(Ital el JDRHM) La Ciudad bajo la Ciudad 2.17: Una Panda de Viejos Intrigantes

      Hola a todos.

      Últimamente padezco demasiado ruido ambiental en mi día a día. Me cuesta sacar tiempo y concentrarme. Además me propuse no intercalar entradas de distinta naturaleza hasta terminar la historia de Tudorache (tengo varias cosas a medio acabar). Mala jugada, pero en fin, aquí estoy con una nueva entrega:


El despacho del Maestre estaba tal y como lo recordaba. La amplia mesa de caoba llena de pliegos meticulosamente ordenados por temas, apilados unos sobre otros. Las paredes ocultas tras hileras de estanterías abarrotadas de libros. Administración, leyes, teología, geografía, historia militar, teoría política y economía se daban allí cita. Zacarías le invitó a tomar asiento.


—Me alegro mucho de verte regresar de una pieza —los ojos claros chispeaban divertidos—. ¿Una copa para limpiar la garganta del polvo del camino?


No esperó a que le contestara. Se volvió hacia un armario junto al escritorio y sacó una botella de vidrio labrado. Un licor dorado la llenaba hasta la mitad.


—Sidra. Nada excesivo para estas horas del día —se adelantó a sus objeciones mientras llenaba una copa y se acercaba.

—No cambias —dijo él tomando un sorbo.


No era del todo cierto. En el fuego de sus rizos pelirrojos se apreciaba abundante ceniza. Pero se le veía animado, lleno de energía. No era ése el caso durante sus últimas estancias en el Nido. El peso de las responsabilidades propias del cargo al frente de la orden habían sofocado su natural pícaro.


—Lo mismo que tú —replicó con una sonrisa traviesa—. Mira que cargar de acá para allá con esas alforjas. ¿No sabes lo que son las letras de cambio?

—Ya sabes que por las tierras que recorro no abundan los banqueros —esquivó la pulla.


Los dos recordaban los apuros económicos por los que habían pasado. Tras los Marjales, la retirada del mecenazgo real había sido imitada por gran parte de la nobleza. Los gastos habían obligado a pedir préstamos y éstos habían llevado a embargos. Tampoco es que Tudorache estuviese en buenos términos con su cuñado, el hijo del poderoso banquero y Ministro del Tesoro, Emiliano Baccarin. Y Zacarías lo sabía de sobra.


—De todos modos —continuó el caballero negro—, no dais la impresión de pasar estrecheces.

—Para nada —todo ufano le concedió Zacarías—. Todavía me sorprende lo importante que resulta el bienestar material de cara al despertar del fervor religioso .

—¿Y esta buena predisposición hacia la orden, a qué se debe? —preguntó obviando el sarcasmo de su amigo.

—Has visto entrenar a los jóvenes paladines —no era una pregunta, estaba al tanto de sus movimientos.

—Sí, los he visto. Un nuevo Ambrose y un nuevo Adam, sin lugar a dudas —un deje de nostalgia asomó a su voz. Dio un trago mayor a la copa.

—¿Y los otros dos? —insistió el Maestre con mirada traviesa.

—El espada jurada es un combatiente superior a la media. La mujer es de genio vivo. Sí aprende a dominar el fuego que alimenta su aura llegará lejos. De lo contrario…

—¿No te recuerda a nadie?


Su viejo amigo volvía a las andadas. El muy truhan estaba jugando con él. Por un momento volvía a ser aquel novicio de ingenio vivo. El mismo que tanto disfrutaba haciendo de rabiar a sus condiscípulos de carácter más estricto.


—Está bien. Lo admito. Bien pudiera ser yo de joven —resopló—. No te pienses que escapa a mí entendimiento lo que te traes entre manos.

—¿Y qué es ello? —se llevó la palma al pecho fingiendo indignación e inocencia.

