(Ital el JDRHM) Criaturas y Leyendas 10: De tracos, seros y vagas. Parte cuatro.

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    En fin, no os mareo más. Continúan las peripecias de Sebas. Hoy más de tranquis. Emociones fuertes buscarlas en otra canción. Toca cambio de escenario y compañías:


"La singladura hasta Tahoss transcurrió sin incidencias. El capitán Filodiel repartió su tiempo entre ambos buques. Los esclavos liberados empezaban a dar muestras de recuperación. Para sorpresa del martari, el mediano y su perro habían contribuido en gran medida. La charla alegre de Sebas resultó contagiosa. Parecía insustancial, llena de lugares comunes y pequeñeces mundanas: anécdotas sobre robo de fruta, días de pesca, postres y recetas… pero mientras le escuchaban distraídos y acariciaban a Duende, un hálito de ilusión asomaba a los ojos atormentados y la esperanza de una nueva vida arraigaba en ellos.

No obstante, cuando Sebas creía que no lo veía nadie, una nube de tristeza descendía sobre su rubicunda cara de manzana. Él también añoraba la quietud y seguridad de una vida hogareña. En su fuero interno reconocía que su intenso paso por el Atrevido terminaría pronto. Se había encariñado con la tripulación, en especial con el expansivo Jato, el bromista Aristo y la habilidosa Milet. Pero su apetito aventurero estaba saciado de abordajes y hechiceros. Ansiaba pisar tierra firme y caminar a su antojo buscando nuevos horizontes.

No tardaron sus deseos en verse parcialmente satisfechos cuando avistaron los primeros espolones que circundan la antigua base naval diantari. Milenarios caprichos geológicos, o de otra índole, centenares de espigados arrecifes rodean la isla de Tahoss, igual que dardos lanzados por bebedores borrachos contra una diana. El intrincado laberinto que conforman, debidamente patrullado por ágiles veleros y defendido por fuertes y guarniciones apostados en lugares estratégicos, lo convierten en una pieza clave para controlar el Telegureh.

Mientras navegaba bajo su sombra, un poso de nostalgia enturbió el sosegado espíritu de Filodiel. Había conocido aquellos parajes antes de que la necesidad obligara a los elfos a fortificarlos. Fieles a su esencia, las construcciones, o bien se fundían con la naturaleza, o la embellecían complementándola. El núcleo del asentamiento original se levantaba sobre pilares hundidos en el lecho marino. Abrazados por corales multicolores, los cimientos mismos bullían de peces y moluscos. En cuanto a los edificios, altos y estilizados, blancos y nacarados, a lo lejos se entremezclaban junto a los espolones. Aves de todo tipo las sobrevolaban: garzas, gaviotas, martines pescadores… Los elfos amaban la vida. Y la vida les correspondía con generosidad. Sin embargo, el ritmo del mundo se les escapaba entre los dedos. Los humanos proliferaban por doquier. El auge de sus culturas incrementó la velocidad a la que se sucedían los cambios. Ante está situación, hubo varios partidos. De un lado estaban quienes defendieron la idea de alejarse de los humanos, desentenderse de sus aciertos o errores, y refugiarse tras un muro de sortilegios en sus reinos de leyenda. Por otro lado, hubo quienes optaron por mezclar su linaje con ellos e instruirlos. Son sus descendientes los celebtir, de vida más larga y custodios de grandes conocimientos. Y, por supuesto, también están los que aún hoy nos consideran una plaga descontrolada que erradicar. Pero de estos hablaremos otro día.

Filodiel estaba a favor de involucrarnos en el mantenimiento del equilibrio y la armonía del mundo. De ahí que abandonase a los suyos e ingresara en la armada diantari. Su tripulación mixta era fruto de esa filosofía integradora. Lo mismo que Dialkes, la nueva ciudad fundada al abrigo de la bahía oeste de Tahoss. Bajo los auspicios de la dama Meldoried, gentes venidas de múltiples lugares, y no pocos esclavos liberados como los que traía a bordo el Atrevido, unían allí sus destinos en un proyecto común.

