(Ital el JDRHM) La Ciudad bajo la Ciudad 12: Uriah (El Flanco Derecho y los Guerreros Celestiales)
Este octubre empieza peleón. Habrá que apretar los dientes y plantarle cara.
Cuando estaba escribiendo la historia de fondo para Ital, mis amigos me acusaban de explayarme mucho más en los poderes tenebrosos de lo que lo hacía con el lado amable del panteón. Deformación de director de juego, supongo. Yo contaba con que mis jugadores fueran los héroes de la historia. Ellos tenían otros planes.
Sirva la entrega de hoy para compensar un poco ese desequilibrio.
Ilustración de Marin Iurii en Dreamstime.com |
Conforme descendía por la escalera de caracol, el aire que lo rodeaba iba adquiriendo el olor propio de las aguas estancadas. A cierta altura, las raíces dejaron de asomar por entre los sillares de los muros. En su lugar, era el verde musgo el que se sustentaba de la humedad del ambiente, la cual iba en aumento.
Tomando su broche luminoso con la mano izquierda, Uriah enfocó los que sabía que eran los últimos escalones, justo delante de la talla de una ninfa de los bosques que entre sus manos sostenía en alto un racimo de uvas, como si se los estuviera ofreciendo al recién llegado.
El suelo ante él rezumaba humedad y desprendía el olor propio de la materia orgánica en descomposición. Alargados insectos quitinosos reaccionaron a su luminaria escabulléndose por grietas y oscuros rincones.
Qué uso le habían dado los constructores originales a aquel lugar era un misterio para el paladín caído. La falta de un uso o mantenimiento apropiado por parte de los humanos había propiciado su decaimiento. A esa profundidad, la subida de la marea causaba que las cloacas se desbordasen, inundando parcialmente espacios olvidados como aquél. Incrustados a diferentes alturas del muro se podían ver cristales de colores trabajados con formas caprichosas, rosas, claveles, abejas, colibríes, uvas y granadas. Cuatro grandes tinajas de cerámica lacada, reposaban contra la pared dispuestas una frente a otra formando las esquinas de un cuadrado. Rotas desde que Uriah tenía conocimiento de aquel lugar, adivinar su contenido, al igual que se función, estaba fuera de su alcance.
Frente al último par de escalones se encontraba la que su viejo maestro Fyodor llamaba: "la puerta de las vides". Una laja de mármol rosado veteado de negro, liso, sin adorno alguno. Su nombre le venía dado por el mecanismo de apertura que los laboriosos elfos habían elegido. Prendiendo de nuevo el broche de acebo se su capa. El capitán de la Guardia de la Reina acercó su mano al racimo de uvas que le ofrecía la ninfa y presionó en preestablecida secuencia primero una, luego dos y por último tres de las redondas cuentas de cuarzo que lo formaban. Un sonido de engranajes largamente inactivos resonó en la estancia, y la puerta de mármol se deslizó con suavidad para desaparecer de la vista. Pisando con cuidado de no resbalar, Uriah accedió a lo que él creía que era una suerte de bodega. Respondiendo a un sistema activado al pisar las baldosas, la puerta de las vides se cerró tras él.
Los mismos cristales inertes que adornaban la entrada reflejaban la luz de su broche. Tres hileras de ovaladas tinajas decoradas con los mismos motivos evocadores de néctar, vino y miel ocupaban el centro de la galería. A los lados, en cambio, colocados a intervalos regulares, se sucedían mesas y estantes, junto a una suerte de enormes cilindros de cristal, dentro de los cuales bien cabía un hombre adulto, colocados sobre redondos pedestales metálicos. Avanzó con precaución, restos de loza y cristal abundaban por el suelo. A sus ojos, todo aquello no era otra cosa que los restos abandonados de un complicado alambique.
Muchos años atrás había tenido la oportunidad de apreciar el verdadero vino de los elfos. A fe suya, llamarlo licor sería más apropiado. El ambarino líquido, denso, dulce, revigorizante y embriagador, fácilmente precisara para su elaboración de instalaciones así de complejas.
Al pensar en ello, sintió una punzada de nostalgia por los planes malogrados y esperanzas truncadas, que en días lejanos abrigó su joven corazón. Con una mueca de disgusto apartó aquellos pensamientos, pronto abandonaría la seguridad de ese entramado de estancias secretas para internarse en el laberinto de las alcantarillas de la ciudad. Debía concentrarse en la labor que tenía por delante, pero antes, se inclinó para retirar de su camino un pedazo de cristal más grande que los demás y se permitió la indulgencia de recordar lo que era sentir el júbilo que lo embargaba cada vez que alzaba el vuelo a lomos de Espolón y cuánto disfrutaba contemplando el mundo por entre las nubes del cielo.
*****
Reprimiendo el impulso por objetar la temeraria decisión de su Rey. Uriah se sumó con una ligera demora a las exclamaciones de sus camaradas paladines Habían recibido una orden directa. No era, ni momento, ni lugar para debates. En el campo de batalla, la menor manifestación de duda podía debilitar la resolución y la fe en la victoria de los contendientes.
