(Fan Ficción) Mineros en el Espacio.

   

Ilustración de Paul Bonner

  Los que me conocéis de antiguo ya sabéis que me gustan los wargames y le he dado más que un poco al WHF y al WH40k, hasta el punto de tener esto.

   El caso es que una de las muchas historias que tengo rodando por la cabeza sin encontrar tiempo/energía/ganas va sobre ellos y parece que por fin me la he sacado de encima. 

   Por un lado, hubo una convocatoria para un concurso de relatos de fanficción de WH40K (no lo acabé en plazo) y por otro, llevábamos tiempo los amigos hablando sobre el revuelo de los castings de las adaptaciones a imagen real de esto y lo otro y yo decía que me resultaba más sencillo introducir ciertas cosas en la ciencia ficción que no en la fantasía, de modo que me puse a enredar, y sin dejar de tararear "Tail Gunner" de Iron Maiden y "Beyond the Black Hole" de Gamma Ray, me salió esto.



   El diminuto sol rojo languidecía en el horizonte. Sacudido por tormentas radioactivas, herencia de conflictos pasados, el Mundo Natal era una roca árida e inhóspita. Solo el tesón de los Ancestros Colonizadores y el uso intensivo de cultivos hidropónicos hacía posible la vida y la explotación de las fabulosas reservas minerales que dotaban a un planeta de un tamaño ligeramente superior a la tierra de más del doble de su gravedad.

El terreno seco y abrupto de la superficie temblaba bajo el despliegue de las fuerzas mecanizadas de la liga. Atrás quedaban las bóvedas rocosas que cobijaban las forjas y las minas de los clanes. Si giraran la cabeza, los defensores de Yrling podrían ver sus luces barrer el cielo plomizo por la contaminación tratando de detectar a sus enemigos. Frente a ellos, rompiendo la monotonía del paisaje, se adivinaba la silueta de una gigantesca elevación en medio de la nada, rodeada de una serie de cráteres, con su correspondiente columna de humo.

Con sus manos enguantadas asía con firmeza el manillar de su trike artillado. El calor del motor bajo su cuerpo era bienvenido. Bajo su barba entrecana y el polvo, Sverri sonreía. Nubes de tormenta oscurecían su visión. Los indicadores atmosféricos de su casco anunciaban una brusca bajada de presión prevista para antes del anochecer. Pero eso poco le importaba. Sus ojillos grises chispeaban de emoción al sentir la velocidad, el viento, el rugido del centenar de motores que lo acompañaban y los esporádicos disparos de sus impacientes artilleros. Aun así, ellos no eran más que la vanguardia, los exploradores del metálico puño de la liga Yrlinga.

Tras ellos avanzaban los transportes con sus anchas orugas y sus armas de autodefensa, los tanques de apoyo y, por último, la artillería autopropulsada. Fabricados en serie en las factorías propias de cada clan, el pragmatismo de los achaparrados yrlingos prevalecía al compartir los mismos diseños, funcionales y de piezas intercambiables, pero luego daban rienda suelta a una vena artística inesperada en gente famosa en todo el segmento imperial por su aspecto tosco, de brazos demasiado largos y manos enormes, con rostros burdos, de rasgos rectilíneos, como tallados en la roca, de maneras bruscas y lenguaje soez. Así, cada vehículo estaba profusamente decorado, con runas, grabados, escudos y trofeos, inconfundible uno del otro. Además, agrupados los miembros de un mismo clan en sus propios pelotones familiares, se apreciaba la especialización en cada caso. A un lado se podía ver a un clan como los Kaze, famosos por sus ráfagas de fuego sostenido, equipados con todo tipo de armas bolter: simples, acoplados y pesados. Y a otro, a los Sutzar y sus lanzallamas y fusiones de todo tipo y condición.


Ilustración de Paul Bonner

Hacía décadas que no presenciaba una demostración de fuerza semejante y, pese al motivo, su pecho se hinchaba de orgullo. Los apestosos pieles verdes, que en su errático peregrinaje por el mar de estrellas habían osado estrellar sus pecios cochambrosos contra su hogar, serían aplastados, y su metal, fundido para mayor gloria y riqueza de la liga Yrlinga. Contaba con su sobrino Guthric en el puesto de artillero. Ya era hora de foguear al muchacho, hijo de su hermana, con su mismo pelo pelirrojo. Nada mejor que las escaramuzas previas entre los enjambres de motoristas orkos y los trikes squats para ese fin. Al barbiluengo se le notaba ansioso, sin magnetizar todavía las botas a su posición de disparo, contagiado por el entusiasmo del fyrd, imitaba a otros jóvenes artilleros y saltaba en su puesto, o se quedaba colgando de una mano del bolter pesado acoplado de su trike gritando de júbilo por el comunicador.

A lo lejos, una humeante mole rompía la monotonía del paisaje, varias columnas de humo denso y aceitoso la rodeaban, empequeñecidas por la inmensidad del cráter provocado en su colisión. Si los invasores seguían los patrones de conducta inscritos en su código genético, la actividad en torno al precio sería frenética, fortificando el punto de impacto con los componentes de su desechado trasporte.

Por eso era de importancia capital asestar el primer golpe antes de que consolidaran una cabeza de playa. Pronto, los prospectores del campo de asteroides acudirán con sus naves y el cielo se iluminará con el fuego nuclear de sus reactores y las explosiones de sus misiles ciclónicos. Frente al avance del piedro no eran más que moscas y debieron ocultarse, pero pronto tendrían su desquite.

Ahora era el turno de Sverri y los colmilludos lo sabían. Nubes de polvo ensombrecían el horizonte.

Múltiples contactos —resonó, dura y seca, la voz de su líder, en los cascos de la motorizada vanguardia—. Múltiples contactos.