—Estás reconstruyendo el Círculo Interior. Ese elfo era un darfari. De camino aquí me ha sobrevolado un águila gigante. Lo que no sé es a qué ha venido eso de «Dendralil» o de donde estás sacando el dinero sacarlo adelante. Pero si de algo estoy seguro es de que te mueres de ganas por contármelo.


Zacarías sonrió como un gato satisfecho. Pese a los años pasados y los avatares sufridos, la vieja complicidad seguía ahí, más fuerte que las propias murallas del Nido. 


—Bien, bien —cabeceó feliz—. Has acertado. Estamos al principio de una nueva era. Hay un nuevo Círculo Interior en camino. Y te quiero a ti al frente.


Un escalofrío recorrió la espalda del paladín. Por un instante sintió la mirada del Sin Nombre clavada en él. Una leve palidez traicionó sus emociones. Zacarías seguía hablando. Tenía el discurso preparado de antemano.


—Y está vez no voy a aceptar un no por respuesta. Admito que en otras ocasiones he querido que cancelases tu voto por motivos egoístas —se anticipó a los argumentos de su camarada juntando las yemas de sus dedos formando un triángulo con las manos—. Pero ahora no es el caso. Reconozco que sin los diezmos que tus peregrinaciones nos han aportado no estaríamos aquí. Lo mismo que sin la labor de contención que Uriah ha llevado a cabo en la corte…

—¿Uriah? —se puso en guardia al oír mencionar al paladín caído en desgracia— ¿Qué tiene que ver Uriah con todo esto?

—Mucho, viejo amigo, mucho —abrió los ojos cansados de releer albaranes y requerimientos de fondos—. Tú mejor que nadie sabes cuánto daño nos causó Zhora en su duelo.


El caballero negro frunció el ceño. Los nudillos se blanquearon de lo fuerte que apretó los puños. Sí que lo sabía, sí. Pero guardó silencio, quería escuchar lo que Zacarías tenía que decir. Éste, por su parte, prefirió desviar el foco de la conversación de viejos rencores. 


—¿Cuándo fue la última vez que visitaste La Turbera?

—¡Bufff! —resopló indeciso— ¡Años! 

—Nos pasamos años allí metidos con el barro hasta las rodillas —rememoró el Maestre dando un sorbo a su copa.

—Dando caza a los guorzs para impedirles asentarse en la región y malograr lo conseguido por Iván.

—¿Y si te digo que la orden está construyendo una nueva sede allí?


En un primer momento, Tudorache se quedó mirando boquiabierto la cara de zorro de su amigo. Una nueva sede, según las ordenanzas, debía contar de al menos una torre, una muralla y un foso. Además, debía estar guarnecida de una treintena de soldados y atendidos por casi la mitad de personal civil. Aquello costaba un dineral y requería el permiso de la mismísima reina. Intrigado, el paladín se cruzó de brazos y exigió explicaciones:


—A ver. Desembucha de una vez. ¿De dónde estáis sacando el dinero?

—Del tesoro real —contestó con toda inocencia el pícaro pelirrojo.

—¿Y este inusitado arrebato de generosidad por parte de Zhora a qué se debe?


Su amigo parecía tan feliz y satisfecho de sí mismo como un gato con la barriga llena. Pero él no dejaba de pensar en la visita del Sin Nombre. Casi podía oír el viento del cambio soplar. En su ausencia, Uriah y Zacarías habían estado trabajando con ahínco para restaurar el prestigio perdido. Éso era algo que no les podía reprochar. Y sin embargo, un mal presentimiento le atenazaba el corazón.


—Has visto al espada juramentada que entrenaba con los nuevos paladines —no era una pregunta—. Es el príncipe Martín.

—¡Sangre de Karameth! —juró poniéndose en pie.

—Siéntate, hombre, siéntate —lo quiso calmar Zacarías.

—¿Ha sido idea de Uriah, verdad? —lo miró a la cara con las manos sobre la mesa— ¿Ya has olvidado lo que pasó con aquel niño cuando quiso arreglar las cosas con la Orden de Aubea?

