(Ital el JDRHM) La Ciudad bajo la Ciudad 13: Uriah (El Juramento)
Este mes estoy hecho un cromo. Encima les intercambié los nombres a Zipi y a Zape Tudorache. Oh Diosa fortuna, tú que creces y decreces como la Luna. Pues nada, no volverá a pasar, ya veréis.
Una herramienta para cada ocasión. Según la web imagen libre de derechos. |
Ignorando el entrechocar de armas y voluntades que lo rodeaba, los lamentos de los heridos y los gritos de los vencedores, Jebediah, aturdido y agotado por la montaña rusa de emociones vividas, se acercó a su orgullosa montura.
Caminaba despacio, como en trance, respirando afanoso por la boca. El corazón le latía desbocado. Con el brazo izquierdo pegado al torso, y el derecho sujetándolo.
Por dos veces en una sola jornada, había perdido a su hermano. Y en ambas, la justa venganza le había sido negada. Más intensa que el dolor físico era la vergüenza que sentía.
Contemplar el lastimoso estado en que había permitido que dejasen a Aguerrida no hacía sino incrementar su bochorno. Con el cariño de toda una vida en sus ojos, acarició con suavidad las alas quebradas. El contacto cálido y el familiar olor del tibio plumaje sosegaron el tumulto que sacudía a su atribulado espíritu. Acompasando latidos y respiración, permitió que parte de su energía vital fluyese de la palma de la mano al maltrecho cuerpo de su compañera. Una tenue aura azulada los envolvió, cerrando las heridas y restaurando las energías del águila gigante a costa de la vitalidad del paladín.
Éste, con oscuros círculos bajo los ojos que evidenciaban el precio pagado, tanteó las ligeras alforjas sujetas a los arreos de su montura, mientras ésta se incorporaba y extendía sus alas, y extrajo una poción de curación que le devolviera parte de la fortaleza dilapidada durante la exigente jornada. Con pulso tembloroso se la llevó a los resecos labios y apuró el espeso líquido carmesí con avidez.
Apenas empezó a sentir sus benéficos efectos, sujetó las riendas de Aguerrida y montó de nuevo. En ese momento, la sombra de sus reagrupados compañeros le cubrió.
—¡Apresúrate! —le urgió Uriah— ¡El orden de batalla se desmorona! ¡Los regimientos del centro persiguen a los hobzs y abandonan sus posiciones! ¡Daimiel y sus caballeros cabalgan ya en pos suyo!
En efecto, así era. Por el flanco izquierdo de la horda penetraban las albicelestes tropas élficas. La cuña formada por su caballería, con la luminosa presencia de su príncipe al frente, atravesaba las escuadras enemigas como un cuchillo candente la mantequilla. Los vociferante dancos les secundaban. La sombría forma del transformado Elugón los comandaba, como un avatar de todo lo que en la naturaleza hay de salvaje y predatorio. Ni él, ni sus bestiales escoltas, encontraban oposición entre los baqueteados hobzs.
—Me niego —rechazó Jebediah la orden de su superior sin mirarle a los ojos.
—¿Te niegas? —incrédulo, exclamó éste.
—Seguid sin mí —levantando la mirada, suspiró pesadamente—. Yo tengo otros deberes que atender.
—¿Reniegas de tus votos? —tan sorprendido, como crispado por la resistencia a su autoridad, protestó Uriah.
—En absoluto —ofendido, se irguió el Tudorache. La poción ingerida empezaba a reponer sus energías.
—¿Entonces? —preguntó, a la vez que se acercaba con Espolón, alargando el brazo para disputar al díscolo paladín las riendas de Aguerrida.
Entre tanto, inquietos, Ambrose y Zacarías intercambiaban miradas de preocupación. Momentos antes, una vez quedó claro que los jinetes de jaburi estaban derrotados y en fuga, el barbado paladín había enviado a Adam en ayuda de su Rey.
A lo lejos se los podía ver batallar. Tres puntos de luz descargando rayos sobrevolaban el tótem del buitre. Acuciado por la necesidad, el monarca también había convocado a su espíritu guardián. Un atávico shaman forqz, cubierto de huesos y heridas autoinfligidas, se enfrentaba a ellos Su propia sangre utilizaba para invocar aullantes espíritus. Y éstos, investidos con el poder del miedo y la oscuridad, aleteaban en torno a las figuras luminosas.
—Entonces —seguían discutiendo sus compañeros—, si son mis votos los que te preocupan, tomaré otro.
—¿Otro? —ofuscado por la oposición encontrada, repitió Uriah.
—Otro, si —decidido, añadió Jebediah apretando los dientes—. Ya se me ha impedido una vez castigar a los asesinos de mi hermano…
—¡No sigas por ese camino! —lo interrumpió el vozarrón de Ambrose, adivinando sus intenciones.
—...y juro por su cuerpo insepulto que no volveré a posar la mirada en las venerables canas de mis padres…
—¡No es necesario que jures tal cosa! —consternado, protestó Zacarías, el yelmo de pico de cuervo bajo el brazo, sus rizos pelirrojos, empapados de sudor, aplastados.
—...ni a visitar la tumba de mi hermano, hasta depositar la cabeza de sus asesinos sobre ella —llegado a ese punto, Uriah soltó las riendas de Aguerrida—. Que mi nombre no sea vuelto a pronunciar hasta que complete este juramento.
—Sea pues, caballero negro —aceptó su derrota, haciendo retroceder a Espolón—. Estuviera aquí Iván, le habrías obedecido —le reprochó.
—Pero él no está y tú no eres Iván —con un nudo en la garganta, sentenció el nuevo caballero negro.
Al escuchar esas palabras, una serie de emociones sacudieron el espíritu de Uriah. Sonrojo, al descubrir lo evidente del ideal que perseguía. Despecho, al constatar lo lejos que estaba de alcanzarlo a ojos de sus camaradas de armas. Orgullo herido al dañarse la imagen que de sí mismo tenía. Y tal vez la más dañina, duda en sus capacidades.
—Para bien o para mal, has arrojado los dados —resignado, se despidió Ambrose con el puño a la altura del corazón—. Adelante, sigue con tu misión. Que Tormo te guíe caballero negro.
—Vuelve pronto —se adelantó Zacarías. Ambos se tomaron del antebrazo—, que me dejas solo, rodeado de carcamales —emocionado, trató en vano de bromear, y luego, compugnido añadió—, caballero negro.
Asintiendo a su amigo, el juramentado retrocedió. Los restantes miembros del Círculo Interior le dejaron el espacio libre. Aguerrida extendió sus alas una vez más y emprendió el vuelo en pos de la nueva misión de su jinete.
Pronto, en cuanto mi capacidad de concentración se recupere, más. Os dejo con una versión del "O Fortuna" a cargo de Therion, que a mi me gusta mucho.
Y ya sabéis, si en vuestras andanzas os topáis con un caballero solitario, con un poco de suerte, si vuestra causa es justa, lo mismo podéis conseguir sus servicios.
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