(Ital el JDRHM) Criaturas y Leyendas 10. De tracos, seros y vagas. Parte 12.

 

    Hola a todos.

    Aquí estoy sentado delante del ordenador antes de comer, que de lo contrario ya sé lo que pasa: "me echo un rato y luego me levanto". Una de esas mentiras que me repito a menudo. En fin, la historia de Sebas continúa perezosa cual río por el llano:

Imagen generada por Copilot a partir del texto original.

"Los vagas se detuvieron un momento frente al portal que los llevaría de regreso a la Vigilia. Las rocas azules del megalito rezumaban humedad. La luz veraniega que inundaba el nudo arrancaba destellos de las gotas de agua condensadas en el musgo que lo cubría. Los tres amigos se calaron las capuchas de sus capas, bien sabían que al otro lado les esperaba el frío y la nieve del crudo invierno. Sebas les dirigió una mirada inquisitiva y al ver qué los dos hermanos asentían dio un paso al frente. Nin metió la mano en el bolsillo y lo siguió sin soltar su amuleto. Flo se volvió un segundo para despedirse una vez más de sus nuevos amigos y caminó confiada hacia atrás agitando sonriente el brazo derecho. Por un instante creyó ver una sombra cruzar delante suyo, pero cuando quiso volver la cabeza y fijarse mejor ya estaba en el limbo que separa ambos mundos.

Al contrario que la vez anterior, sintió un tirón extraño durante la transición. Un vértigo inesperado la asaltó tan pronto recuperó el control de sus miembros. Sobresaltada, Flo abrió los ojos como platos. Sus pies chapoteaban en la orilla de un estanque de agua tibia y cristalina. Grandes nenúfares flotaban perezosos en él. Sauces, narcisos y lirios asomaban aquí y allá. El croar de las ranas y el zumbido de los insectos completaban la bucólica estampa.

—¡Esto no es el bosque de Auxerr! —protestó Nin dando patadas al agua para salpicar a Sebas— ¿A dónde nos has llevado Carapatata?

—No lo entiendo —se defendía el mediano protegiendo la cara de las salpicaduras con su antebrazo.

Mientras, Duende saltaba del uno al otro ladrando y meneando la cola como si aquello fuera un juego más. Nerviosa, Flo buscó con la mirada el portal por el que habían cruzado y no lo encontró. Asustada se acercó a Sebas y le dio un tirón de la manga izquierda.

—La puerta de piedra no está —dijo conteniendo a duras penas las ganas de gritar.

—Lo sé, lo sé —contestó él dándole la espalda a Nin para evitar que empapase a su hermana—. Estamos en el estanque de Verdefila, la reina rana.

—¡Bueno, al menos sabes dónde estamos! —resopló Nin con los brazos en jarras.

—¿Y cómo se sale de aquí?

—Hay un tronco viejo y nudoso que conecta con la orilla del Robinoa. Pero para llegar a él hemos de pasar por el Gran Nenúfar de Verdefila.

—¿Y qué problema hay? ¡Vamos! —le urgió a abrir camino el impaciente vagas.

—Esta vez será un poco más complicado —suspiró Sebas dirigiéndose a Flo con una mirada avergonzada—. Verdefila puede ser muy caprichosa...

Sin embargo, no quiso explayarse más y les indicó que lo siguieran. En la orilla el agua era poco profunda. Con la ayuda de su bastón acercó un nenúfar que consideró lo bastante grande para transportarlos a todos y con cuidado de no volcarlo se subieron en él. Menos sutil fue su peludo amigo que, aún a riesgo de hundir su improvisado bajel, saltó ladrando entusiasmado y Sebas lo tuvo que reñir. No obstante, al sentir bajo sus patas el bamboleo del agua, el perrito obedeció a su amo y se enroscó sobre sí mismo en el medio de la planta. Sin perder más tiempo, Sebas utilizó su bastón a guisa de pértiga para impulsar la planta. La eficaz economía de movimientos de la que hizo gala convenció a sus compañeros de que sabía lo que hacía. Enseguida tomaron sus propios bastones y aunaron fuerzas remando a la par. 