—Él era también un niño. Inmaduro por lo demás —lo defendió—. La sangre de los celebtir es fuerte en él. Su desarrollo ha sido más lento de lo normal.

—Un niño entrenado en el manejo de las armas que mató al hijo de sus maestros en Sengcor.

—Y está sumamente arrepentido por ello.

—¿Lo has oído de sus labios? —porfió con desdén.

—Sí, me lo ha dicho él mismo. En gran medida, por eso ha ingresado en la orden.

—¿Y qué es lo que espera de nosotros? No está tocado por la divinidad —se sentó aún molesto, pero bastante más calmado.

—Éso es mejor que te lo explique él.

—¿Él?

—Sí, él. Te estará esperando en el Salón de la Verdad. Quiero que hables con el joven Martín antes de registrar los hechos de tu última peregrinación, Dendralil.

—¡Ah, ésa es otra! —suspiró— ¿Qué es eso de “Madera amistosa”?


El Maestre estalló en sonoras carcajadas. Los idiomas nunca fueron el punto fuerte del caballero negro.


—¿Y ahora qué te dio? —se enfurruñó.

—”Amigo de los bosques”. Mira que eres bruto —se limpió las lágrimas de la risa con un pañuelo—. Dendralil significa: “Amigo de los bosques”.

—Lo que sea. ¿A qué viene y de qué me conoce ese danfori?

—Es un título honorífico. Por lo visto te has hecho querer entre su gente. ¿Alguna idea de cómo?

—Alguna tengo —el recuerdo de Lorena le transmitió una añoranza que no lograba dejar atrás—. Ya lo leerás una vez que dicte informe al rememorador —se revolvió inquieto en su asiento.


Era una obligación compartida por todos los paladines de la orden que, al regresar de sus misiones, se presentasen en una cámara sagrada donde todo falso testimonio era revelado al instante congelando el aliento del mentiroso. Allí, un clérigo de alto rango tomaba nota de sus aciertos y errores para que sirviesen de materia de estudio a futuros iniciados. 


—Antes de que te vayas —lo retuvo Zacarías—, necesito que me entregues tu reclamo.

—¿Para? —Tudorache se llevó la mano al pecho y cerró el puño sobre su símbolo de pertenencia al Círculo Interior— Tenéis de sobra.

—Aceptes recuperar tu puesto o no, G’wjrtal me ha puesto como condición para entregarnos a sus águilas que una sea para ti —contestó mientras sacaba de su escritorio una prenda de paño verde bordado con primor.


Sin prestar atención al bulto que Zacarías tenía entre manos, el paladín sacó la cadena plateada por encima de su cabeza y con un gruñido la depositó sobre la mesa. Solo entonces se fijó en lo que su Maestre le entregaba. Atado todo junto en el mismo paquete se veía una carta sellada. Escrito con una letra cuidadosa pero sin ligaduras, señal inequívoca de la falta de práctica escribiendo, se leía: «Para el caballero negro del Nido de Tormo en Esgembrer.»


—Ésto también me lo ha traído para ti el emisario de Danfor.


No añadió más esperando que su amigo reaccionase. Éste palideció al reconocer la caligrafía que había servido de modelo para aquella carta. Pues no era otra que la delicada redonda cursiva en que estaba escrito el libro de recetas heredado por la sanadora.


—La capa es una recompensa que acompaña al título que te han otorgado —siguió hablando ya que Tudorache permaneció en silencio mientras palpaba la fábrica de la prenda. Sin duda era de origen vegetal, pero no se parecía a nada que él conociese—. Allá donde vayas te identificará como amigo de los yarath. Además cuenta con otras propiedades útiles…


Aquella ya era demasiada información para el paladín. Le habían dado mucho en qué pensar y el parloteo de su viejo amigo le estaba dando dolor de cabeza. Tratando de conseguir un respiro soltó sin más:


—He visto al Sin Nombre.


