(Ital el JDRHM) Criaturas y Leyendas 10. De tracos, seros y vagas. Parte 14.
Hola a todos en esta noche tan especial.
Tal y como os adelanté, aquí tenéis la siguiente entrega del viaje de Sebas. Escribiendo esta parte, y la que sigue, me divertí mucho con los homenajes a fábulas e historias de antaño que incluí. Sin más preámbulos, os dejo a cuidado de Duende y compañía:
"En el preciso instante en que Astrosabio comunicó la infausta noticia a su señora, el zumbido de cientos de libélulas ensordeció a los allí reunidos. El firmamento se llenó de los leales habitantes del nudo. Al verlas, Duende salió de debajo de la mesa y ladró sin que se le llegara a oír. La mayor parte eran del tipo común que habían encontrado patrullando el nudo. Dirigiéndolas se podía ver a unas pocas, tal vez una de cada veinte, del tipo de su flemática escolta. Agrupadas aparte se mantenían un centenar de criaturas que los vagas no habían visto todavía, ni siquiera Sebas. Eran abejorros de gran tamaño, con rayas negras y amarillas. Sobre ellos cabalgaban ranas soldado armadas con lanza y escudo.
—Ya sabéis lo que hay que hacer —despidió Verdefila a sus fieles tras ponerse en pie—. ¡Demostrad a los invasores que en este lugar rige la Corte Dorada!
Con una coreografía ejecutada más de mil veces, las diferentes escuadras partieron formando cada una su propia punta de flecha. Astrosabio intercambió unas palabras con su reina y ella asintió sin perder la compostura. Los lanceros montados esperaban a sus líderes.
Dos abejorros sin jinete descendieron hacia la terraza. El uno parecía el padre de todos ellos. Así de descomunal tenía que ser para cargar a Mazapote, quien se aprestó a la batalla con el gozo y entusiasmo del niño que se dirige a su juego favorito. Más contenidas estaban las emociones en el pecho de Astrosabio, siempre cauteloso frente a las amenazas a quien debía lealtad.
Atrás quedaron Verdefila, ejerciendo de anfitriona para los medianos, y su estirado guardaespaldas. Este no pudo evitar quedarse ensimismado contemplando la partida de sus camaradas, pero su deber le obligaba a quedarse junto a su señora.
—No te apenes Trestia —le consoló ella—. Sin duda no te faltarán oportunidades más adelante de esgrimir a Aguijón y a Espina en nuestra defensa.
El duende libélula, o la duende libélula mejor dicho, hizo vibrar con suavidad sus alas del color del arcoíris aceptando la promesa de su reina. En cuanto a ella, se consagró con esmero en resucitar el espíritu festivo que los había reunido. No obstante, la conversación volvía una y otra vez de forma inevitable al mismo tema.
—No acabo de entender qué esperan conseguir vuestros enemigos —confesó el lenguaraz Nin.
—Tantear nuestras defensas —explicó la Reina Rana con paciencia—. Todas las cortes compiten por el control de lugares de poder como este.
—Pero estáis bien preparados —insistió el obstinado vagas—, todo lo contrario que la Colina de los Hongos.
—A todos nos rondan las cortes rivales —desechó Verdefila sus objeciones con un ademán—. Fungus cuenta con sus propias defensas. No tan evidentes como las del Gran Nenúfar, eso es cierto, pero no menos poderosas.
Aún no había terminado de hablar, cuando el firmamento se oscureció en su práctica totalidad. La espesa luz ambarina a la que se habían acostumbrado tan sólo resistía sobre el coloso vegetal y sus inmediaciones. Por todo su entorno masas de sombra perseguían a los restos derrotados del ejército de la Corte Dorada. Aquí y allá revoloteaban fuegos fatuos de púrpura llama. Al croar de los duendes rana se sumaban los aullidos de los lobos sombríos. Los últimos batallones de infantería del nudo corrieron para contener la marea negra. Allí donde se posicionaban surgían nuevos focos de luz. Grupos dispersos en los que se mezclaban libélulas y abejorros batallaban contra enjambres de fuegos fatuos superiores en número.
