(Ital el JDRHM) La Ciudad bajo la Ciudad 2.20: El Caballero Verde.

        Muy buenas a todos.

        "Y al final llegó el final. Y hubo tanto ruido, puro y duro ruido. Tanto ruido y al final, al fin el fin" (Joaquín Sabina)

    Última entrega de las andanzas de Jebediah Tudorache. Doy por terminada esta historia. Admito que estoy sorprendido por sus números (o decepcionado con la de Marduk). Hubo un momento en el que tuve mis dudas sobre este proyecto. Ha sido gracias a todos los que os habéis pasado por aquí y animado en las demás RRSS que hayamos llegado a redondear esta historia.

    Es por vosotros que estos días he salido del trabajo y en vez de sentarme a comer, me he tomado un café y me he puesto delante del teclado. Así pues:

    ¡Damas y caballeros! ¡Va por ustedes!


Una vez tomada la decisión de dar por cumplido su juramento, la semana que se tardó en organizar la ceremonia a Tudorache se le antojó eterna. El Maestre Zacarías insistió en que todos los paladines de Tormo en la encomienda de Esgembrer debían reunirse para tan señalado evento. Además, quiso hacer partícipes en ella a los espadas juramentadas y al resto de personal vinculado a la Orden.

Para él no se trataba del mero regreso a la comunidad de un miembro errante. Zacarías lo consideraba poco menos que una señal del favor divino y quería convertirla en una fecha para recordar como el inicio de una nueva era. Hablaba de ella como si fuese una refundación de la Orden.

En el lado positivo, Jebediah tuvo la oportunidad de ir conociendo a los restantes miembros del Círculo Interior. Su sobrina no dio muestras de sentirse cómoda en su presencia. Tampoco la podía culpar. Demetrios, el coloso moreno y broncíneo del martillo a dos manos, resultó ser hijo de campesinos arrendatarios del monasterio de Aubea. Modesto y voluntarioso, no dudó en ayudar a la hora de instalar un estrado de madera en el patio de armas. El rubio Tobías, el pequeño y ágil luchador, a quien su compañero llamaba con jovialidad «el sastrecillo valiente», por lo visto pertenecía a una adinerada familia de mercaderes de telas que vivía en el Barrio Medio.

El último con quien se reunió fue con el misterioso Flavio. Ya había tratado antes con otros radockianos bajo el juramento del Sin Nombre. Pero habían sido todos ellos jóvenes idealistas descontentos con el estado de la orden en su reino de origen. La cuna espiritual del credo tormita había decaído en celo y prestigio. El título de caballero de Tormo pasaba de padres a hijos igual que una mansión o un pedazo de tierra. Los intentos por erradicar esa costumbre no habían fructificado, por lo que a quienes verdaderamente les llegaba la llamada del dios justiciero no les quedaba otra que doblegarse ante los herederos de los primeros paladines, o marchar. Sin embargo, Flavio era un veterano de cabellos castaños y cuidado bigote, su servicio como caballero negro había sido breve y tardío. Era, por demás, un celebtir de vida larga. Ya pertenecía a la Orden de Tormo antes de que Tudorache y Zacarías hubiesen nacido. Su capacidad y experiencia eran activos muy valiosos. Sus credenciales estaban en orden y la entrevista en el Salón de la Verdad no arrojaba dudas de su integridad. Pero, sin embargo, a Jebediah le seguía pareciendo extraña la manera en que había roto los lazos con su tierra.

En cuanto al joven Martín, se movía como pez en el agua entre los diferentes estamentos de la Orden. Allí donde iba se le aceptaba. Sabía cuándo debía callar y escuchar a quienes sabían más que él de los menesteres a los que se dedicaban. Se había erigido como un referente para los restantes espadas juramentadas y hombres de armas. Odverg, el veterano instructor de todos ellos, no ocultaba lo orgulloso que estaba de su pupilo predilecto.

Catalina, por su parte, parecía rivalizar con él siempre que se le presentaba la oportunidad. Era como si necesitara demostrar a todos su derecho a estar allí. Eran pocas las mujeres en el Nido. Y menos aún las que ocupaban puestos señalados. Una de ellas, la morena bibliotecaria de nariz respingona, se dejó ver poco y cuando lo hizo buscó su compañía. En cierto modo se complementaban la una a la otra. Así, la timidez de Celia atemperaba la impetuosidad de Catalina. Y a la inversa, el arrojo de la iniciada ayudaba a la novicia a sobreponerse a sus inseguridades.

Tras una noche tormentosa que les hizo pensar en posponer la ceremonia, al fin llegó el día señalado. Para alivio de los allí reunidos, el cielo amaneció despejado. El Maestre Zacarías había invitado a su excompañero Uriah. Consideró apropiado que estuviera presente en la readmisión del errante caballero negro entre sus pares. No pudo ser. Un mensajero de palacio informó de su ausencia. Asuntos urgentes lo retenían. Un barco mercante había sido atacado esa noche dentro de la bahía. Lo lamentaba, pero sus deberes para con el reino requerían toda su atención.

El que no lo sintió fue el homenajeado. Pese a los años pasados, o justo por ellos, la vieja antipatía hacia él se había enquistado. Más le preocupó la noticia del abordaje. El cuarto mes de la luna blanca llegaba a su fin. En breve comenzaría el ciclo de su hermana carmesí. Soñadores y locos sentirían por igual su influencia. La estación otoñal estaba consagrada al caos y sus caprichos. Una alteración del orden tan temprana auguraba cuatro meses de sobresaltos.