Ya lo veo, ya —sonrió, torvo, Sverri, con el micro apagado—. Magnetiza las botas, chico —añadió por el canal compartido con su sobrino—. Atento ahora. Empieza lo bueno.

El joven artillero tragó saliva y obedeció.

Hecho.

Pelotones uno al cinco —siguieron llegando órdenes en el canal principal—. Envolvente.

Esos somos nosotros —por el canal grupal habló ahora Thialfi el Cojo, tío de Sverri—, Cabras, acelerando. Noroeste.

Todos a una, treinta vehículos rompieron la formación, era su misión hostigar el flanco y retaguardia de los invasores.

Respondiendo a la maniobra de los squats, un enjambre de contactos se distanció del grupo orko, aproximándose a ellos. Moviéndose por encima de la polvareda levantada por las motos, traqueteando inestables pero veloces, con sus grandes aspas girando enloquecidas, compitiendo entre ellos por ser el primero en entablar combate. Chispas saltaban, cuando, en su afán, entrechocaban y malgastaban munición para despejar el camino de otros kópteros.

Atento a los marcadores, muchacho.

A mi señal —resonó en los comunicadores la áspera y alcohólica voz del Cojo.

A Guthric le sudaban las manos bajo los guantes de plasticuero. Deseaba con todas sus fuerzas rascarse el culo.

«"Que inoportuno, broza." Pensó, sin dejar de mirar los indicadores que iluminaban el visor de su casco.»

Cabras uno y dos. Fuego a discreción.

El joven artillero vio como uno de los contactos hostiles parpadeaba, cambiando de rojo a amarillo y apretó simultáneamente sendos gatillos de sus bolters pesados, mientras Sverri conducía haciendo eses, pero sin dejarlo salir de su ángulo de visión.

El piloto colmilludo reaccionó elevándose bruscamente, fuego de akribillador pesado impactó donde antes había rodado el robusto trike. Una ráfaga amiga pasó sobre sus cabezas. Impacto directo en el aparato volador. La estela de humo tras él aumentó y su trayectoria se alteró, estrellándose contra el duro suelo. Otra cabra disparó contra los restos, no se podía subestimar la sobrehumana resistencia de los invasores. Ya asomaba la grotesca cabeza de uno de ellos por entre los hierros, sonriendo como un demente extasiado por el subidón de adrenalina, cuando la munición bolter atravesó su cráneo salpicando de sesos el amasijo de haspas y motores.

Esa era la doctrina de las cabras: Distraer, derribar, rematar. Eficaz en grado sumo cuando se superaba en número al adversario, como cuando repelían a los orejas picudas. Pero este no era el caso y pronto empezó el conteo de bajas propias.

Los pieles verdes lo fiaban casi todo al volumen de fuego y al azar. Saturaban todo en su arco de disparo hasta que no había maniobra evasiva que valiera. Un errático cohete se cobró el primer trike squat. Ni siquiera lo habían apuntado a él. Disparaban por el placer de disparar, por sentir el retroceso de sus armas imposibles, saborear la pólvora, el ozono quemado… el estruendo de motores, disparos y explosiones eran todo el espectáculo que sus primitivas mentes apreciaban.

Carneros siete, ocho y nueve —escucharon por el canal principal—, reforzar el flanco de las cabras.

¡Broza! —explotó el joven artillero, sin dejar de disparar— ¿Para qué manda aquí a esas motos?

Cómo respondiendo a su exabrupto, una nueva oleada de contactos inundó la pantalla de su casco.

¿Responde eso a tu pregunta, Guthric?

Guthric, le había llamado por su nombre. Eso significaba que el viejo se había puesto serio.

Va a ser que sí. —dubitativo, musitó él.

Ahora los podía ver. Fieles a sus instintos, el grueso de los motoristas orkos se abalanzaba contra lo que, creían ellos, sería una presa fácil.

La experiencia acumulada gracias a los tratamientos de longevidad y sus más sofisticados equipos de detección, habían permitido al comandante de vanguardia Gruguer anticiparse a los invasores.

Iniciar tácticas dilatorias. —frías y distantes sonaron las nuevas órdenes de su comandante.

Pocos kópteros quedaban en el aire ahora, si bien, también se habían cobrado su tributo en los esforzados squats. Pero frente a la marea roja y verde de sus enemigos, era oportuno cambiar de estrategia. Ahora los alejarían de sus defensas inconclusas, dejando el paso libre para los blindados y las tropas del fyrd.

Ya lo habéis oído, cabras locas —los exhortó el Cojo, con su voz rasposa—. Fuego y maniobra.

Fuego y maniobra —corearon uno tras otro—. Fuego y maniobra.

El verdadero peligro venía ahora. Los limitados arcos de tiro de sus plataformas perjudicaban a los trikes en retirada. Los carneros enviados a reforzarlos los proporcionaban un muy necesario fuego de cobertura con sus bolters frontales, pero su inferioridad numérica era manifiesta. Para poder disparar a sus perseguidores, los trikes necesitaban arriesgar, exponer sus flancos al enjambre de motoristas perseguidores, descargar su mayor potencia de fuego y virar de nuevo antes de ser alcanzados. Cada intento era una apuesta mortal, pero la recompensa era enorme. Los invasores caían a decenas, tanto por los disparos, como por las colisiones con los restos humeantes de los derribados. Pero toda apuesta se termina pagando, un giro, una roca, un retraso de décimas, una ráfaga ligeramente desviada, un orko de mueca simiesca disparando sin esperar a tener nada a tiro, un capricho del Cuervo Disforme y Sverri dió con su huesos en el duro suelo.

***

¡Eh! Soñador ¡Despierta!

Soñador, para una cultura tan pragmática como la suya, aquél era un insulto de calibre. Sverri gruñó, molesto porque le arrancaran de la rememoración de su derrota. Sentía una mano en el hombro, cuadrada y firme. Desconectó sus implantes neuronales mnemotécnicos. Abrió los ojos, o mejor dicho su ojo sano y enfocó con su implante ocular a la persona que tantas confianzas se tomaba con él.

