(Ital el JDRH) Criaturas y leyendas 12: El Joven Caballero Negro.

        Hola a todos.

        Si lo que lleva de mes cuenta como muestra de lo que me espera el resto del año estoy apañado. De la tendinitis pasé a una gastroenteritis y déjate a ver que le sigue. Bueno, el caso es que ya os comenté que estaba dando forma a un relato para una convocatoria. Pues iba tan bien la cosa, aproveché para plasmar negro sobre blanco una serie de ideas que quedaron fuera de "El Caballero Negro y El Corazón del Bosque", que me pasé de extensión. Todo lo que sigue es material que irá a la versión del director:

"Aquella era su tercera peregrinación desde que, con el juicio nublado por la pérdida de su hermano, pronunciase el juramento del Sin Nombre y tomara el manto del caballero negro. Durante las dos anteriores había dado caza a los restos dispersos de la gran horda guorz derrotada en los Marjales. Pero el campeón oscuro al que perseguía, además de brutal y despiadado, había demostrado ser también esquivo y artero. Los primeros días de persecución a lomos de su águila, el paladín, superado en número por los jinetes de jaburi guorzs, dio caza a los rezagados cayendo de improviso sobre ellos, para después remontar el vuelo antes de que los colmilludos pudieran devolver el golpe. Entonces, sabiéndose acosados por un vengador alado, el caudillo dejó atrás los pantanos y buscó cobijo en los impenetrables bosques. Allí el paladín, entrenado para duelos y batallas campales estaba en desventaja. El arbolado ocultaba a su presa. La búsqueda de víveres lo retrasaba. Las ramas limitaban la movilidad de su montura alada. Aún así, durante semanas logró seguir el rastro de los guorzs hasta las montañas. Pero, una vez allí, estos se habían unido a otra partida de guerra, congéneres suyos, rezagados que no habían participado en la gran batalla.

Pues estás criaturas, engendradas al calor de una estrella moribunda en el vacío entre mundos, se veían atraídas hacia el poder y el conflicto igual que polillas al fuego. Ante el peligro de que aquel contingente se tornase en el germen de una nueva horda, una fría y húmeda noche de otoño, el caballero penitente se vio obligado a aceptar el error de su proceder. Su espíritu fiero y orgulloso había quebrado la coraza de la disciplina y el deber. Si persistía en su empresa, del mismo modo que el tejón, corría el riesgo de atorarse en la topera. De manera que en la soledad de sus pensamientos, acarició el cálido plumaje de Aguerrida y murmuró con resignación:


—Sea pues. Hay que avisar a la Orden.


Así fue como regresó de su primer peregrinaje con el corazón desgarrado. Lo que encontró en su hogar tampoco ayudó a sanar las heridas de su alma. Al contrario, el precio pagado en su ausencia por el Rey y su Orden le empujaron de vuelta a su obstinada misión con más fuerza todavía.

Durante su segundo viaje de penitencia colaboró con aventureros, milicias y ejércitos nobiliarios en la búsqueda y destrucción de toda presencia guorz de que tuvieran noticia. Durante su duelo, la Reina Viuda había retirado apoyos y estipendios a las órdenes militares. En su lugar, había prometido tierras, y títulos, a quienes las purgasen el reino de colmilludos. De este modo, los que antes más dudas tuvieron a la hora de acudir a la llamada del deber, ahora se apresuraron a someterse al impulso de la codicia. Aquella compañía desagradaba al joven caballero negro. Su desorganizada manera de proceder se le antojaba similar a la de las bestias que perseguían. «Contener a la horda; decapitar a la horda; disgregar a la horda». Esa era la táctica secular impartida por sus maestros. Una vez eliminados los caudillos más poderosos, los saqueadores guorzs, sin un propósito que los uniese, siempre se retiraban a sus pozos de cría. Sin embargo, está vez algo había cambiado su conducta y los retenía en la región. Decidido a averiguarlo, avanzada la estación, y sin pistas de su némesis particular, el paladín partió de regreso a las montañas donde lo viera por última vez. Registró los pasos montañosos. Toda precaución era poca. Aquel era el territorio de los dispersos clanes de gigantes menores que ya antes se unieron a los invasores guorzs. Sobrevolaba aquellos parajes tan desolados como hermosos, cuando avistó a media docena de hobzs, la casta de exploradores, sus ropajes de colores chillones los hacían destacar sobre el paisaje. Arrastraban con ellos sendero arriba otras tantas cabras cargadas con lo que parecían pellejos de vino. Los animales se resistían a sus pastores y los mantenían ocupados. La serpenteante cornisa por la que ascendían los obligaba a caminar en fila india. Era el escenario ideal para que Aguerrida cayera sobre ellos. 