—Esto pinta mal —susurró Nin con la mano en el bolsillo y el corazón en un puño.
—Tengo miedo —dijo su hermana poniéndose de pie, la cara desencajada y respirando con dificultad.
Sus grandes ojos marrones, muy abiertos, recorrieron el desastre que se cernía sobre todos ellos buscando una salida hasta detenerse en el gran tronco al que llamaban el Viejo Rey. Seguía estando lejos, pero ya no parecía estarlo tanto. ¿O acaso nunca lo había estado?
—Verdefila… Majestad —oyó a Sebas corregirse a sí mismo, la boca seca de golpe, tragando saliva para preguntar—. ¿Qué está pasando?
La Reina Rana, tan desconcertada como ellos, guardaba silencio. La mirada fija en un punto concreto del tumulto donde la marea de sombras estaba siendo contenida.
—No es una escaramuza más —reaccionó Verdefila apretando los puños con rabia—. ¡Mirad allí! ¡Ese no es otro que Tenax, el campeón elegido de Madrenoche!
Los medianos caminaron tras ella y miraron hacia donde señalaba. Aquí y allá, aullidos dispersos rasgaban el zumbido del enjambre protector del Gran Nenúfar. Tentáculos de oscuridad chasqueaban como látigos derribando a los duendes alados. En tanto que los fuegos fatuos alcanzados por las lanzas de las ranas soldado caían chisporroteando en el estanque de aguas cristalinas.
Y en medio de la batalla, sobre un nenúfar donde momentos antes los duendes rana se ocupaban de sus quehaceres diarios, un inmenso lobo de negro pelaje, al que un aguzado cuerno adornaba la cabeza cual regia corona, plantaba cara a dos figuras dispares. Grande y lenta era la una, armada con un pesado mazo. Veloz y diminuta era la otra, armada con un largo bastón. Con agresivas dentelladas, crueles cornadas y feroces llamaradas púrpuras los atacaba el favorito de la Corte de la Corte Oscura.
—¡Son Astrosabio y Mazapote! —exclamó Nin— ¡Necesitan ayuda!
—Cierto —asintió la Reina Rana—. Trestia —se dirigió a la libélula espadachina—, vuela rauda y si hace falta tráemelos de vuelta.
La duende emitió un débil zumbido que sonó a protesta.
»No discutas y ve de inmediato. Yo aquí no corro ningún peligro.
Cediendo a los deseos de su señora, Trestia se elevó un palmo sobre el suelo antes de coger velocidad y salir disparada en dirección al fragor de la batalla.
Entre tanto, el combate entre sus amigos y Tenax el Temible pendía de un hilo. Astrosabio, ágil y resuelto, desviaba y bloqueaba los ataques asesinos del invasor, para que así Mazapote pudiera descargar sus más poderosos golpes sin miedo a represalias. Sin embargo, era tal la maestría en la lucha de su adversario, que cuando su mazo descendía con furia tan sólo al vacío alcanzaba.
A su alrededor, bandadas de fuegos fatuos impedían a los oníricos de la Corte Dorada unirse al combate librado por sus campeones. Peor todavía, allí donde las llamas púrpura devoraban a uno de ellos, un nuevo fuego fatuo engrosaba las filas de los atacantes. Empero, no era esa la única perturbadora transformación que acontecía ante los ojos de unos fascinados y a un tiempo asqueados medianos. Allí donde lobos sombríos y sus etéreos aliados caían a las cristalinas aguas del estanque se podía ver como los que emergían de ellas lo hacían convertidos en libélulas y ranas prestos a defender el nudo.
—Las gallinas que entran por las que salen —croó con un resoplido de disgusto la señora del nudo—. Así no acabaremos nunca con esto.