N'thala —dijo, resoplando, apaciguado su mal humor.

La joven squat lo miraba con la desaprobación pintada en los ojos marrones, los brazos en jarras, enfundada en su mono amarillo. Sus gruesos labios fruncidos en un mohín, respirando ruidosamente por su ancha y redonda nariz herencia, tal que su piel oscura y sus cabellos negros y rizados, de los ancestros terranos del clan Bogón.

Estabas allí otra vez. —no era una pregunta, era una afirmación.

Sverri desvió la mirada, bufando, más para evitar la culpabilidad que para protestar. No entendía como la muchacha conseguía hacerle sentir así.

Lo que pasó, pasó —le repitió por enésima vez—. Limpia el polvo de tus botas.

«"Tal vez tenga el Don, dicen que no es tan raro entre su clan." Pensó él, rascándose el implante que cubría un tercio de su afeitada cabeza»

No es sano —insistía ella mientras tanto—. Además, es tu turno de monitores.

Gruñendo, el viejo prospector se incorporó con un zumbido de su pierna cibernética. Todos sus aumentos eran un recordatorio de aquél día. Estaban ahí, para él y para todos. Por eso había decidido alejarse de la vida en el clan y dedicarse a la minería de asteroides.

«"Cuánta menos gente, más tranquilidad." Había pensado.»

La tripulación del Tejón Curioso buscaba un cuarto miembro capaz de trabajar en cualquiera de los tres puestos de trabajo: Prospección con drones, mantenimiento de hábitat y equipo y control de monitores.

El Tejón era una nave con motores nucleares subluz. Constaba de un pequeño módulo de hábitat, un hangar de drones excavadores, un gran módulo de almacenaje y un par de cápsulas de emergencia. Ella misma podía redirigir parte de la potencia de sus reactores para generar un vórtice frontal que perforase los asteroides de mayor tamaño.

Para los estándares de su gente, aquella era una empresa modesta, apta para la explotación de los recursos cercanos al mundo natal. Las mayores inversiones en el ramo empleaban naves de tamaño lunar con capacidad de salto, en cuyos hangares, albergaban decenas y hasta centenares de unidades de prospección del tamaño del Tejón.

Keiko me espera para pasar a mantenimiento, entonces. —aprovechó la oportunidad que se le ofrecía para cambiar de tema.

Asi es.

¿Cómo te ha ido con los drones?

Bien, bien. El nuevo sector promete. Donnchad ya está allí con el traje de vacío. —le urgió ella a apresurarse, señalando con la redonda barbilla la salida del habitáculo.

Vale, vale. Que el taladro no descanse. —se despidió, pulsando el mando de la esclusa de seguridad.

Y la vagoneta no se llene de broza. —contestó N'thala detrás suyo.

***


Con el zumbido de los monitores de fósforo verde y la estática de los altavoces por única compañía, Sverri le daba vueltas a la cabeza a las decisiones que lo habían llevado casi al borde de la expulsión del clan. Entre los yrlingos, sufrir heridas en combate no era nada deshonroso, reemplazar órganos o extremidades por biónica, tampoco. Durante décadas había luchado bajo las órdenes de Thialfi y nunca habían tenido el menor desacuerdo. Tal vez fuera eso, reflexionaba. Su existencia había seguido unas pautas lineales, previsibles, ordenadas. Había trabajado para el clan, peleado por el clan, bebido con el clan, obedecido al clan. Había sido uno con el clan. Un engranaje perfectamente engrasado en la maquinaria social diseñada por los Ancestros Fundadores y, sin embargo, algo en su interior tiraba de él en dirección opuesta al clan, hacia el Mar de Estrellas. Un impulso antiguo reprimido con facilidad por la rutina diaria del mundo natal. Impulso que reconocía en su nervioso sobrino, por mucho que se esforzara por disimularla. Rutina que se había visto alterada de golpe y porrazo para ambos por una broma del Cuervo.

«"Soñador, me llamó soñador. A cualquier otro le habría hinchado los morros de un guantazo bien dado." Sonrió él, rascándose la rodilla sana con su manaza peluda»

Una luz roja parpadeó en la consola de comunicaciones en ese momento. La estática se aplanó y entró un mensaje de voz. Era el rubicundo Donnchad, que se encontraba afuera coordinando la flota de drones mineros con los sistemas de su exotraje de vacío.

Aquí D. Los escáneres del dron siete detectan una fuente de radiación en las inmediaciones. Procedo a recoger muestras de material para el turno de mantenimiento.

Aquí S. Nada sospechoso en los sensores de largo alcance. Procede con cautela. —contestó Sverri.

Al tiempo, enlazó su cogitador neuronal a los sensores del Tejón. Los datos inundaron su red sináptica y la ya familiar nausea le dejó la boca seca. Era como dividir la consciencia. Su carne y sus sentidos seguían sentados frente a los monitores, llevándose una burbuja plástica de cafeína a la boca. Mientras que un fragmento de su intelecto, que se sabía del todo diminuto e insignificante, accedía a la ingente cantidad de información suministrada por los sensores y bases de datos del Tejón.

Buscaba toda referencia que hubiera sobre ese sector del campo de asteroides. Cómo ya hicieran una y otra vez antes de elegirlo como su zona de trabajo. Pero los archivos no siempre eran recientes. Muchas veces, anteriores prospectores omitían deliberadamente información para reservarse los mejores lugares. Si la radiación detectada tuviera su origen en un pecio varado, su hallazgo los haría ricos de un día para otro. Los trastornos de la Vieja Noche habían aislado el sector del resto de la galaxia. Su civilización había sido capaz de conservar un nivel tecnológico encomiable, salvo en lo que a la genética y al salto espacial se refiere. Así, los cambios que en su fisiología había ido provocando dicho aislamiento les habían pasado desapercibidos, hasta que los primeros exploradores imperiales los volvieron a poner en contacto con la antigua Terra. Nada indicaba que se hubieran perdido naves en ese segmento del campo de asteroides. Pero bien podría no pertenecer a ninguno de sus aliados.