El efecto fue inmediato. Zacarías sonrió de oreja a oreja. De algún modo ya lo sabía y lo consideraba un buen presagio.


—¡Entonces es cierto! —exclamó con los ojos muy abiertos— ¡Tormo lo quiere!

—Yo ya no sé qué es lo quiere nuestro señor —se derrumbó en su asiento el caballero negro.


Durante el viaje de regreso no había dejado de darle vueltas a lo sucedido en Matapuercos. Había vuelto sobre sus pasos para buscar entre sus pares la paz y el sosiego perdidos. Tenía la esperanza de rehacerse en un entorno familiar. Necesitaba descansar en lugar seguro. Y en vez de ello se encontraba ante más cambios y nuevos desafíos. No dejaba de mirar a un lado y a otro, los nudillos blancos aferrados a los reposabrazos de la silla. Respiró por la boca un par de veces antes de recuperar el control de sus actos.


—¡Es una señal! —insistió Zacarías entusiasmado— ¡Un nuevo comienzo!


Después de bregar contra viento y marea, el Maestre veía materializarse el merecido premio a los sacrificios que habían hecho los tres supervivientes de los Marjales: Uriah, Jebedaiah y él. Eufórico, se levantó de la silla para acercarse a su amigo.


—¿Un nuevo comienzo? Sí, seguro —resopló éste, desconfiado—. Un nuevo comienzo ¿Pero de qué?


El recuerdo de la sombría mirada del Sin Nombre aún le helaba la sangre en las venas. Había acudido a juzgarlo, a él un mortal insignificante, e ignoraba cuál había sido la sentencia. ¿Seguiría vivo de no haber intercedido Lorena? ¿A quién se debía ahora? ¿A la Orden de Tormo o a la sanadora? Sintió la mano de Zacarías apretándole el brazo con fuerza.


—Un nuevo comienzo para la orden, para el reino y para tu vida —lo exhortó el Maestre—. Los rumores sobre la aparición del Sin Nombre en un pueblo remoto al oeste del continente empezaron hace medio año. Ellos atrajeron al Nido a un radockiano hermano en Tormo que vagaba como tú bajo el juramento del caballero negro. Él es Flavio de Velles y ahora supervisa las obras en la Turbera. Después recibimos la visita de G’wjrtal y su hermana en respuesta a nuestras solicitudes de nuevas monturas aladas. Ellos nos ofrecieron una historia más detallada de lo ocurrido. «Los árboles cantan al paso del paladín venido del este» dijeron —golpeó con el dedo índice la carta manuscrita—. Por una vez acepta lo bueno que la vida nos ofrece. No seas tan terco.



A Tudorache la cabeza le daba vueltas. Tantos años recorriendo un camino sin esperanza de futuro le habían entumecido el alma. Lorena antes y Zacarías ahora le estaban obligando a mirar hacia un mañana de promesas. No había sentido ilusión alguna desde que tuvo noticias de la muerte de Iván durante su ausencia en la batalla.


—Además —insistía su amigo—, no me imagino a este nuevo Círculo Interior sin dos Tudorache como en el último.

—¿Qué quieres decir con éso de dos Tudorache? —se llevó la mano izquierda a la nuca, alarmado.

—Lo mejor para el final —meneó la cabeza el pelirrojo—. La muchacha a la que has visto combatir con el hijo de Iván no es otra que tu sobrina.

—¿La pequeña Catalina? —se rio incrédulo.

—De pequeña nada, has pasado muy poco tiempo entre nosotros —lo amonestó su camarada mientras le rellenaba el vaso de sidra. Ya va siendo hora de que cambies éso.

—Me imagino el disgusto de mi hermana —se obligó a centrarse—. Sin duda hubiera preferido que ingresara en la Hermandad de Sumnia.

—No te creas. Incluso su abuelo, el viejo tahossiano, lo aprueba.