Pronto se toparon con el primer onírico: un duende rana de figura flacucha y desgarbada que, vestido con sombrero y chaleco amarillo, sentado perezoso en su propio nenúfar, dormitaba con una caña de pescar entre sus manos palmeadas. Al verlos, ladeó curioso su sombrero y escupió al estanque la brizna de hierba que chupeteaba con la boca. En ese momento, el sedal se tensó, pillándolo desprevenido, y casi se le escaparon caña y pescado a un tiempo.

Excitado por la súbita actividad, Duende se incorporó meneando la cola y empezó a ladrar. Esta vez fue Flo la que dejó de remar, los brazos doloridos por el ejercicio desacostumbrado, y lo calmó acariciándole la cabecita.

Entre risas y gritos de triunfo, el onírico les enseñó orgulloso el fruto de su paciencia: una hermosa carpa dorada tan larga como uno de sus brazos. Todavía coleaba su captura, de manera que, distraído como estaba al saludar sonriente a los vagas, no vio venir la sacudida con que el pez de brillantes escamas lo golpeó en toda la cara para, de una zambullida, sumergirse en las aguas cristalinas.

Todos los presentes se miraron boquiabiertos sin saber muy bien cómo reaccionar, hasta que el habitante del nudo, sin perder su buen humor, encogió los hombros huesudos y volvió a sentarse en su nenúfar para cebar de nuevo el anzuelo y echar la caña otra vez.

Allí le dejaron, con el sombrero sobre los ojos, sesteando mientras el sedal se mecía bajo la brisa, cuando un fuerte zumbido sobre sus cabezas atrajo la atención de los medianos. 

—¿Pero qué es eso? —alarmado, preguntó Nin al tiempo que señalaba un punto en el aire asiendo su bastón igual que si fuera un lancero esperando la carga de la caballería enemiga.

—No pasa nada —dijo Sebas tranquilizador—. Siéntate y deja que te vean.

—¡Qué no pasa nada dice! —exclamó el vagas incrédulo buscando el apoyo de su hermana— ¿Pero tú has visto el tamaño de esos bichos?

La aludida no contestó, en cambio hizo visera con su diestra para ver mejor al par de criaturas voladoras.

—Son como libélulas. Sus alas del color del arcoíris —musitó maravillada.

—En efecto, son las centinelas del lugar —les explicó Sebas, sujetando a Duende que gruñía por lo bajo en su dirección—. Salir de aquí hubiera sido más fácil si no nos hubieran visto —suspiró chasqueando la lengua.

—¿Qué es lo que no nos has contado, Carapatata?

—Antes había una pequeña posibilidad de no ver a su señora, Verdefila. Ahora sin duda nos conducirán a su presencia.

—¡Aaah! Ya entiendo, Carapatata… tú te querías escaquear.

—No seas malo —lo interrumpió su hermana con un leve codazo.

—¡Pues no lo defiendas siempre!

Parecía que los hermanos iban a discutir, cuando los insectos gigantes los acallaron con el zumbido de sus traslúcidas alas multicolores. Sus cuerpos alargados subían y bajaban en el aire, mientras sus facetados ojos compuestos los examinaban cautelosos. Bajo el abrazo de Sebas, Duende se tensó, listo para saltar en caso de amenaza. Al cabo de un rato, una de las libélulas alzó el vuelo y aceleró en línea recta, en tanto que la otra permaneció zumbando con insistencia junto al nenúfar de los medianos.

—¡Está bien! ¡Está bien! —protestó Sebas un tanto contrito, igual que si le hubiesen pillado en culpa— ¡Íbamos allí de todos modos!

Y dándole la espalda a su indeseada escolta hundió la pértiga en el agua mientras Nin lo contemplaba sonriendo de oreja a oreja.

«Lo admito, Carapatata: me muero de ganas por averiguar qué te estás callando», pensó el mayor de los Conejero, para luego sumar con entusiasmo la fuerza de sus brazos al esfuerzo común."


    Está demostrado que si leo, no escribo. Ya me queda poco para terminar "Wrath" de John Gwynne. Espero quedar empachado por una buena temporada y darle más a la tecla. Entre tanto os dejo en compañía de los Blackmore´s Night y su versión de la clásica "Wind in the Willows":

    Nos leemos.

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