Sverri volvió su atención a los escáneres de largo alcance, una nueva cascada de datos se desplegó ante la roja lente de su ojo biónico. Entonces los vio, en la lejanía, un grupo de contactos en rumbo de colisión con el cinturón. Inertes, sin señales remarcables de calor o magnetismo. Asteroides a la deriva, resultado de a saber qué fenómeno natural o catástrofe provocada. Pero de igual manera capaces de destruir los caros drones o de aplastar al vocinglero Donnchad. Había que avisarle. Debía regresar al Tejón Curioso.

D aquí S ¿Me recibes?

Solo la estática rompía el silencio del canal.

D aquí S ¿Me recibes? —repitió Sverri.

«"La radiación de la que hablaba interfiere con los comunicadores. Piensa, piensa... Sí, eso es, los drones."»

En su diseño original, los drones podían ser dirigidos desde su nave nodriza. Con el tiempo, los mineros espaciales se cercioraron de que si en cambio los dirigían desde sus exotrajes, los milisegundos de tiempo de respuesta que ganaban, evitaban accidentes y pérdidas de material, por lo que pronto se generalizó usarlos así. La nausea se intensificó, la lejanía también implicaba que un operador se concentrara en tres o cuatro drones y Sverri estaba accediendo a las cámaras de nueve de los doce que Donnchad tenía con él.

«"Es la broza de radiación. También interfiere con la señal de los drones."

Con resignación, activó los altavoces del Tejón.

N'thala, Keiko. Emergencia en monitores. Lluvia de meteoritos en camino. Repito: Emergencia en monitores. Lluvia de meteoritos.

Después, para no quedarse con la duda, tomó el control del dron número seis. Mientras los restantes drones continuaban extrayendo mineral allí donde los había dejado fijados su compañero y principal aportador de capital, le ordenó desanclar sus seis extremidades, y con precavidos impulsos del reactor de su hexagonal cuerpo central, lo dirigió hacia la fuente de radiación detectada por sus sensores. Usando la unidad como baliza emisora grabó una señal de alerta y la ordenó emitirla en bucle.

D, lluvia de meteoritos en curso. Regresa al Tejón —repetía una y otra vez —. D, lluvia de meteoritos en curso. Regresa al Tejón.

Introdujo una rutina en el dron de avance y regreso a la nave en función de su autonomía. No sabía cuándo perdería contacto con la unidad. Estaba terminando de pulsar los comandos, cuando la esclusa del habitáculo se abrió tras él.

Giró la silla rotatoria, soldada, como todo el mobiliario del Tejón, por seguridad al suelo de la nave y se encontró con el gesto adusto de la segunda al mando de la empresa. Keiko del clan Kaze. Viéndola de lejos, bien se la podría pasar por una niña humana. Su fisonomía contradecía muchos de los estereotipos que en los segmentos imperiales repetían de los squats. De baja estatura, sí, pero de cuerpo menudo, casi frágil, la también navegante principal acusaba en su estructura ósea los largos períodos pasados en la tenue gravedad artificial de las estaciones y naves comerciales a las que debían su posición los Kaze. De rostro plano y nariz pequeña. Sus marrones ojos rasgados, por lo común entrecerrados, siempre calculadores, revelaban un carácter desapasionado. Llevaba los largos y lacios cabellos negros recogidos en un moño y vestía un mono de trabajo amarillo, de cuyos bolsillos asomaban lo mismo destornilladores y alicates comunes, que un auspex o un imantador portátil.

¿Y bien, yrlingo? —tal y como ella lo decía, pertenecer al clan mayoritario parecía un defecto— ¿Qué es lo que quieres? ¿Un paraguas?

Haciendo acopio de paciencia, Sverri respiró dos veces antes de contestar.

No puedo contactar con Donnchad.

¿Es por la radiación? —los interrumpió  N'thala, que llegaba justo entonces.

A lo que los dos tripulantes asintieron. Sverri se sorprendió. Por lo visto, habían estado hablando entre ellas de la anomalía mientras él estaba en monitores.

¿Has enviado un dron repetidor en modo automático? —suspicaz, inquirió la navegante.

El número seis —contestó, señalando el monitor que retransmitía lo que sus cuatro cámaras grababan.

Con tan buena fortuna que en ese momento se distorsionó la señal, para después interrumpirse. Keiko se había opuesto a su inclusión en la expedición. Tal vez hubiera preferido incluir a un miembro de un clan diferente al de Donnchad. Tal vez le desagradaba que su campo de especialización fuese el armamento, lo que, unido a sus aumentos cibernéticos, lo convertía en el mejor luchador de la exigua tripulación. Por supuesto, todos ellos habían recibido instrucción en armas. Era obligatorio en su sociedad, expuesta a la amenaza de piratas, saqueadores y, para qué negarlo, los squats de otros mundos natales. Fuera cual fuera el motivo de su animadversión, a Sverri le molestaba su actitud.

El tiempo corre —rompió la incipiente tensión la voluntariosa joven del clan Dogón—. Alguien ha de ponerse su exotraje e ir a buscarlo.

Por eso os he llamado. Voy a ir y necesito alguien que me releve aquí.

Con decisión, Keiko comenzó a teclear. Ante ellos se formó un mapa tridimensional del campo de asteroides. Una zona enrojecida marcaba el área de distorsión.

No hay forma de abrirnos pasó con el Tejón sin provocar múltiples colisiones y poner en peligro a Donnchad y a los drones —confirmó la navegante.

¿Ordenamos a los drones que regresen a la nave? —dijo la joven dogón.

