(Ital el JDRHM) Criaturas y Leyendas 10. De tracos, seros y vagas. Parte 13.

      Hola a todos.

      Tal y cómo os prometí en la última entrada, aquí os traigo una nueva entrega de las andanzas de Sebas y compañía.


"Con Sebas y Nin remando al mismo son, enseguida avistaron su destino. En verdad que el Gran Nenúfar merecía tal apelativo. Grande era en efecto aquella planta maravillosa. Y no menos fantástico era cuanto la rodeaba. En torno a ella se aglutinaban nenúfares de menor envergadura formando calles y barrios. El perfume de sus flores rosadas competía con el olor a hierba recién cortada.

Los duendes rana saltaban de acá para allá en sus quehaceres diarios bajo la atenta mirada de las omnipresentes libélulas. El croar y los chapoteos de los unos competía con el zumbido de las alas de los otros. Al contrario que el despreocupado solaz de la Colina de los Hongos, en el Gran Nenúfar imperaba el industrioso bullicio que pudiera esperarse encontrar en un castillo. Unos apilaban grandes haces de juncos. Otros reunían y alisaban blancos pétalos de lirios largos y anchos. Más allá se veían hilera tras hilera de bancos corridos. Las ranas allí sentadas atrapaban moscas con sus lenguas y llenaban con ellas tarros de diferentes formas y tamaños.

El parecido se tornó todavía más evidente cuando tuvieron ante sí la descomunal mole del hogar de Verdefila. Con sus siete plataformas vegetales superpuestas, el Gran Nenúfar ocupaba el lugar principal del pueblo flotante igual que hacen las torres de los nobles humanos en los villorrios fronterizos.

La llegada de los vagas fue celebrada con el clamor de trompetas. Una grupo de diez duendes rana con jubón amarillo y blanco cuello abullonado, armados con lanzas de lo que parecía hasta de caña y hojas de acebo, los esperaban junto a un tallo florido.

Apenas Sebas y sus amigos desembarcaron, las ranas soldado formaron sendas hileras y los escoltaron irguiendo la cabeza sin barbilla. Sus patizambos andares contradecían la imagen marcial que pretendían ofrecer. Los dos hermanos intercambiaron una mirada de complicidad. Sebas seguía cabizbajo, no parecía prestar otro cuidado que mantener a Duende junto al grupo. Sin embargo, el avispado mediano tomaba nota de cuanto veía. La última vez que visitó el nudo, el que se respiraba era un ambiente festivo y cortés. Aquella vez fue recibido con una banda de música y agasajado con bailes y banquetes sin fin.

Él no podía saber, como sí lo sabemos nosotros, que las fronteras que separan a los mundos de la creatividad de la vida cotidiana no son estancas. Así, las vicisitudes de la Vigilia terminan por traspasar y perturbar la onírica existencia de los habitantes de Lardar. En efecto, las tragedias que sacudían Ital en esos días tenían su eco en los sueños del Durmiente y alimentaban el poder de la Corte Oscura en detrimento de las demás.

Después de un corto trayecto, su aguerrida escolta les dejó a cargo de un estirado chambelán. No podía ser de otro modo, pues se trataba de un onírico con la apariencia de una libélula humanoide. Era el doble de alto que los medianos, con las alas traslucidas teñidas de arcoíris y los ojos compuestos igual que sus congéneres, pero con las delgadas extremidades propias de los humanos. También vestía el blanco cuello abullonado propio de un gentilhombre. Sin embargo, la elegante reverencia con que les obsequió no fue óbice para que los medianos tomasen nota de la larga espina que ceñía a su cintura cual aguzado florete.

Un tanto cohibidos, los medianos permitieron que la criatura de gestos amanerados los guiase por el laberinto de escaleras que comunicaban cada sección del gigante vegetal en que moraba la reina rana. Allí tampoco los duendes permanecían ociosos. Asomándose disimuladamente desde una terraza, Nin pudo ver cómo uno de ellos croaba órdenes a un pelotón de soldados. Todos ellos, equipados con lanzas de afiladas hojas de tejo y blancos escudos de pétalos de lirio, marchaban a la par, igual que si fuesen hormigas, manteniendo la formación. Un par de libélulas detectaron su indiscreción y descendieron hacia él, pero al ver como apresuraba el paso para no quedarse rezagado del grupo, remontaron el vuelo.

Fue la misma Verdefila quien les salió al encuentro. Saltaba con garbo y donaire, la mano palmeada sosteniendo sobre su cabeza una ostentosa peluca coronada por un diadema dorada. El vaporoso vestido de tirantes blanco y amarillo que cubría su regordeta figura revoloteaba cada vez que flexionaba sus ancas para tomar impulso.

—¡Ardillita! ¡Ardillita! —croaba con entusiasmo— ¡Mi ardillita ha vuelto!