Dicho esto, estiró al frente el brazo derecho con la palma de la mano hacia arriba. El tallo del Gran Nenúfar respondió a la voluntad de la Reina Rana creciendo en dirección a la batalla. El primer resultado de aquello fue igual que prender una nueva luminaria dorada. Oscuridad y sombras flaquearon. Más asaltantes retrocedieron para ser arrojados a las rutilantes aguas del estanque. Pero Verdefila no se limitó a eso. Moviendo el brazo izquierdo con la palma de la mano ahuecada, igual que si fuera a tomar agua en ella, despertó el dormido oleaje del, hasta entonces, plácido estanque. Encrespadas las aguas, bandadas enteras de fuegos fatuos fueron engullidas y transformadas por las mágicas aguas.
—¡Siete de un golpe! —celebró Nin un lance especialmente exitoso.
—Así es, mi sastrecillo valiente —respondió Verdefila sin dejar de mover los brazos igual que un director de orquesta.
«¿Sastrecillo? ¿Yo? ¡Pero si no he enhebrado una aguja en mi vida!», pensó el revoltoso vagas sin comprender a qué venía eso de sastrecillo.
Lo que sí entendió fue lo de valiente. Y dispuesto a no defraudar a su anfitriona, recogió su bastón, se colocó a la vera de la onírica, amarró el cordel de su honda a un extremo para que sus proyectiles llegasen más lejos y apuntó a un grupo de lobos que rondaba a los soldados rana. Avergonzado por la indecisión que lo había paralizado, Sebas se apresuró a imitarlo. Mientras tanto, la resuelta Flo limpió la mesa de todo aquello que valiera como munición para los fustíbalos de sus compañeros. Al ver lo que la pequeña vagas estaba haciendo, la Reina Rana asintió con aprobación y dedicó una pizca de su poder para conjurar un buen suministro de lo que parecían castañas y bellotas. Sin dudar un momento, los medianos se llenaron los bolsillos y luego desencadenaron una lluvia de duros frutos sobre los asaltantes más cercanos. Pues en medio de su trayectoria, cada proyectil se multiplicaba por tres y ahora que Flo se les había sumado también con su palo lanzador, sus andanadas tenían el efecto de una descarga de metralla.
No obstante sus denodados esfuerzos, el asalto no daba señales de remitir. Por el contrario, un nuevo contingente de criaturas cristalinas se había sumado al ataque. Similares a grandes arañas corrían y trepaban raudas sobre ocho patas aguzadas. Allí en donde se posaban, enseguida aparecía una pátina de moho negro y pegajoso. No contentas con ello, escupían chorros de esa misma substancia similar a la brea. Varias de ellas habían fijado su atención en Trestia y la retenían en un combate desigual. Daba gloria contemplar la elegante danza con que la libélula esquivaba y contraatacaba a sus numerosos oponentes. Con tajos de Aguijón cercenaba las patas de los confiados arácnidos. En tanto que con estocadas de Espina enviaba de cabeza al estanque a los fuegos fatuos que la rodeaban. Sin embargo, aún desde la distancia, se apreciaba cierta urgencia en sus movimientos. En efecto, el tiempo corría en contra de sus amigos Astrosabio y Mazapote.