Anclados a los asteroides que perforan no corren peligro salvo que reciban un impacto directo de dos veces la masa del Tejón —lo desestimó la kaze.

Donnchad sigue sin dar señales de vida —resopló Sverri—. ¿Trayectoria y tiempo de colisión de los meteoritos?

Espera —contestó Keiko, sentada ahora frente a los controles principales, con sus propios implantes neuronales, más discretos y sofisticados que los de su compañero, conectados a los cogitadores del Tejón.

Tu kaze es gélido, Keiko ¿A qué tengo que esperar? —impaciente, protestó el veterano soldado, pulsando el mando de la esclusa.

Hay movimientos excéntricos en el enjambre de meteoritos. Mira.

Una nueva proyección se formó en el centro de mando. Ampliaba la anterior, incluyendo las futuras trayectorias de los relictos siderales que se precipitaban sobre el campo de asteroides. Mientras la mayoría proseguía el rumbo calculado momentos antes por Sverri, unos pocos, de menor tamaño, se separaban del grupo principal, acelerando de forma incongruente.

Los meteoritos no hacen eso —perpleja, ladeó la cabeza N'thala, al tiempo que apartaba un rizo de sus ojos.

No, no lo hacen. Escanéalos otra vez —urgió Sverri a la navegante.

Tengo aquí los datos de tus escaneos previos —protestó ella—. ¿Qué esperas encontrar?

Una pantalla de humo —contestó él, tomando asiento otra vez, imantando sus botas y ciñéndose los cinturones de seguridad—. Incursores.

Posiciones de combate, N'thala —dijo Keiko con suavidad, esta vez fue su turno de ceder ante la opinión de Sverri—. Controla los niveles de energía de los reactores.

¿Pero vamos a combatir? —con un deje de histeria contenida en la voz protestó ella, mientras se sentaba y aseguraba— ¿Si no tenemos más que el vórtice perforador?

Tenemos los drones de reserva —apuntó Sverri.

¿Esos cuatro amasijos de chatarra? ¡Pero si los hemos canibalizado para sacar recambios!

No adelantemos acontecimientos. Lo primero es protegernos. Nos internaremos en el campo de asteroides. 

Entrecerró los ojos. Se concentró en su yo digital para sumergirse en la información proporcionada por los sensores de largo alcance, enlazar su red neuronal con los servidores del Tejón y ejecutar un cálculo acerca de los lugares más probables de colisión y dispersión de las rocas a la deriva. Por dos veces parpadeó y movió la cabeza a un lado y a otro. Su pecho menudo subía y bajaba de forma acelerada. Su lengua, pequeña y rosada se lamía los labios. Sverri y N'thala intercambiaron una mirada de preocupación. Esos síntomas externos de agitación no eran propios de su experimentada compañera. Pero la disciplina se impuso y aguardaron a que prosiguiera.

Ya tengo los nuevos datos —tragó saliva y abrió los ojos. El labio inferior le temblaba mientras se lo mordía—. No os lo váis a creer.

La proyección holográfica parpadeó unos instantes y se actualizó. Donde antes presentaba una suerte de contactos inertes aproximándose, ahora se apreciaban decenas de puntos de calor, algunos de ellos del tamaño de una estación espacial.

¿Pero qué disparate es éste? —susurró la joven prospectora atemorizada.

No hay señales de comunicación que podamos detectar. —recuperado su autocontrol continuó su navegante.

Ante su mirada, más y más de los que habían creído fuesen meteoritos comunes comenzaban a emitir señales de calor.

Sean lo que sean, son una flota entera. —dijo Sverri.

Y se dirigen a Yrling. —apostilló Keiko.

¿Y Donnchad? Qué hacemos? —angustiada, a la joven dogón le faltaba el aire.

Se llevó la diestra, por lo general firme y enérgica, a las sienes. Punzantes dolores, como docenas de agujas, le atravesaban la cabeza. Creía oír un zumbido como la estática de una emisora sin sintonizar. Le costaba enfocar la vista. Algo húmedo le corría por la cara. Sus compañeros la miraban fijamente. Sverri con evidente preocupación. Keiko con gesto frío y distante. Se pasó la lengua por los labios y el metálico sabor de su sangre la asustó.

Conocía las historias. Todos los squats las conocían. El Don era extremadamente raro entre ellos. Estoicos, sin imaginación, apegados a lo material y nada especulativos, los pocos de entre ellos capaces de alcanzar y canalizar la energía de la disformidad no daban muestras de ello hasta avanzada edad. Era como si el poder del inmaterium fuera acumulándose en su interior, hasta que rebosaba su yo corpóreo y salía al exterior con la fuerza de un torrente que rompiera la presa que lo contenía. Pocos eran, muchos morían al descubrir su poder y ninguno despertaba tan joven.

Tres puntos luminosos habían cambiado de rumbo y se dirigían al encuentro del Tejón. El grupo principal había llegado al borde del cinturón de asteroides. Con su proximidad, una nueva interferencia alteraba los enlaces que el Tejón mantenía con sus drones. Los monitores parpadeaban y perdían su señal.

¡N'thala! ¡N'thala! —gritaba Sverri, sin dejar de manipular los controles— ¿Sigues con nosotros?

Atento a tu labor, yrlingo —oyó la joven que le recriminaba Keiko—. Maniobramos en base a datos de colisión y rebote parciales.

Los tres excéntricos nos siguen la pista. Corrijo, uno se ha rezagado. —sonrió el veterano soldado.

Procesando datos. Elaborando nuevo mapa tridimensional —lo ignoró ella. Sudaba, las venas de la frente y el cuello se la marcaban.

