(Ital el JDRHM) Criaturas y Leyendas 10: De tracos, seros y vagas. Parte cinco.
Hola a todos un día más.
Hoy vuelvo con Sebas y sus aventuras entre la gente grande.
![]() |
Tan bella llegó a ser la humana Tantras que despertó la envidia de los dragones de Lundune... |
"La luz se filtraba perezosa por el ojo de buey. Las partículas de polvo prendidas en la atmósfera cargada destellaban a su paso. La bodega apestaba a sudor rancio y ropa sucia. Sebas, repantigado sobre las velas de reserva, acariciaba distraído la cabecita de Duende. La travesía hasta Tantras se le estaba haciendo eterna.
La tripulación del mercante elegido por Gautier, la Culona Traviesa , no había recibido de buen grado su presencia a bordo. Él había puesto de su parte para ser aceptado. Se había ofrecido a fregar la cubierta y a ayudar en cocinas, pero su buena voluntad se topó con la frialdad y el desdén de los marineros a bordo. Para ellos era una rareza, un riesgo desconocido. Supersticiosos y desconfiados, lo evitaban cuanto podían y se llevaban la diestra a la entrepierna cuando se cruzaba con alguno de ellos para alejar el mal de ojo.
Además, su supuesto amigo, apenas zarparon con el convoy malvanés, le dejó de lado y pasaba las horas bebiendo con el capitán. Peor era cuando regresaba borracho dando traspiés y lo abrumaba con su cháchara incesante.
—Mañana cambiaremos de rumbo —lo abrazó pegajoso, el aliento impregnado en alcohol—. Dejaremos atrás a esos arrogantes malvaneses y los honrados mercantes tantresios seguiremos por nuestra cuenta. Pronto llegaremos a nuestro destino. Ya lo verás. ¡Tantras! ¡El mejor lugar del mundo! ¡El reino de los tres soles! Estoy deseando regresar. Mis hijos se alegrarán de verme. Estoy seguro, mi pequeño amigo…
Mientras Gautier lanzaba su perorata, el mediano se miraba los dedos de los pies. Se había percatado de lo mucho que llamaban la atención sus pies descalzos. La tripulación del Atrevido no se lo había tenido en cuenta. Sin embargo, los tantresios de a bordo le llamaban «el mono amaestrado de Gautier». Sebas no sabía qué era un mono, pero no le gustaba como se reían cuando lo decían. Lo tenía decidido. Tan pronto desembarcara, se compraría unas polainas de esparto iguales a las de los marineros. Parecían cómodas y calentitas. Eso no lo podía negar.
—...ya lo verás. La nación de los tres soles nos llaman. Pero no depende del cielo la prosperidad de mi tierra, sino del agua. Tres son, eso sí, los ríos que la riegan. A ellos les debemos el pan de nuestros hijos. Pronto los verás. Remontaremos el Vorona hasta llegar al corazón del reino…
En efecto, al contrario que las de otros estados colindantes, la capital de Tantras no estaba en la costa. Los tantresios no eran un pueblo marinero como sí lo eran malvaneses o rasaolianos. De hecho, dependían de los primeros para navegar largas distancias lejos de la linea de costa. Sus barcos, de una vela, alargados y de bajo calado, tampoco eran rival para la flota celebtir o la khenmita. Tampoco era una cuestión que preocupase a la Corona Solar. Su gobierno estaba volcado en la defensa y correcta administración de su territorio. Algo que Sebas pudo ver de primera mano tan pronto la Culona Traviesa entró en el estuario del río Vorona.
Desafiando el rechazo de la tripulación, subió a cubierta en cuanto oyó el grito de tierra a la vista. Enseguida salieron a su encuentro dos barcos largos, ambos portando el estandarte azul con los tres soles amarillos. Tras un colorido intercambio de banderas que el mediano no comprendió, las ágiles embarcaciones fluviales escoltaron al panzudo navío mercante rio adentro.
La Culona Traviesa había salido cargada con vino y grano itnoriano para regresar con telas tintadas y especias alrusianas. Pocos tantresios iban tan lejos, pero el nuevo enclave de Tahoss les brindaba una nueva oportunidad de negocio. Negocio del que la corona, por medio de la nobleza de toga a su servicio, recaudaba su parte por medio de aduanas. De que las leyes fueran respetadas, y los caminos seguros, se encargaba la vieja nobleza de espada.
