(Ital el JDRHM) La Ciudad bajo la Ciudad 2.5: Un Mero Agente del Cambio.
Hola a todos.
Hoy retomamos las andanzas de nuestro caballero y sus desencuentros con las autoridades con mando en plaza. Ya me contaréis que os parece.
"Frustrada su buena intención, Tudorache el Descarriado dio la espalda a la música y los festejos. Mal perdedor, sentía bullir la rabia y el resquemor bajo su pecho. Crispado, apretaba los puños hasta blanquear los nudillos. Por ganas habría empuñado su martillo y aplastado la cara sonriente del tal Dundenis. Pero, consciente de que sus peores decisiones las había tomado en semejante estado de ánimo, el caballero negro volvió directo a los establos. La jornada había demostrado ser ardua y exigente. Necesitaba descansar y sosegar su espíritu alterado.
Entró en la cuadra a oscuras. Mordiscos piafó al reconocerlo. Él se acercó a acariciar el cuello de su montura, cuando oyó movimiento en un rincón. Giró la cabeza y allí estaban un par de ojos brillantes mirándolo fijamente. Antes de que reaccionase, se volvieron y una figura furtiva de larga cola abandonó el lugar.
—Parece que he espantado a tu amigo —susurró a su caballo, que relinchó complacido por la atención recibida.
Dicho ésto, desenterró sus alforjas, sacó un par de gastadas mantas de viaje y se acostó sobre un montón de paja limpia. Pese al cansancio, el sueño le fue esquivo. El licor y el mal genio aunaron fuerzas en su contra. Y cuando logró conciliarlo, perturbadoras imágenes del mausoleo familiar, allá en Esgembrer, que se entremezclaban con la espesura del bosque henaryo, lo asediaron. Por entre las blancas lápidas caminaba con la cabeza cortada del asesino de su hermano en la mano derecha, mientras un pequeño zorro lo vigilaba de lejos. Con dolor y arrepentimiento ofrecía el macabro trofeo a las tumbas de sus padres y su gemelo.
—He cumplido mi juramento… —estaba diciendo cuando lo interrumpían en tono acusador
—¿Has cumplido, dices? —era su hermana quien lo increpaba con despecho— ¡Más nos habría valido que hubieras muerto en los Marjales!
Pero al volverse sólo alcanzaba a ver al extraño zorro que se alejaba, dejándolo en compañía de la sonriente cabeza del cacique guorz, con su mueca macabra y los ojos fijos de muerto, posada sobre un tocón de roble, que se burlaba de él…
Como tantas otras veces, se despertó de la pesadilla recurrente en medio de un grito de protesta. El corazón palpitando como un tambor y la sangre agolpándose en las sienes, ensordeciéndole. Afuera faltaba poco para amanecer. El viento sur soplaba con fuerza y la temperatura era agradable.
«Es el Kazelrus, el viento del delirio, el que rige hoy los sueños de los hombres.» Pensó mientras se obligaba a apartar de su espíritu las turbulentas emociones que lo atenazaban y abandonaba el humilde lecho que se había procurado.
Para distraerse, limpió la paja sucia y cambió el agua a Mordiscos. A su alrededor, la aldea iba recobrando la actividad. Las chimeneas empezaban a humear y los pucheros no tardarían en borbotear. Quienes tenían animales, pocos o muchos, no los podían desatender. Los entusiastas ladridos de los perros saludaban a sus amos y despertaban a los demás vecinos. En la posada se veían luces incluso en las habitaciones. Pronto estarían dispuestas las mesas del desayuno. Y dado los viajeros de postín que albergaba, no cabía duda que el posadero y su familia darían lo mejor de sí para complacerlos.
Con el humor torcido, el paladín desechó la idea de compartir el almuerzo con el relamido Dundenis y su séquito. Así que se acercó al pozo, se desnudó de cintura para arriba y se limpió de polvo y paja con el agua fresca. El torso musculado y cubierto de cicatrices no pasó desapercibido para los aldeanos que empezaban a atender sus labores y a las cuadrillas de leñadores que iban reuniéndose.