A la joven se le volvía la vista borrosa. Se sentía igual que después de las competiciones de aguante bebiendo con sus amigos. La vida bajo las cúpulas de plastiacero y volcahormigon de los mundos natales ofrecía pocas diversiones, aparte de las carreras por los desiertos radiactivos, las prácticas de tiro, los juegos de estrategia, las peleas y las borracheras. Poco la llamaban la atención las primeras, de manera que, una vez satisfecho el diezmo horario en las megafactorias del clan, ella daba rienda suelta a su frustración con las dos últimas. Así se había ganado una incipiente reputación de problemática entre los otros clanes. Reputación por la que se sentía perversamente orgullosa. Fuese lo que fuese que la había golpeado, no era nada de lo que no pudiera recuperarse.

Reactores uno, dos y tres al sesenta por ciento —reasumió su labor con una mueca.

Al alejarse del grupo principal de la flota invasora, el zumbido que la taladraba el cerebro se había mitigado. Aún notaba su presencia, como el murmullo de una conversación que no alcanzaba a seguir, pero ya no la impedía concentrarse.

Bienvenida de vuelta. Me alegro de verte en tus cabales. —suspirando aliviado dijo Sverri.

Hace falta algo más para noquearme. —con un brillo malicioso, sonrió ella.

Algo así me han contado —se rio él—. Drones de reserva listos.

Grandes como dos gravíticos biplaza puestos uno encima del otro. Los drones perforadores también se utilizaban en defensa de sus naves nodriza. Anclados sobre sus atacantes, modelos básicos como los del Tejón podían atravesar cualquier blindaje.

Prepara el vórtice central, N'thala. —ordenó la navegante.

Reactores al noventa por ciento. Desviando potencia al vórtice.

Acumula hasta el veinte por ciento y libera a mi señal.

Sus perseguidores se habían distanciado unos de otros. El cambiante laberinto los había separado. Era la oportunidad que los squats estaban buscando.

Potencia acumulada.

En ese momento, el Tejón recibió un impacto que sacudió a su tripulación.

¿Que ha sido eso? —preguntó la navegante.

No hay marca energética. Algún tipo de proyectil sólido. —informó Sverri.

Un nuevo impacto los volvió a sacudir en sus puestos.

Lanza los drones. Quiero ojos ahí fuera. —gruñó Keiko.

Con la movilidad limitada por los erráticos asteroides y la distorsión que aquejaba a los sensores, necesitaba toda la información que pudiesen recabar.

Drones lanzados.

No los alejes. No podemos perder su señal.

Las anomalías tenían su origen en los elementos mayores de su flota. —compartió N'thala su suposición.

Formación en cruz de escudo.

En ese momento, los monitores empezaron a reproducir las imágenes enviadas por los drones posicionados encima, debajo a la derecha y a la izquierda del Tejón.

¿Pero qué broza es eso? —descompuesta ante lo que veía exclamó la joven.

¿Una ballena espacial? —aventuró él, inseguro.

Tonterías. Las ballenas espaciales no son así. —negó la kaze.

Famosas entre las civilizaciones con tecnología capaz de viajar entre planetas, las ballenas espaciales eran el centro de múltiples relatos y leyendas. Grandes como edificios de cincuenta plantas, algunas más del doble, objeto de reverencia y temor, eran uno de los muchos misterios del universo. Pero lo que tenían ante ellos tenía más parecido con una sepia de múltiples tentáculos. Aunque a diferencia de ellas, su alargada cabeza contaba con una suerte de caparazón, que parecía cubrir también el cuerpo, del cual entraban y salían sus tentaculares extremidades. Dos hileras de ojos, negros y animales, sin pupilas, se abrían a cada lado. En su centro, un agujero negro escupía lo que fuera que golpeaba al Tejón.

Velocidad al sesenta por ciento —ordenó tragando saliva—. Vórtice al treinta. Preparados para la colisión.

Acumulando potencia.

Alerta de integridad en el casco —con un deje de preocupación avisó Sverri.

Enfoca con los drones —impertérrita, sin variar el curso de la nave se aferró Keiko a los reposabrazos.

 Entonces las vieron, correteando y mordisqueando por doquier, criaturas parecidas a crustáceos.

¡Escoria de fundición! —juró Sverri y sin esperar órdenes de Keiko los atacó.

Las patas de los drones perforaban con facilidad a las criaturas. Eran tantas que se subían unas encima de otras. Por sí solas, sus mandíbulas no hacían mella en la nave. Era el ácido que vomitaban. Allí donde varias se juntaban, era donde causaban daños. Pronto, de tantas bestezuelas que despanzurraban, fueron las aguzadas extremidades de los drones las afectadas.

Potencia a treinta por ciento acumulada en el vórtice. —anunció N'thala sin casi resuello.

Agarraros con fuerza. Colisión inmediata. —un regocijo malsano animaba la voz de Keiko que enseñaba los dientes blancos y perfectos en un rictus cruel.

Vamos a averiguar de qué está hecha esa cosa. —movió la cabeza con aprobación Sverri, sin dejar de defender al Tejón.

A mi señal N'thala.

Ante ellos se abría la boca de la criatura, enorme como un hangar de interceptores. Sus tentáculos se volvieron contra la nave squat. Intentaba envolverla con ellos. Sverri volvió a los drones contra ellos. Los atrapó con sus patas y activó los taladros de adamantita. Uno se partió y un icor púrpura y espeso se esparció en el vacío. Los otros se retiraron.

¡Ahora! —gritó Keiko, los rasgados ojos abiertos de par en par, la espalda tensa como cuerda de arco y la cabeza echada hacia delante— ¡Vórtice!

N'thala no dijo nada. Simplemente obedeció. La compuerta frontal del Tejón se abrió. Los acumuladores frontales brillaban como soles en miniatura. Los rotores empezaron a girar y la energía nuclear a liberarse. Las mamparas del Tejón se oscurecieron y en cuestión de segundos una criatura milenaria, capaz de viajar entre galaxias en estado de animación suspendida, transportando en su vientre a miles otras, dejó de existir.