Hasta el momento habían plantado cara frente a un adversario superior en virtud a su compenetración, pero para ello les era indispensable una libertad de movimientos de la que ya no disponían. Con astucia y malicia los oníricos recién llegados habían sembrado el nenúfar sobre el que combatían con su lustrosa ponzoña. Peor todavía, la brea viscosa reaccionaba a las llamaradas proferidas por Tenax dando lugar a formaciones cristalinas de aristas crueles. Mazapote era el que mayores dificultades afrontaba. Su mole musculosa estaba cubierta de cortes sangrantes. Rabioso, descargaba su arma contra los obstáculos de obsidiana tratando de recuperar el espacio que tanto necesitaba para pelear. En esas estaba cuando Tenax aprovechó para abalanzarse sobre él. Para cuando Mazapote vio la mancha blanca en la frente de la cabeza lupina, justo donde nacía su cuerno marfileño, ya era demasiado tarde. Ni tan siquiera el veloz Astrosabio, acosado sin cesar por las untuosas arañas y su ponzoña, pudo hacer nada. Con la contundencia de un toro, Tenax empitonó al duende rana, lo alzó sobre su cabeza y lo arrojó contra otra de las punzantes aglomeraciones de obsidiana. Allí quedó doliente y empalado el maltrecho corpachón del pobre Mazapote. Para horror de sus amigos, de inmediato la luz que los protegía parpadeó igual que la llama de una vela y su intensidad fue a menos.
—¡Trestia! —croó Verdefila sin ocultar la angustia que sentía— ¡No esperes más! ¡Hazlo ya!
Al poco de oír las nuevas órdenes de su señora, después de desembarazarse de otro par de insistentes adversarios, la duende espadachina comenzó a emitir un penetrante zumbido. Todo su cuerpo, no sólo sus alas multicolores, vibraba en una frecuencia distinta a todo lo visto con anterioridad. Sebas, incrédulo, se frotó los ojos. Flo también se quedó parada mirando como el borrón en que se había convertido la figura de la libélula se desdoblaba primero y se triplicaba después.
—¡Eh, vosotros dos! —gritó Nin con la lengua afuera— ¿Os estáis tomando un descanso, o qué?
Él no había dejado en ningún momento de disparar contra los invasores y le empezaban a doler los brazos y la espalda por el esfuerzo. Abochornados, los vagas salieron de su estupor y la emprendieron de nuevo a bellotazos y castañazos contra unos asaltantes que empezaban a cobrar nuevos bríos. Aunque no por ello se privaron de mirar por el rabillo del ojo como en el lugar de Trestia ahora eran tres las libélulas que danzaban al unísono.
La una blandía con elegancia a Aguijón y los lobos sombríos huían a su paso. La otra volaba en espiral con una Espina en cada mano y los fuegos fatuos caían alrededor suyo formando mándalas de púrpura esplendor. En tanto que la tercera empuñaba a dos manos una enorme y afilada púa de rosal. Con ella sesgaba inclemente las patas de las arañas de brea. Sus diferentes trayectorias convergían en el mismo punto. Era su propósito evidente. El gran lobo astado aulló desafiante al verlas llegar. Un cansado Astrosabio retrocedió empujado por el ataque sónico que supuso para él la demostración de fuerza del campeón oscuro. Más de un golpe y de dos había recibido, pero, honrando su nombre, mantenía la cabeza de playa con zarpas y dientes. Las sombras formaban ahora un creciente yang sobre las luminosas aguas del estanque.
—Aún así no será suficiente —murmuró Verdefila, sin dejar de contrarrestar con su oleaje los látigos de oscuridad que ocasionalmente arrastraban hacia el lado sombrío a los defensores del nudo—. Los retendremos hasta que nuestros aliados acudan. ¡Y entonces—croó con furia— tendrán que regresar por donde han venido con el rabo entre las piernas!
En respuesta a su reina, por todo el Gran Nenúfar retumbó el croar de los duendes rana. A todo esto, la peluda mascota corría de un lado para otro ahuyentando con saltos y ladridos a los escasos fuegos fatuos se les acercaban. Flo, por su parte, echó un vistazo en dirección al Viejo Rey. Tantas ganas tenían de salir de allí, que ahora estaba mucho más cerca y pudo comprobar que rivalizaba en envergadura con la fortaleza vegetal de su anfitriona."
Y esto es todo por ahora. La semana que viene compartiré por aquí el desenlace de esta onírica batalla. Me despido con los Iron Maiden y su "Two minutes to midnight":
Nos leemos.



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