—¿En serio? —lo miró boquiabierto.



El viejo tahossiano, como lo había llamado con tanta informalidad el Maestre, no era otro que el todopoderoso Ministro del Tesoro Emiliano Baccarin. Gran parte de la administración del reino recaía sobre él y su opinión prevalecía con frecuencia en las decisiones de la Reina Viuda.


—Siempre y cuando esté cerca del príncipe, le parece estupendo…

—¡Vaya panda de viejos intrigantes que estáis hechos! —gruñó Tudorache antes de tomar un sorbo de sidra— ¿Pues no acabo de llegar y ya estoy echando de menos combatir contra tumularios y minotauros?

—Razón de más para que te quedes a vigilarnos —no dejó pasar la oportunidad de fustigarlo su ladino amigo—. ¿Y bien? ¿Qué me contestas?

—Escucharé lo que el hijo de Zhora me tenga que decir —aceptó Tudorache alzando la mirada al artesonado del techo.

—No te pido más —le puso el Maestre la mano sobre el hombro.

—Por el momento —le replicó con un mueca sombría su viejo camarada.

—¡Cómo tú lo sabes! —con cara de fingida inocencia lo zarandeó.


Ya de iniciados, siempre había sido el espíritu travieso del grupo. Inquieto, curioso y jovial, nunca estaba callado. En realidad, sus compañeros habían aprendido a temer los raros momentos de quietud al lado del pícaro pelirrojo. Sus intentos por pasar desapercibido sólo podían deberse a que trataba de zafarse del justo castigo por alguna diablura. No fueron pocas las ocasiones en que los restantes iniciados recibieron en su lugar la reprimenda merecida. Y sin embargo, era tal la cálida alegría que proporcionaba tenerlo alrededor, que ninguno de ellos le guardó nunca rencor por sus trastadas.


—Te dejo entonces —se despidió Tudorache—. Voy a ver qué impresión me causa el joven Martín.



Apuró de un trago su copa y se aprestó a abandonar el despacho atestado de libros y pliegos en el que su amigo había estado enterrado los últimos años. Ni en sus más locos sueños de juventud habían imaginado tal capricho del destino. 


—No te arrepentirás —solemne, le aseguró el Maestre.


La certeza que le transmitió el tono de sus palabras dejó al caballero negro sobrecogido. Nunca lo había oído hablar así. Incluso en los ya lejanos días de verdadera entrega a su idealizado Rey Iván, el revoltoso Zacarías se las arreglaba para rebajar un tanto las muestras de devoción debidas a sus superiores. Todavía predispuesto a juzgar con severidad al vástago de la monarquía, recogió la capa élfica y su misiva adjunta y salió de la estancia cerrando la puerta tras de sí.

Allí dejó a Zacarías examinando el contenido de las alforjas con los diezmos recaudados durante el que bien pudiera ser su último peregrinaje como caballero negro. Sin duda ya tendría en mente un uso que darlos. Antes, cuando el objetivo de la orden era la mera supervivencia, habrían dado de sí para cubrir las necesidades básicas durante varios años. Ahora, en cambio, una ambición mayor la impulsaba y devoraba sus recursos con genuina voracidad. Al cabo de un momento, el Maestre abrió un libro de cuentas y buscó la columna de ingresos. No eran las magras aportaciones de tiempos pasados las allí consignadas. Conscientes de que los tormitas habían recuperado el favor real, los notables del reino se habían apresurado a seguir su ejemplo.


«Es sorprendente lo mucho que dependen las profundas y trascendentales cuestiones del espíritu, de las efímeras y superficiales cuestiones materiales.» Cediendo a su natural irreverencia, se repitió a sí mismo Zacarías al tener delante la prueba palpable de cuánto había cambiado la estima que les demostraban ahora.


        Y ésto es todo por hoy. Os dejo en compañía de Héroes del Silencio y su "Senda":


        Nos leemos.

Comentarios

Entradas populares