La tripulación del Tejón había ganado un combate, pero no sin pagar su precio por ello. N'thala se llevaba las manos a las orejas y lloraba sangre, sus recién despertadas habilidades escapaban a su control y la hacían vulnerable a los atacantes. Uno de los drones había sido destruido por los tentáculos gigantes y un nuevo impacto en el casco anunciaba la llegada de la segunda criatura y su progenie.

Perdemos atmósfera. —alertó Sverri.

La criatura se mantiene a distancia. —protestó la navegante.

Han aprendido… —con la respiración entrecortada empezó a decir la joven squat con el mono amarillo manchado de sangre.

Una nueva sacudida la interrumpió. Más criaturas escupeácido. Esta vez cubrieron por completo uno de los drones supervivientes y lo dañaron irreparablemente. Inerte, se quedó flotando en el vacío y su cámara dejó de emitir.

Fue Sverri el primero en reconocer su derrota. Con una mueca de disgusto soltó las correas de sujeción de su asiento.

¿Qué haces? —protestó la kaze.

Rendir la nave —dijo, casi escupiendo las palabras que tan regusto amargo le dejaban—. Con las cápsulas tenemos una posibilidad. —y señaló a N'thala que yacía inconsciente sobre la consola de mandos.

Volveremos a por el Tejón y la carga —apretando los dientes, prometió Keiko.

Y a por Donnchad. —la recordó él, introduciendo en los drones restantes una rutina de órbita en torno a la nave y activando su función de baliza, antes de desconectar sus enlaces neuronales.

Y su exotraje. —suspiró ella.

También tenía una reputación de despiadada negociadora que mantener. Pero le preocupaban sus compañeros tanto como a los demás. Sverri lo sabía, pero la dejó hacer. Juntos levantaron a N'thala. Las alarmas eran ahora omnipresentes.

Esas cosas han conseguido entrar. —protestó Keiko.

Y mi exotraje está en el hangar. —dijo él.

Podemos desensamblar los módulos antes de abandonar el puente de mando.

Buena idea. Adelante.

La pierna cibernética del fornido veterano compensó el peso adicional de la squat inconsciente. La navegante regresó a su puesto y con la precisión fruto de décadas de experiencia activó los protocolos correspondientes. Ruidos hidráulicos brotaron por doquier conforme las esclusas se cerraban herméticamente y los módulos que conformaban el Tejón se separaban.

Lo que se podía hacer se ha hecho. —sentenció, no sin un deje de amargura.

Vámonos —asintió Sverri—. Cuanto antes nos pongamos en camino, menos de esos bichos encontraremos en nuestro camino.

Así, cargando entre los dos a la inconsciente dogón, se apresuraron en dirección al hangar. Con los módulos desconectados, solo una ruta estaba disponible. Las alarmas no dejaban de sonar. El precioso oxígeno se escapaba por las fisuras del casco. Los squats ya no eran los dueños del Tejón. El tintineo de quitinosas extremidades despertaba ecos frenéticos por los conductos de ventilación de la nave. El hedor del ácido disolviendo el vulnerable cableado, junto a la repentina pérdida de electricidad en los pasillos, les recordaba que ahora eran fugitivos en los familiares habitáculos que dejaban tras ellos. Y mientras corrían discutían el plan a seguir más adelante.


Ilustración de Paul Donner

Por fin. Llegaron a su destino. La puerta del hangar se abría ante ellos como la entrada a una oscura caverna. La esclusa, doblada y corroída les servía de advertencia. Con su mano libre, Sverri se dió unos golpecitos en su ojo biónico. La kaze movió la cabeza afirmativamente. El veterano soldado soltó con una delicadeza inesperada a su joven compañera y se internó en la oscuridad. Pasando a visión infrarroja podía detectar las fuentes de calor. Necesitaba llegar hasta su exotraje. Con su bolter y su cortador de plasma se sentía capaz de hacer frente a las criaturas. Lamentablemente, los charcos de ácido, al reaccionar con el suelo de la nave, también emitían calor y vaharadas de vapores tóxicos que desorientaban a Sverri.

Al cabo de angustiosos minutos, sintiéndose como un ratón, que de esquina en esquina trata de evitar al gato, el yrlingo posó su maciza y peluda mano sobre su más preciada posesión a bordo del Tejón. Era un modelo civil, compacto y funcional. Carente de la barroca ornamentación con que los housecarls de los mundos natales decoraban aquellas que habían ido pasando de generación en generación dentro de los clanes. Pero era su exotraje.

Con un chasquido, desmagnetizó el guantelete con el cortador de plasma e introdujo el brazo hasta el codo. Desearía abrir su exotraje por completo, ceñirse las placas de ceramita y meterse dentro, pero no había tiempo de activarlo. Mientras él estaba allí, sus compañeras estaban desarmadas. Luego hizo lo propio con el bolter que estaba fijado en el muslo del traje. Comprobó el cargador y  metió otro par de ellos en los bolsillos del buzo.

Por el camino, había contado no más de media docena de alargadas siluetas en movimiento. Respiró profundamente. Había llegado el momento de pasar a la acción. Activó el cortador de plasma y el olor del ozono quemado inundó su olfato. Una llama azulada brotó de la punta de su acorazado dedo índice. Apuntó con ella al techo como habían acordado por el camino iluminando el hangar. Al momento, las siluetas, alargadas como ciempiés y tan grandes, o más, como Sverri, corrían hacia la luz. Las dos primeras avanzaron juntas en línea recta y fueron recibidas con fuego de bolter. La munición perforó sus bulbosos caparazones y explotó en su interior salpicando de ácido y vísceras los contenedores de carga. Gracias a su implante, Sverri pudo ver a las otras separarse para rodearlo. A su izquierda, una trepaba por un contenedor que Sverri sabía vacío. El squat disparó y la carcasa voló hecha pedazos hiriendo a la criatura que se alejó dejando un reguero de icor purulento.