Bastaba una ojeada a las ordenadas edificaciones para comprobar la manera en que se estaba fraguando una cultura diversa. Al trazado en cuadrícula propio de los malvaneses y el ladrillo alrusiano se sumaba la cantería tantresia y el gusto por los relieves danco. El conjunto podía resultar tosco para los refinados elfos, incluso oscuro, acostumbrados como estaban a los altos ventanales de sus torres. Pero admitían que transmitía solidez y deseo de perdurar. Además, no pocas de aquellas construcciones albergaban en su interior frescos patios ajardinados para solaz de las visitas. La benéfica influencia de sus mentores de larga vida se dejaba notar en el abundante espacio reservado por el ordenamiento urbano para amplias plazas y parques de uso comunitario. Aquí y allá se veía al personal encargado de mantener el orden y la limpieza en las calles. En un futuro cercano la posesión y el gobierno de todo aquello recaería sobre los humanos. Sólo el tiempo demostraría el acierto o la equivocación de aquella política. Pero en aquellos días, la esperanza y la ilusión de un porvenir dichoso eran los sentimientos mayoritarios.

Antes de echar el ancla, Sebas acudió al camarote del capitán. Su perrito lo acompañaba. Contagiado del nerviosismo de su amo, Duende se restregaba contra sus pantorrillas dándole consuelo. Al verlos, el martari se figuró lo que vendría a continuación y les hizo pasar. La reducida estancia, limpia y ordenada, rebosaba de libros y mapas. Una amplia mesa de palisandro dominaba su centro. En un rincón, flanqueada por estanterías de cerezo clavadas a las paredes, se veía un cofre de duradera manufactura enana. La exquisita artesanía de su juego de cerraduras le daba el aspecto de un complicado rompecabezas.

Paciente y considerado, Filodiel esperó a que el mediano pusiera en orden sus ideas. Con un carraspeo incómodo y tras una profunda exhalación, Sebas le confesó que había decidido abandonar el barco. Nunca había ocultado su intención de llegar al otro lado del Mar Interior y eso era lo que se proponía conseguir en compañía de Gautier, uno de los galeotes recién liberados. El susodicho era un tantresio, mercader de profesión, y juntos habían decidido proseguir hacia la rutilante Tantras, famosa por sus poetas, sus canales, sus vinos y su cocina. De entre todas los reinos plenamente humanos, era aquel cuya estrella brillaba con mayor intensidad. Abiertos a todo conocimiento y novedad, pero volcados en crecer desde dentro sin amenazar el bienestar de sus vecinos, los tantresios se habían ganado el respeto de elfos y celebtir.

No hubo reproches por parte del capitán. Lamentaba su partida. Confiaba en que su estancia a bordo fuese más duradera. Pero comprendía que el bondadoso corazón del mediano no estaba hecho para la inclemente vida de los cazadores de piratas. De modo que aceptó su despedida en buenos términos. Le recompensó por los servicios prestados. E incluso le hizo entrega de una carta de presentación para uno de sus contactos allá donde se dirigía.

Peor se tomaron la noticia sus amigos a bordo. Sólo Jato pareció entender sus razones:


—Pequeñajo demasiado bueno —resopló posando su manaza sobre los rizos castaños de Sebas.


Milet visiblemente decepcionada, cruzó los brazos a la defensiva, pero enseguida se ablandó y se despidió de él con un suave beso en la frente.


—El susurro de los bosques te llama —le dijo conteniendo las lágrimas—. Haces bien en escucharlo.


A quién, sin lugar a dudas, disgustó más su decisión fue a Aristo. El malvanés, de ingenio vivo, no tuvo buenas palabras que dirigir al mediano. En lugar de ello, su lengua afilada lo zahirió mordaz. Para tristeza de Sebas, lo tildó de desagradecido, glotón y cobarde. 


—Salimos ganando con tu marcha —sentenció con desprecio—. Un lastre menos a bordo.


Sorprendido y dolido ante tamaños insultos, Sebas se apresuró a marcharse con su petate al hombro y Duende correteando tras él. Lo último que quería era convertirse en motivo de discusión entre aquellos que consideraba sus amigos. Ya había tenido bastante de eso bajo el techo de su padre. Poco imaginaba que toda aquella sal arrojada por Aristo en la herida se debía al cariño que le tenía y a lo mucho que iba a añorar su contagioso entusiasmo las jornadas venideras.