De modo que se golpeó el brillante peto con el puño metálico y tomó el mando de los caballeros alados supervivientes. No sin antes dedicar una mirada de preocupación con su amigo Iván, que le correspondió con una sonrisa de confianza antes de partir en pos de su nuevo desafío.
—¡Sea pues! —bramó fingiendo una confianza que no acababa de sentir— ¡Nuestro camarada Daimiel y sus hombres nos esperan! ¡La justicia…
—¡...como el rayo!
—¡Ambrose! —llamó al único de sus compañeros que le superaba en veteranía.
Éste se acercó a él. Su águila, que respondía al nombre de Acerada, frotó su pico agrisado contra el de Espolón, su compañero de nidada.
—¿Comandante? —saludó con el puño a la altura del pecho.
Bajo el yelmo con forma de torre, sus cabellos empezaban a ralear, lo compensaba con su rubia barba, contestaba entre risas a quien se lo señalaba. Pero los ojos azules del paladín conservaban su agudeza. Un mortífero mangual era el arma de su elección. Era, con diferencia, el más fuerte físicamente de los miembros del Círculo Interior. Y sin embargo, nunca había dado muestras de aspirar al liderazgo sobre otros hombres, o a la posesión de tierras o rentas.
—Solo tenemos una oportunidad de sorprenderlos —reconociendo implícitamente su veteranía, se explicó Uriah, señalando al gran número de enemigos—. Es hora de invocar a nuestros espíritus guardianes.
—Es verdad, así es —se limitó a afirmar el fornido paladín.
Comprendiendo lo que sus superiores se disponían a hacer, Jebediah y Zacarías se alejaron un par de metros a cada lado. Ellos no habían avanzado lo suficiente en los misterios del Señor del Valor para llevar a cabo tal proeza. Aún así, se sumaron a la salmodia, alzando mazas, martillo y mangual a la luz de los soles.
—Luz que dispersa la oscuridad —entonaron todos a una—. Rayo que hiende el firmamento. Tormo el Justiciero. Martillo que dicta sentencia. Mirada que descubre la mentira. Tormo del Libro. Escudo que protege a los inocentes. Torreón que aleja a los sin ley. Tormo Espejo de Paladines. ¡Tu asistencia invocamos!
Era ya mediodía y en el campo de batalla no cesaba el derramamiento de sangre, cuando dos columnas de luz dorada, ribeteadas de relámpagos y acompañadas de sendos truenos descendieron del cielo. En su interior se adivinaba la blanca luz de los espíritus guerreros enviados en respuesta a sus plegarias. Tal era la intensidad de la energía divina que los sustentaba, que mirarlos directamente cegaba al imprudente. Sus armaduras emitían destellos plateados, sus armas refulgían como el oro, pero eran sus alas blancas, cargadas de energía eléctrica, las que no dejaban lugar a dudas sobre su naturaleza.
—Tormo os escucha —les contestó uno de los guerreros celestiales con voz jovial, cantarina, incluso—. Y os contempla desde su trono, por encima de las nubes.
—Tormo está con vosotros —le secundó el otro, acercándose a Jebediah para posar con familiaridad su mano resplandeciente sobre la cabeza de Aguerrida, su montura—. Y más importante aún, está complacido, hermano.
—¿Her… herm… hermano? —sobrecogido, conteniendo las lágrimas, balbuceó el gemelo superviviente, al reconocerlo.
—¿Adam, Jerome, sois vosotros? —adelantándose hacia las apariciones preguntó Uriah.
—Nosotros somos, si —sonriente, como si su atroz muerte no hubiera sido más que un tropiezo sin consecuencias, respondió el joven Adam.
—Dejamos inconclusa esta importante tarea —se explayó su compañero de martirio—. Y en respuesta a vuestras plegarias, el que rige nuestros destinos, nos concedió la venia de volver para terminarla.
—¡Encaminémonos, entonces, con el corazón henchido de gozo, a nuestra ordalía final! —exclamó, embravecido, el fortachón Ambrose.
—¡Sea pues! —recordó Uriah haber ordenado lleno de confianza— ¡Tormo lo quiere! ¡Partamos!
—¡Tormo lo quiere! —jubilosos lo secundaron todos ellos.
Eran en verdad una visión gloriosa, sus águilas gigantes elevándose sobre el campo de batalla, sus armas imbuidas de magia divina, blanca y pura, rutilantes como estrellas caídas del cielo, y sus camaradas regresados, encarnación de su propósito justiciero, volando juntos.
Ansioso por demostrar que estaba a la altura de sus camaradas paladines, Zacarías guió la carga. Una vez en combate, permitió que Traviesa, su montura alada, haciendo honor a su nombre, sobrevolase las filas posteriores de los jinetes de jaburíes, capturando con sus garras cubiertas de acero a un guerrero aquí, para batir sus alas, ganar altura, y dejarlo caer más allá, en medio de sus conmilitones. Así una y otra vez. Sembrando el pánico entre sus enemigos, paralizados tanto por los graznidos del águila, como por los ataques espirituales de su paladín.
