

—… hiriendo a quienes les importas...

—Esto ha sido un error. —Moviendo la cabeza, echó la mano al sombrero.

—… incapaz de tragarte tu orgullo...

—¡Basta los dos, por la Fundadora! —Juró Drinlar apretando los puños hasta poner los nudillos blancos. —Espero mucho más de ambos.


Ahora fue el turno de Caethdal de dar su brazo a torcer. Tanto por el cariño que le tenía a ella, como por demostrar a Adrastos que no tenía razón… del todo. La parte de verdad en sus palabras le escocia como una llaga abierta. Pero no quería darle la satisfacción de saber cuánto le dolía.

Todos, incluso su madre, habían dado por hecho que fue él quien abandonó la senda luminosa de la luna blanca y no fue así. Cuando Shira de Namcor y sus partidarios destruyeron las Llaves, desestabilizaron la magia de Ital. La mayoría de los magos perdieron el contacto con los Espectros de Aystria, la fuente de su magia, otros, perdieron el control y murieron de agotamiento, sólo unos pocos conservaron, menguados, sus poderes. 

El, Caethdal, a quien otorgaron el sobrenombre de "el Brillante" dado el alcance de su poder, con toda su maestría y dominio sobre la senda de Balembeth, fue uno de tantos que, a efectos prácticos, quedó inerme, indefenso, incapaz. Aquél, sobre el que tantas esperanzas habían depositado, en la hora de mayor necesidad de los suyos, no fue más que un estorbo.

Y peor aún, cuando la Resistencia sacó a los Espectros de la Magia de su letargo, el poder de la luna blanca lo rehuyó primero, y lo rechazó después. Ya nunca volvería a ser Caethdal el Brillante.


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