Tras ella corrían otro par de duendes rana. El uno era un verdadero coloso de piel verde oscura. Vestía unos calzones púrpura y un chaleco amarillo. Una papada prominente caía sobre el blanco cuello abullonado que le cubría los hombros, en tanto que un diminuto sombrero de tres picos adornaba su cabeza. El conjunto resultaba cómico hasta que te fijabas en el mazo descomunal que blandía como si no pesara nada. A su lado, dando tres saltos por cada uno que daba el titán, atusándose una barbita canosa con gesto de desaprobación, se podía ver a un frágil anciano envuelto en una túnica blanca y amarilla.

Antes de que la señora del nudo los alcanzase, el duende libélula emitió un zumbido con sus alas multicolores y les indicó que se detuviesen. Sebas murmuró cariacontecido unas palabras de gratitud y se obligó a poner buena cara. Nin aprovechó la oportunidad que se le presentaba para contener las risas que le despertaba el mal trago que a todas luces estaba pasando su compañero. En tanto que Flo, nerviosa, se alisó la ropa y trató en vano de recoger sus rizos rebeldes.

—¿Ardillita? —dijo Nin por lo bajini— ¿En serio, Carapatata?

—Tú ten cuidado —le advirtió mortalmente serio—. La última vez que vine, las ranas buscaban un rey...

No tuvo tiempo de decir más. Verdefila ya estaba sobre él con arrolladora efusividad de una familiar besucona.

—Ardillita, te he echado de menos. Te veo muy delgado. No estás comiendo bien —atosigó a Sebas sin darle tiempo a contestar—. Ven conmigo. Tenemos mucho de que hablar.

Tampoco los alegres ladridos de Duende ayudaban. Ya lo tenía cogido del brazo y empezaba a arrastrar con ella a un Sebas resignado, cuando el onírico barbado carraspeó entes de decir:

—Majestad, tenemos invitados.

—¿Invitados? ¿Qué invitados? —exclamó ella antes de volver la vista atrás— ¡Oh! Invitados, es verdad, tenemos invitados —dijo al fijarse en los hermanos Conejero.

Entonces le mudó el rostro. Algo vio que no le gustó. Entrecerró los ojos saltones con suspicacia y apretó los labios. Enderezó la espalda todo lo que le fue posible y se acercó con paso lento y medido en su dirección.

—Majestad, es un honor —la saludó Flo con una reverencia. Se la veía intimidada ante la Reina Rana. No le faltaban motivos. Aún sin contar la complicada peluca, la onírica era el doble de alta, y de ancha, que ella.

—Zalamera —murmuró Verdefila lo bastante alto para que la oyese tras mirarla de arriba a abajo.

Luego le dio la espalda y se plantó delante de Nin algo menos envarada. Por su parte, Flo se quedó helada, con la cabeza gacha y la boca abierta. Con un sólo vistazo, Verdefila la había catalogado como su rival por los afectos de Sebas.

«Así que la rana era caprichosa», pensó la vagas comprendiendo ahora el motivo de la extraña actitud de su compañero.

—Vaya, vaya —croó Verdefila rompiendo el incómodo silencio—. ¿Pero qué tenemos aquí?

Nin tragó saliva y dio un paso atrás. Acababa adivinar el sentido de las veladas advertencias de Sebas y no le gustaba nada como lo sonreía la Reina Rana. Allá en Ursala tenían un gato blanco y negro, grande y rollizo que cuando atrapaba un ratón, se relamía y lo miraba con igual intensidad y satisfacción antes de zampárselo. El amuleto en su bolsillo, tibio al tacto, parecía reaccionar al escrutinio de que era objeto. A punto estaba el mediano de ceder al impulso de salir corriendo, cuando Verdefila exclamó:

—¡Oh! ¡Qué pena! Veo en ti la marca de Bryon —se lamentó llevándose con teatralidad el dorso de la mano a la frente—. Lo nuestro no tendría futuro. Tú y yo podemos ser amigos, pero nada más.

—Es una lástima, sí que lo es —contestó el vagas con una sonrisa nerviosa.

No había entendido ni la mitad de la mitad de lo que la onírica acababa de decir, pero respiró aliviado cuando ella se volvió hacia sus cortesanos.

—Astrosabio, Mazapote, adelantaros —ordenó con amabilidad—, que preparen un banquete para nuestros invitados. Celebraremos su visita bebiendo nectar de flores destilado con gotas de rocío. Nos saciaremos con la blanda carne de las carpas recién pescadas en lecho de arroz. Nos deleitaremos con pastelillos de harina de almendra embebidos en miel...

Sus ojos saltones chispeaban conforme enumeraba los manjares con que los iba a agasajar. De modo que Sebas no pudo evitar cierto reparo al interrumpirla:

—¡Cuánto lo siento mi querida Verdefila —arguyó con verdadero pesar, pues si algo comparten todas las rama medianas es la inclinación a la gula—, pero nuestra visita ha de ser breve.