Los instintos predatorios del águila gigante clamaban por hincar sus garras en aquellas presas indefensas. Su jinete ignoraba qué negocios se traían entre manos allí los guorzs. ¿Suministros para una atalaya? ¿Tributos entre partidas de guerra? No importaba. Desbaratar sus propósitos le pareció un objetivo loable. Las solitarias jornadas alejado del calor de la camaradería de sus pares habían hecho mella en el carácter del paladín. Una sonrisa cruel asomó a sus labios resecos por el frío viento y espoleó a su montura. Su primera víctima no tuvo ninguna oportunidad. La sombra del águila y su penetrante graznido heló la sangre en las venas de los escurridizos hobzs. Sus ojillos rasgados se abrieron aterrorizados cuando Aguerrida atrapó entre sus garras a uno de ellos antes de remontar el vuelo y dejarlo caer al vacío.

Las cabras balaron lastimeras y redoblaron sus esfuerzos por escapar. La que había perdido a su pastor echó a correr sendero arriba empujando al grupo que encabezaba la marcha. Ocupados en controlar al resto del rebaño o en coger sus armas, dos hobzs no la vieron llegar y fueron derribados. El uno tuvo suerte y se golpeó contra la pared rocosa del desfiladero. El otro perdió pie y desapareció montaña abajo con un chillido de terror. Abandonado a su suerte, el resto del rebaño escapó. Pero antes de que los jorobados pielesverdes tuvieran tiempo de organizar una defensa efectiva, el paladín arremetió contra ellos. De nuevo, las garras de su montura laceraron el duro pellejo de los guorzs. Uno trató de volverse de espaldas y huir desfiladero abajo. El bruñido martillo del caballero negro castigó su cobardía y le aplastó la cabeza. Los supervivientes, presos del pánico, heridos y magullados corrieron tras las cabras antes de que el vengador alado descargase su furia una vez más.

Ya se disponía el paladín a perseguirlos, cuando el motivo de la presencia allí de los guorzs salió a su encuentro. Alertado por la irrupción en su morada del aterrorizado rebaño, tras beber con ansia un par de pellejos de vino, con un abeto desbastado como garrote, hizo su aparición un gigante de largas barbas grises y piel pétrea. Atávico vestigio de un tiempo en que los dioses vagaban a su antojo entre los mortales, bien pudiera ser el progenitor de quienes combatieron en los Marjales. Aguerrida alzó el vuelo, lejos del alcance de su garrote. Siendo el desfiladero demasiado estrecho para todos, el gigante bufó con malicia y lo despejó con un barrido de su garrote. Los sorprendidos pielesverdes murieron con los huesos hechos puré sin llegar a tocar el suelo. 

Encomendándose a la justicia de su patrón, el caballero penitente elevó una plegaria. En respuesta, la energía divina revigorizó sus músculos. Y un aura prístina envolvió el martillo que fuese de su hermano. Al verlo descender, el coloso de piel gris levantó su mano en un intento de atrapar a Aguerrida. Las garras del ave le arañaron la palma y su pico le arrancó un pedazo de carne. La sangre, espesa y humeante, salpicó al caballero y su montura, quienes se alejaron al tiempo que su adversario, con un gruñido, retiró la mano herida y afianzó su posición de espaldas a la ladera de la montaña. Así protegido, al monstruo de barba salvaje le resultaba sencillo repeler las acometidas del paladín. Cada vez que se acercaba, el largo garrote estaba ahí, preparado para golpearlo. Viendo cómo se llevaba la mano herida a las pieles de oso con que vestía, trató de atacarlo por ese lado. Pero sin éxito, su montura se alejaba por instinto de la pared del precipicio y lo exponía a recibir un brutal garrotazo. Si el caballero quería derrotar a su adversario, lo primero que necesitaba era privarlo de su ventajosa posición. 