No todos conservaban la confianza y el entusiasmo de la víspera. El viento sur soplaba con fuerza y el firmamento amanecía cubierto de nubes oscuras del color de la sangre. Al cabo de un rato se les unieron los potentados del lugar, primero, para cerciorarse de que ninguno de sus trabajadores se echaba para atrás, y el noble y sus soldados, después, para reafirmarse en su apoyo.
Capataces y soldados montaron a caballo, mientras que un puñado de trabajadores arreaban mulas cargadas con las herramientas necesarias para restaurar las serrerías. Cada leñador llevaba al hombro un zurrón con comida para la jornada. Si todo iba bien, esas mismas mulas recorrerían la orilla del arroyo arrastrando primero los troncos hasta las serrerías y luego las balsas cargadas con los tablones hasta el cauce del Terrible, como allí denominaban al mismo río que los pallanthios decían Trueno, donde apilarían su carga hasta que justificase la contratación de una barcaza que la llevase a su destino final. Las alforjas de los soldados lucían también abultadas. Unas extrañas botellas de arcilla, atadas entre sí de cuatro en cuatro, asomaban por ellas.
Tudorache estaba preguntándose qué contendrían, cuando el cortesano de modales empalagosos se despidió del alcalde y del notable local que parecía ser su mayor apoyo en el poblado, un cuarentón manco que lo había secundado con entusiasmo la víspera, y caminó hacia él.
—Veo que después de empujarlos al abismo os apresuráis a abandonarlos —le espetó el paladín sin ni siquiera saludarlo.
—No es así como ellos lo ven —sonriendo con suficiencia le contestó sin darle importancia.
—Da igual que envíes cuatro manos de soldados que cuarenta —insistió recurriendo a las últimas briznas de su paciencia—. No bastarán frente a lo que les aguarda.
—Ya lo sé —le susurró al oído sin perder la sonrisa.
—¡¿Cómo?! —retrocedió escandalizado.
—No importa lo que ocurra hoy —sin perder la compostura prosiguió Dundenis—. Mañana serán sus hijos los que verán a lo que mora en el bosque cómo una amenaza. Y si no son ellos los que conviertan estas tierras en una pradera y campos de cultivo, serán sus hijos, o los hijos de sus hijos…
El esforzado caballero lo miró horrorizado. No sólo porque albergase semejante propósito y lo expresara con tamaña naturalidad, sino porque lo decía cómo si fuese a estar allí presente para verlo.
—Sois un villano —escupió conteniendo a duras penas la ira que se agitaba en su pecho—. Vuestro lugar no está entre esta gente honrada.
—En absoluto —contestó divertido por la reacción del paladín—. No soy más que un mero agente del cambio. Sois vos y la entidad que protege al bosque los anacronismos que no pintan nada aquí.
Y con una cortés reverencia se despidió de él para subirse a su lujoso carruaje, ahora custodiado tan solo por el más corpulento de sus guardaespaldas. Se sabía a salvo de toda posible agresión por parte del iracundo caballero. Conocía bien a los de su clase. Rectos y rígidos como barras de hierro, cuando debían afrontar las múltiples tonalidades de gris en que se movían el común de los mortales no les quedaba otra que apretar los dientes o explotar. Y no le cabía duda de que el ejemplar al que daba la espalda ya había experimentado las consecuencias de eso último.
El paladín, por su parte, reprimió el impulso de agarrar al desalmado por su costosa ropa y borrarle de un puñetazo la condescendiente sonrisa de la cara. No le convenía indisponerse aún más con los lugareños. De manera que lo dejó ir para no empeorar su posición. En ese momento decidió permanecer unos días más en la localidad. Estaba seguro de que los aldeanos iban a necesitar su ayuda antes de lo que imaginaban."
Y hasta aquí llega la entrada de hoy. Pronto continuará. Ahora os dejo con "The times they are a changin" de Bob Dylan.
Nos leemos.
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