—¿Breve? ¡Breve! —croó ella con la mano en el corazón — ¿Y por qué me apuñalas así? ¿Puede saberse a qué vienen esas prisas? ¿Acaso te ha mordido el conejo blanco?

—Volvíamos a casa después de recoger setas —se excusó azorado mirándose la punta de sus inquietos pies—, cuando sin saber porqué la puerta de piedra en la Colina de los Hongos nos trajo aquí.

—Eso es sumamente extraño —intervino Astrosabio, el anciano duende rana, con el sosegado interés de un erudito—. Los portales responden a la voluntad de quienes los atraviesan. Si de veras era vuestra intención regresar a la Vigilia, allí estaríais.

—¡Eso ha sido porque en el fondo no querías marchar sin verme! —exclamó la señora del nudo sonriendo triunfal— ¡No se hable más!

Dando por zanjada la discusión, Verdefila dio una palmada y delante suyo brotó un tallo en espiral cuyas hojas formaron una escalera por la que subir a los pisos superiores del Gran Nenúfar. Sin esperarlos, la onírica subió los escalones recién formados bailando feliz al ritmo de un vals imaginario. Al ver que los vagas no se decidían, Astrosabio carraspeó suavemente y les indicó con un cortés ademán que lo siguieran. Menos sutiles fueron el flemático duende libélula y el silencioso Mazapote, quienes se colocaron detrás de ellos cortándoles la retirada.

Todavía seguía creciendo la escalera vegetal, cuando la Reina Rana interrumpió su baile para señalar un punto en la lejanía.

—¡Mirad cuán lejos está el Viejo Rey! ¡Si en verdad fuera vuestro deseo marcharos, lo tendríais a un salto de distancia!

—¿El Viejo Rey? —preguntó Flo, que aprovechó para acomodar mejor a Duende entre sus brazos, no fuera a caerse por el tallo abajo.

—Es ese tronco nudoso y cubierto de musgo que sobresale del estanque —respondió Sebas cabizbajo.

—¡Debe ser enorme para verse con lo lejos que está! —silbó Nin para diversión de Mazapote, cuya risa retumbó con un tono de barítono.

—Sí que es enorme, sí —concedió Astrosabio, pero frunció el ceño al confirmar lo lejos que se divisaba la salida del nudo.

No en vano, en el mundo de los sueños las distancias eran relativas y la velocidad de desplazamiento dependía de la fuerza de voluntad y los deseos de cada uno. Así las cosas, bien pudiera ser que los vagas no quisieran regresar al gris y frío mundo del que provenían tanto como afirmaban. Sin embargo, existía otra posibilidad: que otra voluntad, más poderosa que la suya desease su permanencia en Lardar.

«Mi señora los retiene entre nosotros», pensó el frágil duendecillo.

Con esa idea rondando por la cabeza, el fiel consejero desechó sus preocupaciones. Habían culminado el ascenso hasta la terraza vegetal donde les esperaba dispuesto el banquete anunciado. Mazapote, glotón como él sólo, atrapó con un latigazo de su larga lengua un cubito de dulce gelatina en cuyo centro se adivinaba una sabrosa mosca.

—Perdón —croó relamiéndose con dudosa sinceridad.

Los vagas esperaron respetuosamente a que su anfitriona les indicase que tomaran asiento. En cambio, sus escoltas permanecieron de pie, vigilantes. A una señal de su reina, tres duendes rana con chalecos blancos y amarillos sirvieron las viandas en ahuecadas hojas de magnolio y llenaron de fragante licor los coloridos tulipanes que fungían como copas.

—¡Parecemos colibríes bebiendo el néctar directamente de las flores! —comentó con ocurrente espontaneidad la cándida Flo tras un par de tímidos sorbos.

Sus compañeros rieron al tiempo que degustaban el fresco aguamiel. También sus escoltas se contagiaron de la feliz escena. Incluso el estirado duende libélula pareció relajarse y sus alas vibraron imitando el ronroneo de un gato. No así Verdefila, ella disimuló un gesto de contrariedad tras su copa y evitó sumarse al regocijo mayoritario.

En ese momento, la melosa luz que los había acompañado en todo momento parpadeó. Todos los oníricos presentes se enderezaron al unísono y guardaron silencio. Duende, que hasta entonces había ido de comensal en comensal mendigando comida con ojos húmedos, gimoteó con la cola entre las patas y buscó refugio bajo la mesa, junto a Sebas. El mismo fenómeno se repitió otras dos veces. Astrosabio se acercó a la cabecera de la mesa y, desde detrás del alto respaldo de la silla sobre la que se sentaba una enfadada Verdefila, dijo:

—Nos atacan majestad."

Y hasta aquí podemos leer. Lo bueno es que la parte 16 de la historia de Sebas ya está en proceso. Lo malo es que ponerme delante del PC cada vez me cuesta más. A ver si saco ganas antes de fin de mes y comparto la siguiente entrega. Os dejo con Patty Gurdy y su "I´ll fly for you/Lora Lie Lo":

Nos leemos.



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