Con esta idea en mente, el joven caballero dejó atrás al enrocado gigante, el cual se sintió vencedor de la contienda y se carcajeó a voz en trueno. Nada más lejos de la realidad. El paladín, famoso por su tenacidad, algunos dirían que por su testarudez, no hacía sino buscar un lugar mejor donde seguir batallando. Poco tardó en encontrarlo. Sendero arriba, en una amplia terraza, las cabras estaban mordisqueando, nerviosas, los pobres arbustos que crecían al amparo del viento. Allí se abría la entrada al cubil del monstruo. El hedor a carne muerta había disuadido a los animales de internarse en él. Algunas todavía cargaban con los odres de vino atados al lomo. Sin descabalgar, Aguerrida se posó un momento. Jinete y montura respiraron un momento. El caballero rebuscó en sus alforjas y extrajo una poción. Toda ayuda iba a ser poca. El rebaño, asustado por la llegada de los intrusos cubiertos de sangre se retiró lo más lejos que pudo. Eso le dio una idea al joven. Ordenó a Aguerrida que se acercara a las cabras. La proximidad del depredador, el olor a sangre de gigante, el batir de alas… todo ello sumado provocó que el rebaño huyera a la carrera balando despavorido en dirección donde el gigante se estaba vendando la mano con un trozo de su ropa. Al verlas llegar, les bloqueó el paso con su garrote.


—¡Quetas! ¡Quetas! —gritó con los ojos muy abiertos— ¡Su! ¡Su! —las trató de arrear de regreso desfiladero arriba.


Bien por su carne, bien por el vino, no estaba dispuesto a dejarlas marchar. En ese instante, mientras se afanaba por pastorear al pequeño rebaño, el caballero negro cayó sobre él. 


—¡Tormo, dame fuerzas! —invocó a su patrón.


El águila se ensañó con la blanda cara del gigante. Una vez interpuso el pétreo antebrazo para protegerse, su jinete descargó el martillo contra la rocosa cabeza. Por un instante, todo fue ruido, fogonazos y dolor. El garrote olvidado en el camino. Sus agresores, demasiado cerca para usarlo. Ya cerraba el inmenso puño derecho y se aprestaba a golpear con furia, cuando de un picotazo le arrancaron un ojo. El gigante aulló de dolor y lanzó el golpe a ciegas. Aquel último acto de violencia insensata lo perdió. Tropezó con las cabras, se tambaleó, giró sobre sí mismo, pugnó por recuperar el equilibrio y pisó el garrote. Negando desesperado, extendió los brazos cuanto pudo en busca de asidero. Pero fue en vano. La gravedad impuso su ley y el corpachón del gigante cayó a plomo montaña abajo.

Conteniendo la respiración, el joven caballero contó mentalmente mientras Aguerrida planeaba sobre el desfiladero. Cuando empezaba a pensar que su adversario había logrado impedir su caída, el topetazo contra el suelo retumbó igual que un desprendimiento de rocas. Con un suspiro de alivio, el paladín prendió el martillo del cinto y dirigió a su montura de vuelta al saliente donde desembocaba el desfiladero. Esta vez no vio rastro del rebaño. Con movimientos fluidos, resultado de la intensa práctica, el joven desmontó. No podía marcharse sin antes registrar el cubil del monstruo. La ausencia de guerreros entre los guorzs era indicio de que esos envíos formaban parte de algún tipo de acuerdo ya establecido. El paladín sonrió satisfecho de haber truncado sus planes. 

Apenas dio un par de pasos dentro de la cueva, identificó el origen del mal olor. A un lado, amontonados sin orden ni concierto, estaban los huesos, algunos todavía con carne en ellos, de osos, ciervos, caballos, cabras, jabalíes, guorzs y humanos con que se había alimentado el gigante. Con una mueca de asco, el joven llevó un pañuelo a la nariz y miró hacia otra parte. La cueva en sí parecía de origen natural, pero aquí y allá se apreciaba que la habían agrandado o despejado. Llegado a una galería lateral, el paladín tomó entre sus dedos la cadena de oro que llevaba al cuello y balanceó ante sus ojos el silbato de marfil que lo identificaba como miembro del Círculo Interior de su orden.


—Que luz y justicia disipen las tinieblas —rezó con voz reverente.