Apenas desembarcó, el mediano volvió la vista atrás para despedirse una última vez. Levantó dubitativo su mano menuda, creyendo que no habría nadie asomado para despedirse, sin embargo, para su sorpresa, allí estaba reunida la tripulación al completo, Filodiel y Aristo incluidos, para desearle a voz en grito buena fortuna en sus viajes. Conmovido, reprimiendo lágrimas de emoción, Sebas les dedicó una sentida reverencia llena de agradecimiento antes de seguir su camino.

Poco tardó en reunirse con Gautier. El tantresio lo esperaba en una recoleta taberna del puerto. Con la barba cana arreglada y vestido con una túnica limpia, ninguno de los parroquianos habituales sospechaba las penurias que el recién liberado galeote había sufrido. Con las marcas del látigo cubiertas, tan sólo su mala dentadura, secuela imborrable del escorbuto, daba una pista de su pasada experiencia. Pero era ese un rasgo compartido con muchos de quienes se aventuraban en mar abierto y erraban su rumbo.

En verdad que las jornadas pasadas a bordo del Atrevido habían restaurado en cuerpo y espíritu al quebrantado remero a quien, semanas atrás, Sebas liberó de sus grilletes. Con aire satisfecho saboreaba un humeante guiso de pescado, huevo, puerro y cebolla, cuando vio llegar al cariacontecido mediano.


—¡Aquí, aquí! —le hizo señas con un brazo.


Sebas lo miró intrigado. Al contrario que muchos otros, que una vez razonablemente recuperados de su ordalía habían aceptado trabajar durante la travesía, el tantresio había rechazado tal oportunidad alegando edad y dolores. Por lo tanto no debiera contar con mucho dinero más allá de las pocas monedas repartidas por las autoridades portuarias tras vender la carga del barco pirata, presupuestar las reparaciones del Atrevido, indemnizar a las familias de los caídos y recompensar a los supervivientes. No obstante, el mercader parecía despreocupado y paladeaba con gusto el vino blanco con que maridaba el sabroso pescado.


—¡Siéntate pequeño amigo! —sonriendo le invitó con un brillo pícaro en los ojos— ¡Ya está arreglado!

—¿Tan pronto? —se sentó con los pies colgando en el aire, mientras Duende se hacía un ovillo bajo la silla— ¿Ya nos has encontrado pasaje?

—Así es —contestó Gautier todo ufano—. Pasado mañana parte de regreso a Malvan un convoy de suministros formado por una decena de cargueros escoltados por una quinquerreme y tres trirremes.

—¿A Malvan? —abrió Sebas los ojos como platos. Su agitación alteró a Duende que se desperezó y frotó el hocico contra la pantorrilla desnuda de su amo — ¡Pero nosotros vamos a Tantras! —protestó el mediano.

—Y a Tantras vamos —lo tranquilizó llevándose la copa a los labios, para luego acercarse a él y añadir en tono confabulador—. ¿Acaso piensas que me apetece seguir bajo control de los elfos y de sus lacayos malvaneses?


Un escalofrío recorrió la espalda de Sebas. No le gustó nada la expresión torcida que vio pintada en la cara de Gautier. Se apartó ligeramente y se sirvió un vaso de agua. Ganó tiempo dando un sorbo. A su compañero le olía el aliento a vino. Él quería mantenerse sobrio. Hasta aquel momento no había conocido a nadie que tuviera mala opinión de los elfos o de sus aliados celebtir. Poco sabía del daño que la mera envidia podía causar.


—No te preocupes —al ver que callaba le explicó el tantresio—. Una vez en aguas seguras, a medio camino, nuestro barco y dos más abandonarán el convoy y enfilarán rumbo a Tantras.


Sebas asintió poniendo buena cara y Gautier llamó a un camarero para que sirviera la especialidad de la casa a su «pequeño amigo».


—Y esmeraros que, ahí donde lo veis, es todo un gourmet —bromeó.


El mediano sonrió ante el dudoso cumplido y acarició distraído la cabecita de su perro. El tantresio le estaba empezando a dar mala espina."


Y hasta aquí podemos leer. Os dejo con la del pirata cojo. Cojo como llevo yo tres días. Nada grave. Una vieja lesión de rodilla que ha decidido hacerme una visita por Navidad.


    Nos leemos.

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