Desde la cubierta, Sebas no perdía detalle de cuanto veía. A cada lado del río se divisaba una torre de piedra rodeada de murallas. De muros recios y cuadrados, la ausencia de ventanas, tan sólo unas estrechas arpilleras, daban fe de su solidez. Sobre ellas ondeaba el consabido estandarte azul celeste.
Una vez que los agentes reales fueron recibidos a bordo, estos comprobaron escrupulosamente la exactitud de los manifiestos de carga. Si repararon en el niño descalzo que los miraba con grandes ojos curiosos, no dieron muestra de ello. Los soldados de librea azul y amarilla que les escoltaban se mostraron en todo momento respetuosos de su dignidad y de la ajena, sin incurrir ni en abusos, ni en desprecios. Después de la desagradable actitud de la tripulación, el mediano encontró en ese cambio motivos de esperanza. Las casas que veía a orilla del río, con su primer piso de piedra seca y el segundo de madera, sus huertas de legumbres y hortalizas y algún que otro frutal, ya fuera un manzano, un naranjo, o un ciruelo, le causaron también buena impresión. Además, más allá de campos y viñedos, se divisaban bosques húmedos y frondosos. Tenía que admitir que a lo largo del viaje la conducta de Gautier le había hecho albergar profundas dudas acerca de la veracidad de sus palabras. Recelo que fue abandonando conforme remontaban el ancho río. Incluso la tripulación pareció relajarse al navegar bajo la seguridad del cauce conocido. En verdad que el viejo reino de Tantras se presentaba ante sus ojos plácido y beatífico cual amanecer de primavera. Lejos quedaban los aciagos días por venir: la peste y su heraldo el dragón negro Niebla Oscura, primero, la desolación de su capital a manos de los dragones de Lundune después. Pero entonces la casa de Donjou regía a sus gentes según los principios de la Balanza: «Crecer vigorosos y dejar hacer». Definitivamente, era un buen lugar donde vivir.
En pocos días arribaron a la capital. Los famosos canales que interconectaban los tres comarcas en que se dividirían luego Donjou y Karnol todavía eran un proyecto lejano. Pero se estaban dando los primeros pasos. La Culona Traviesa navegó bajo puentes de piedra como Sebas nunca había visto. Protegidos por torres y atracaderos, maravillaron a Sebas por su estilizada y robusta factura. Era cierto que los tantresios tenían motivos para estar orgullosos. Su contemplación debió prepararlo para su llegada a Donjou, la joya principal del relicario que protegía el resto del reino. En una isla en medio del Vorona se encuentra aún hoy el castillo de los Donjou. De altas murallas con forma de estrella y almenadas torres redondas, con su propio puerto reservado para la flota real, la sede de la corona era una ciudad en sí misma. Cuatro puentes lo unían con las dos orillas del río, dos a cada lado, con sus torres defensivas protegiendo tanto el puente mismo, como las hileras de casas, pegadas pared con pared que crecían en paralelo a ríos y calzadas. Todas ellas adornadas con toldos de vivos colores, las más humildes, o con vidrieras de mayor o menor complejidad en función de los recursos de sus ocupantes.
En efecto, los primeros días de Sebas en la capital, ya calzado con sus polainas, fueron un banquete de nuevas sensaciones. Gautier lo condujo a casa de sus hijos, quienes lo recibieron con lágrimas en los ojos, pues lo habían dado por muerto. Aunque su alegría se desvaneció al reclamarles que pagasen la deuda que había contraído con el capitán de la Culona Traviesa. Después, llevó al mediano a conocer las mejores bodegas y restaurantes de la ciudad. Descubrir cómo el vino se deja envejecer bajo tierra le trajo a Sebas recuerdos de su hogar. Pero el dinero ganado a bordo del Atrevido se le acababa. De manera que decidió buscar una fuente de ingresos. Deambulando por la ciudad había visto a campesinos venidos de los pueblos cercanos para vender sus productos en los mercados una vez a la semana. Los había de pescado, de carne, de frutas y hortalizas, de ropa, de quincallería… Había un puesto en concreto en el que siempre recalaba el mediano: el de setas de la familia Dubois. Allí veía variedades que conocía y que no, pero siempre dispuesto a aprender, le propuso a los campesinos trabajar para ellos.