En lo que Zacarías sí se salió con la suya fue en el tema de la capa élfica. Por más que Jebediah protestó, el Maestre no dio su brazo a torcer. Sí, o sí, debía subir al estrado vestido con ella.


—¿Por caso va a estar presente una delegación danfori?

—Nunca se sabe —evitó el pelirrojo dar una respuesta directa—. Ellos vienen y van al son del viento, como las hojas de los árboles a los que tan unidos están.

—¿Entonces? —resopló Tudorache. No le placían ese tipo de respuestas vacías, por más poéticas que sonasen.

—Tu reincorporación a la vida comunitaria, así como las águilas que nos proporcionarán los yarath, serán los símbolos visibles del renacer de nuestra Orden.


El todavía caballero negro bufó igual que lo haría Mordiscos. Al contrario que su amigo, él no disfrutaba siendo el centro de las miradas.


—¿Y qué tiene que ver la capa con todo eso?

—El regalo de los elfos, Dendralil, será el eslabón que unirá al pasado con el futuro y un día ocupará un lugar de honor entre los trofeos exhibidos aquí en el vestíbulo —le aseguró el Maestre con solemnidad señalando el oscuro estandarte de seda negra con su rayo serpentino capturado a los seguidores de Sthalos.

—Espero que ese día tarde mucho en llegar —se resignó a interpretar el papel que se le exigía.


Cerrando el delicado broche de oro batido con forma de hoja de roble que acompañaba a la capa, siguió los pasos de Zacarías. Juntos se encaminaron a las puertas de la torre.

Afuera en la escalinata los esperaban los restantes miembros del Círculo Interior, Martín incluido. El patio de la fortaleza bullía de actividad. Los espadas juramentadas, capitaneados por el recio Odverg, flanqueaban un pasillo que conducía al estrado. Los tres soles bendecían la escena luciendo amables entre escasas nubes blancas.

Las cabezas visibles de la Orden de Tormo desfilaron con paso marcial. Al pie del estrado los esperaban Pavel, Celia y los restantes clérigos al servicio del Nido. El puesto de honor estaba reservado al Maestre y al caballero negro. Su egregia escolta formó de cara al público sin subir al templete.

La congregación guardó respetuoso silencio. Todas las miradas convergieron en ellos dos. El caballero penitente se arrodilló ante el Maestre. Las pautas del ritual eran por todos conocidas. El Sin Nombre regresaba a la luz de Tormo.


—He aquí un momento de los que marcan el devenir de la historia —empezó Zacarías a pronunciar el discurso que tenía memorizado —. El retorno a la comunidad de nuestro hermano en Tormo que sentará las bases del futuro de nuestra Orden...


Tudorache, con la cabeza gacha, enarcó una ceja. Ese inicio le sonaba de algo.


—... el ayer y el hoy se dan la mano ante nosotros de cara a un mañana glorioso, sembrando de esperanza un nuevo amanecer...


De espaldas a la concurrencia, el paladín no podía ver como el viejo Pavel sonreía con anticipación. En efecto, tal y como Jebediah sospechaba, el autor del discurso era él.


—... este día quedará para la posteridad como mucho más que la readmisión entre sus pares del caballero negro de los Marjales...


Todavía no podía pronunciarse su nombre. No hasta que el Maestre, como representante de Tormo en la ceremonia, lo hiciera.


—... todos los aquí presentes recordaremos con orgullo que hoy dimos comienzo a la restauración del orden deseado para el futuro de nuestros hijos, y los hijos de sus hijos...


Tudorache cayó en la cuenta de que su amigo ya tenía nietos propios. Era la suya una prole tan aventurera y revoltosa como él lo fue. En ese momento, una sombra alada atravesó el patio despertando ahogadas exclamaciones. Años después, hubo quien afirmó que era un águila. Aunque lo más seguro es que fuese una gaviota solitaria. Por si acaso, un viento húmedo del este trajo hasta allí el salado olor del mar, el Maestre abrevió.


—... ¡Demos entonces la bienvenida a nuestra hermandad a Jebediah Tudorache! —elevó la voz.


Ésa era la fórmula ritual que permitía ponerse en pie al penitente y volver la vista al frente.


—¡Larga vida a Dendralil, el caballero verde de Tormo! —añadió para sorpresa del paladín.


Jebediah enseñó los dientes mientras sonreía. La Orden reunida en pleno coreaba su nuevo apelativo.


—¡Larga vida a Dendralil!

—¡Larga vida al caballero verde!


Mirando de reojo a su viejo amigo no pudo menos que preguntar:


—¿El caballero verde? ¿A quién se le ha ocurrido? ¿A ti o a Pavel?

—Un poco a los dos —contestó Zacarías lleno de felicidad.

—Sois tal para cual —suspiró.

—Venga, es a ti a quien aclaman. Disfruta del momento. ¡Larga vida a Dendralil!

—El primer águila de Danfor es mía —exigió sin dar pie a réplica.


Y sin esperar respuesta bajó del estrado y se permitió un baño de multitudes. Intercambió saludos y estrechó manos por doquier. Hasta su sobrina le regaló un tímido abrazo con lágrimas en los ojos. Mientras, en el patio no se oían más que vítores en su honor.


—¡Larga vida al caballero verde!

—¡Larga vida a Dendralil!


    Y aquí termina este viaje que hemos compartido Jebediah, vosotros y yo. Éso no significa que no vuelva a aparecer en mis siguientes historias. Pero tardará en tener tanto protagonismo. Por hoy me despido. Os dejo con los Iron Maiden y sus "Wasted years":



    Nos leemos.

 

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