Entre tanto, Keiko ayudaba a una aturdida, pero de nuevo consciente, N'thala, a llegar hasta las cápsulas de salvamento. Los disparos retumbaban en el hangar. En circunstancias normales nadie en su sano juicio se arriesgaría a provocar una fuga de oxígeno. Pero estaba claro que las apuestas eran a vida o muerte.

Una cuarta criatura se hizo una bola sobre sí misma y rodó a toda velocidad con intención de aplastar a la carne que estaba distribuyendo dolor y muerte entre sus compañeras. Sverri descargó el cargador contra ella. La combinación entre el movimiento y la alienígena quitina desvió varios disparos, pero al final, la munición bolter obró su magia y detonó en su interior, desinflando a su objetivo como un globo de pus.

De repente, los disparos cesaron. Las squats habían abierto las cápsulas. Pensadas para dos tripulantes cada una, contaban con soporte vital, comunicaciones y un par de asientos plegables. Un mecanismo de eyección magnético las dotaba del impulso de escape inicial. Estaban comprobando las células de energía, cuando oyeron a Sverri gritar de dolor.

Concentrado en el ciempiés rodante, el fornido squat se vio sorprendido por lo alto. La quinta criatura le cayó del techo. Sus extremidades aguzadas desgarraron el mono amarillo y la sangre manó roja, oscura, venosa por brazos y espalda. Tras el desconcierto inicial. Sverri se defendió como gato panza arriba. Sin munición, ni espacio para apuntar, con las babeantes mandíbulas chasqueando hambrientas encima suyo, primero golpeó la cabeza de ojos facetados con el bolter y después dejó que lo mordiera. Gotas de ácido caían sobre su pecho, disolviendo el mono y la piel. Apretando los dientes, reprimiendo el dolor, el squat activó su cortador de plasma a plena potencia y su guantelete atravesó a la criatura sin encontrar resistencia. Partida en dos, cada parte quiso moverse durante unos instantes, golpeando el suelo a cada intento, hasta que su primitivo sistema nervioso comprendió que ya estaban muertas.

Keiko y N'thala vieron un fogonazo azul iluminar el otro extremo del hangar, cuando oyeron el característico repiqueteo de las criaturas al desplazarse, sumado al chasquido de mandíbulas capaces de arrancar mamparas. En silencio, intercambiaron una mirada de aprensión y entraron en una cápsula. Una vez dentro, apagaron las luces, se sentaron en cuclillas, abrazando las rodillas y contuvieron la respiración. Dispuestas a presionar el botón de expulsión a la primera señal de peligro.

La criatura se irguió, con un tercio de su cuerpo segmentado a ras de suelo, el resto le llegaba a los squats a la altura de los ojos. Estaba herida. La mitad de sus ojos facetados habían reventado, varias de sus patas habían sido amputadas y goteaban un icor púrpura y espeso. Con una de sus patas superiores daba golpecitos en las mamparas del hangar. Poco a poco se acercaba a las cápsulas. Una de ellas se había quedado abierta y sus luces encendidas. Atraída por la luz y el olor a comida, la criatura se asomó a su interior.

¡Fuera de mi propiedad! —escucharon gritar las squats desde su escondite.

A lo que siguió una detonación. Un manchurrón salpicó la compuerta de su cápsula, oscureciendo su ojo de buey. Y una serie de golpes metálicos, seguidos de un desagradable sonido esponjoso y de succión, empezaron a retumbar por el hangar.

Era Sverri. Magullado, ensangrentado, dolorido y furioso, que descargaba la tensión acumulada pisoteando los restos de la criatura con su pierna cibernética. Sin dejar de proferir obscenos juramentos. Hasta que, agotado, se sentó en un hueco limpio del suelo delante de las cápsulas.

Sólo entonces se aventuraron ellas dos a abrir la suya. Él se las quedó mirando, sin moverse, sin decir nada, como si no las reconociera. Y de pronto, comenzó a reírse, primero bajito, para sí, y luego cada vez más y más alto, hasta carcajearse a voz en grito y saltársele las lágrimas.

Bien hecho, Sverri. —lo felicitó Keiko, una vez controlado el arranque nervioso.

¿Sverri y no yrlingo? —sonriendo, contestó él enarcando una espesa y gris ceja— Cuatro ciclos has tardado en llamarme por mi nombre.

Lo dejaba para el último día —lo descartó ella como si nada, sonriendo y levantando la barbilla desafiante—. No quería que te pusieras tan tonto cómo hacen todos los nuevos.

Y ahora sí, tras estrecharse las manos, y recibir un abrazo de N'thala, Sverri se despidió de sus compañeras. Ellas entraron en una de las cápsulas, él en la otra, y, con un nudo en la garganta, dejaron atrás los maltratados restos del Tejón Curioso. Quién sabe si regresarían algún día a por lo que era suyo por derecho.

Imagen encontrada en Pinterest

Bueno, hasta aquí podemos leer, que decían en el "1, 2, 3". ¿Volveremos a tener noticias de nuestros amigos squats? Aún tengo alguna cosa más que contar de ellos. Pero será más adelante. ¿Qué os ha parecido? Os leo.

Y antes de cerrar la entrada, de propina, aquí os dejo un video del bicho asqueroso que bien podría engrosar las filas tiránidas.







Comentarios

  1. Respuestas
    1. Arigato!
      No estoy todo lo activo que quisiera con el teclado, el diezmo horario en la factoría del clan me pasa factura. Pero aún consigo sacar tiempo para divertirme escribiendo.

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  2. https://www.warhammer-community.com/2022/04/01/breaking-news-you-wont-believe-whats-coming-to-warhammer-40000/
    GW ha encontrado a Donnchad!!!
    Será por el April Fools. Pero me parto de risa XD

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