En respuesta a su plegaria, una luz pulsante cual latido de corazón emanó del talismán. Con paso renovado, exploró la cámara al final del túnel. Un escalofrío le recorrió la espalda al encontrar en un rincón los resistentes sacos y las pesadas redes que los gigantes usaban para cazar con terrorífica eficacia. Bien lo sabía el caballero, pues lo había visto en persona. Agradecido por que en su premura allí las hubiera dejado su adversario, murmuró una breve alabanza a su patrón. Al otro lado de la cámara vislumbró lo que parecía el dormitorio del gigante. A la luz del colgante, las numerosas pieles de oso y de lobo que cubrían el suelo, eso sugerían. Corroboraron sus sospechas los pellejos de vino dejados bien a mano y sobre todo el tesorillo de monedas y joyas colocado en una esquina, junto a la cabecera del lecho, para deleite del difunto amo del lugar.

El paladín estiró el brazo todo lo arriba que pudo para iluminar mejor la estancia. Si bien aquella aventura le había reportado satisfacción y ganancias, no quería pasar nada por alto. Giró en torno suyo y evaluó los trofeos con que el gigante había decorado las paredes: cuernos y colmillos de bestias que no pudo identificar, corazas herrumbrosas, pieles que era difícil de creer su tamaño y lo que parecía una capa de piel de reptil a la que la luz arrancó destellos plateados. La acarició temeroso de que se deshiciera en polvo a su contacto. Para su sorpresa se conservaba suave y flexible…"


Pues sí, tal y como habéis leído se trata de las primeras aventuras de Tudorache el Descarriado. Me suele ocurrir, cuando planifico partidas o novelas, que al bosquejar a sus protagonistas, se me ocurren historias para ellos que influyen en su manera de ser y luego no encuentro el momento de desarrollarlas y se quedan en el limbo. Bueno, pues esta al menos no va a ser así.

Y ya de paso, voy a compartir con vosotros las tablas de su adversario de esta aventura:


TIPO: Gigante de Roca Anciano NIVEL: 15 PV: 225 ACCIONES: 3/2 BD: CO 95 INICIATIVA: 125 BO: Garrote 225 Arrojadizas 185 Golpes 185 Llaves 185 ESPECIALES: Percepción 110 Daño*3 (*6 garrote a dos manos) Ignora la pérdida de acciones por hemorragias.

Piel Corácea CON 160: Como aprendiz puede dotar a su cuerpo de una defensa natural equivalente a una coraza +30 a BD que no molesta ni a combate ni a la habilidad Iniciativa y Maniobra, en rango de maestro de gremio suma +30. Los brazales grebas y casco cuentan como +3 en maestro de gremio.


Un tipo duro al que Tudorache habría tenido muchos más problemas para vencer si hubiera salido equipado con sus redes o hubiese combatido con él en llano. Mala suerte para él que las armas contundentes cuenten con bonificadores ofensivos contra enemigos acorazados.

En cuanto a ideas para introducir un "ogro cuántico" de estos, es fácil. Resultan ideales para asaltar caravanas de viajeros en zonas montañosas. Lugares de paso con desfiladeros y puentes son lo suyo. Siempre en los márgenes de la civilización. O asociados con aspirantes a señores de la guerra de la Espada o de los Cometas. De verse apoyados por esbirros menores son un encuentro mucho más peligroso. 

Una manera de darle más sabor e incrementar su dificultad es dotarle de algún poder elemental. No todos los gigantes se han alejado tanto de sus antepasados divinos. 


TIPO: Gigante de las Tormentas Anciano NIVEL: 15 PV: 225 ACCIONES: 3/2 BD: C 40 INICIATIVA: 125 BO: Garrote 225 Arrojadizas 185 Golpes 185 Llaves 185 ESPECIALES: Percepción 110 Daño*3 (*6 garrote a dos manos) Ignora la pérdida de acciones por hemorragias.

Elemental de Aire CON 160: El dotado controla los vientos y las tormentas, como aprendiz gana volar, como oficial lanza ráfagas de viento de potencia mediana, como maestro de potencia grande y fuertes lluvias y como maestro de gremio puede convocar rayos de potencia descomunal sobre sus adversarios.


Aún así, un grupo de tres jugadores o más, con personajes de nivel 10 o más, debería poder con un gigante solitario. Los verdaderos problemas los encontrarán al enfrentarse a otro tipo de encuentros con criaturas más numerosas. En especial si cada una tiene 4/3 acciones.


Y esto es todo por hoy. Os dejo con Therion y su "Jotunheim":


Nos leemos.



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