Entre tanto, abriéndose en abanico para que el enemigo creyera estar siendo atacado por un número mayor de adversarios, con él y Espolón en el centro, Ambrose y Adam a su izquierda y los reunidos hermanos a su derecha, el Círculo Interior se ganaba el derecho a entrar con la frente erguida en el Bastión de Tormo.
El mangual de Ambrose caía con el sonido del trueno y la fuerza de un meteoro, saltando dientes y astillando escudos. En lo que Acerada oscurecía su pico con la cálida sangre forqz. No era menor el daño que la luminosa forma del regresado Adam causaba con su maza a dos manos. Inmune a las armas comunes, aprovechaba al máximo el tiempo que sabía prestado. A cada golpe derribaba un jinete, moviéndose con la agilidad de un bailarín que ya tenía en vida, insuflando el temor a la luz en los vástagos de la entropía.
Reunidos de nuevo el martillo y la maza de los hermanos Tudorache, juntos labraron un surco sangriento entre las filas de sus enemigos.
—¡Tormo lo quiere! —repetía con celo fanático Jebediah, su sed de venganza desatada— ¡Tormo lo quiere!
Hasta tal punto estaba entregado a sus instintos homicidas, que descuidó la defensa de Aguerrida. Su fiel montura sangraba por tajos en las patas y en el pecho. Un campeón forqz reaccionó al fin a la amenaza que representaban los paladines, al tiempo que de entre las filas de los caballeros de Esgembrer surgían vítores por su llegada. Con gritos guturales los respondió el bestial guerrero, convocando en torno suyo a otros con la cara tatuada con lo que parecían alas de murciélago. Una lanza de oscuro, mate y siniestro guorztil empuñaba. Era negro su escudo, con un verde sucio se adivinaba dibujada una gárgola.
Tres de sus escoltas hicieron frente al desatado Jebediah, deteniendo su asalto rampante, obligándole a pasar a la defensiva. Su líder, en cambio, se interpuso en el camino del vengador alado. Su yelmo ardía con un nimbo verduzco y ominoso. La Alianza de los Cometas también tenía sus elegidos. Rebotó la maligna lanza contra el luminoso escudo del aparecido. Aquella era un arma que sí lo podía dañar. Cayó el martillo dorado contra el blasón de su enemigo y su luz menguó. Veloz, como la serpiente tallada en su mango, respondió la oscura lanza. El rubio Tudorache bloqueó el ataque, pero veía sus golpes perderse y la bendición de su martillo disiparse.
Tras él, un graznido de dolor le hizo volver la mirada. Aguerrida había sido abatida. Los cuerpos de dos de sus enemigos yacían bajo su cuerpo doliente, que pugnaba por incorporarse. Un jaburí huía sin jinete del lugar. Su hermano luchaba pie a tierra con el guerrero montado restante, respirando fatigosamente, el brazo del escudo colgando inútil del costado. Como buitres que han oteado carne fresca, más jinetes le rondaban. Pero él bien sabía que la hora de su hermano no había llegado, de modo que ignorando a su rival, ascendió sobre el tumulto e invocó un trueno que aturdió a los guerreros comunes y sus monturas.
Esa era toda la ayuda que necesitaba Jebediah. Con un golpe cruel, destrozó la pata delantera izquierda del último jaburí y su amo cayó al cenagoso suelo. No llegó a levantarse otra vez, la maza pringosa de sangre y sesos del paladín le aplastó la nuca. Por desgracia, el elegido de Moruk resistió el conjuro divino, e invocando el favor de su terrorífico patrón, dotó de sustancia a la sombra de su lanza, la cual, crepitando con verde energía salió propulsada contra Jerome, atravesando su vientre y enviándolo de vuelta a los salones celestiales.
—¡Hermano! —alcanzó a llamarlo Jebediah, con la reseca garganta en carne viva.
—Tú vivirás para ver otro día —creyó escuchar el moreno Tudorache—. Tormo así lo quiere.
Entonces, igual que una presa cede ante la riada, así cedió la resistencia guorz ante el empuje combinado de los enanos de Khorzam, los caballeros de Daimiel y los paladines de Uriah. Ahora, cada guerrero tribal forqz buscaba a los suyos para vender cara la piel en palmario desafío a la ineludible derrota, o para huir de aquellas odiosas águilas que parecían estar en todas partes. Esa última fue la opción elegida por el verdugo de Jerome, quien, como gesto de respeto, o de burla, ninguno más lo sabe salvo él, saludó a Jebediah levantando su lanza maldita, antes de volver grupas y perderse de vuelta en los bosques salvajes.
Bueno, hasta aquí llego con la entrega de hoy. Los clérigos y paladines son personajes que abundan en los juegos de rol, pero pienso que, a la hora de la verdad, no se les exprime todo el jugo. También pueden ser un poco pesados, lo admito.
Y como despedida os dejo con "Walking with the Angels". Una colaboración entre dos cantantes que me gustan mucho: Doro Pesch y Tarja Turunen.
Gracias por estar ahí. Nos leemos.
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