En un principio, la humilde familia rechazó la idea. El mediano había notado que los puestos de setas eran muy escasos y no sabía el motivo. Tras mucho insistir, Charles Dubois, el mayor de los hijos, le explicó que los mejores lugares donde buscarlas estaban en lo profundo del bosque y que bajó los sombreros de las setas vivían duendes que desorientaban y perdían a los humanos. Aquel cuento, lejos de desanimar al mediano lo entusiasmó.
—¡Entonces no me pasará nada! —exclamó con júbilo— ¡Yo también soy un Duende! ¿Ves? —dijo apartando el cabello rizado para que viese sus orejas puntiagudas.
Desarmados por la inocente alegría del mediano, los campesinos aceptaron llevarle a él y a su inseparable perrito a conocer su aldea y los bosques que la rodeaban. Sin más dilación, Sebas se despidió del hasta ahora cicerone en Tantras. Lo hizo en buenos términos, por más que el ambiente en su casa se había enrarecido. Durante años, el hijo mayor había llevado el negocio según su criterio y Gautier no llevaba nada bien que clientes y proveedores le ignorasen. El tira y afloja entre padre e hijo era constante y nunca sabías cuándo iban a discutir. Además, el mediano se había dado cuenta de que la gran cantidad de pícaros y ladronzuelos que pululaban por mercados y tabernas, muchos de ellos niños. En un par de ocasiones había sido confundido con uno de ellos y había tenido que escapar corriendo. Así, aunque el bullicio y la vitalidad de la ciudad le seguía fascinando, prefirió probar suerte con las setas. A fin de cuentas, allá en Ursala había sido lo que mejor se le daba.
Y así fue allí también. La familia Dubois vivía en el valle del Robinoa. La vida de sus paisanos giraba en torno a la cría de ganado vacuno y la elaboración de quesos y mantequilla. La suya también, pero complementaban la economía familiar con setas y trufas. Fieles a su palabra, cedieron a Sebas un humilde cobertizo que olía a tierra y a ajos. Era pequeño, pero estaba cerca de la granja familiar y familiar fue el trato que le dispensaron. Abuelos, hijos y nietos vivían bajo el mismo techo. Tíos y primos vivían al lado, en ocasiones pared con pared. En cierto modo el tiempo que Sebas vivió entre esa gente grande se sintió como en casa.
No tardaron él y Duende en familiarizarse con los bosques cercanos. Abundaban las encinas, los castaños y los avellanos. Y tal y como le habían avisado, los poblaban habitantes con un pie a cada lado de la Vigilia y el Ensueño. Era cierto que si te salías de los senderos abiertos por el hierro y el fuego de los hombres corrías el riesgo de perderte. Desde el camino se divisaban tentadores claros bañados por la luz aunque el cielo estuviera encapotado. El susurro de las hojas mecidas por el viento arrastraba melodías salidas de ninguna parte. La mano del hombre todavía no se había cerrado con fuerza en aquellos lares. Pues no era ese bosque sino parte de uno mucho mayor que se extendía por gran parte de Itnor, desde Norquack hasta Shislarán, pasando también por Henarya y Pallanthia. Por él deambulaban a su antojo los yarath, con sus capas de hojas cosidas entre sí y sus cantarinas flautas de madera de sauce. Lejos estaban los días en que verían sus dominios reducidos por el avance de la humanidad.
Pero ninguno de ellos causó problemas al mediano. Es más, lo recibieron como a uno más, pues interpretaron que su modo de obrar estaba más cerca del de la bella gente, que del de la gente grande. Así convivió Sebas durante seis años con ambos mundos, alternando plácidamente la compañía de duendes y elfos en el bosque con la de los humanos en sus pueblos y ciudades. Hasta que un día de mercado en la capital el pasado llamó a su puerta."
Y hasta aquí podemos leer. Os dejo con los "Blacksmore´s Night" y su "Castles and Dreams":
Nos leemos.
Comentarios
Publicar un comentario