(Ital el JDRHM) Caminos Separados 11: Selid y Cornelia

Hete aquí al involuntario protagonista de nuestra historia


Selid sudaba copiosamente, se tambaleó, parpadeó y se apoyó en la barandilla de popa. Giró el cuello, derecha, izquierda, adelante y hacia atrás. A su alrededor todo parecía ir a cámara lenta. Respiró profundamente. El peligro había pasado y en breves momentos, su organismo eliminaría la poción ingerida. Entre tanto, su corazón latía desbocado. Podía oírlo, casi le impedía escuchar los sonidos de cubierta. Los lamentos de los heridos, competían con las celebraciones de parte de la tripulación, y en medio de todo ello, las llamadas al orden del capitán.


—¡Moveros botarates! —Gritaba desaforado, excesivo, como solía —¡Tender a los heridos en cubierta! ¡Vendas, agua, alcohol e hilo a cubierta!


Precisamente a los heridos estaba ya atendiendo Cornelia. Arrodillada entre las bancadas de los remeros. Sus brazos ensangrentados hasta los codos. Las manos sobre el vientre del remero parlanchín, ahora silencioso y lívido. 


—Aún respira. —Con su ronquera quebrada, delatando su dolor. Sosteniendo la cabeza de su amigo entre sus ásperas manazas, implora el hombretón que, momentos antes, hacía frente a la muerte con un remo roto. —Madre, no lo abandone.


Ella no contesta. Su mirada perdida en el infinito. Los labios moviéndose sin emitir sonido alguno. Su mente pugnando con apartar todo miedo y toda distracción, para conectar con la fuente luminosa de su poder. Hasta que su sorda letanía obtiene respuesta y la cálida luz fluye entre ambos, sanando carne y órganos, cerrando la herida cruel.


—Lo que se podía hacer, se ha hecho. —Con un suspiro, dice ella, abriendo los ojos, húmedos, conmovidos, como cada vez que ayuda a la vida a prevalecer. —Ahora depende de su naturaleza.


No todos los remeros heridos en la acometida inicial habían tenido la misma suerte. Cuando se puso en pie, Cornelia vio tres cuerpos ya amortajados por sus compañeros. Otra media docena de marinos presentaba heridas de diversa consideración. Afortunadamente, no precisaban de la intervención de la diosa. Pero aún así, la miraban con reverencia, ella sonrió y bajó la mirada, avergonzada, tanto por ser objeto de su devoción, como de la punzada de orgullo que despierta en su pecho.
Uno de los alborozados marinos, que no presenta herida alguna, un joven imberbe, de espeso cabello moreno y tez tostada de trabajar horas bajo el sol, se acercó a ella, tímido y radiante a la vez, para entregarla una pulsera de diminutas cuentas de marfil y hueso grabadas con motivos geométricos.
Todos allí habían podido comprobar que su bendición no fue en vano. Resbalones y traspiés, que en otras ocasiones habrían provocado el desmoronamiento de su formación, se habían solventado con asombrosa facilidad y saldado así con heridas menores.


Mientras en el barco se recuperaban. Szim contemplaba pensativo el cuerpo sin vida de su oponente. El atroz desgarro de su garganta daría pie a preguntas incómodas y a habladurías sin cuento en las tabernas del puerto. De manera que, bajo la atenta mirada de un martín pescador, lo levantó por encima de la borda y lo dejó caer. Pasto para peces y aves, muchas de las cuales todavía sobrevuelan el río, alimentándose de la carroña abandonada a la deriva.


—¡Amarre el cabo, maese druida! —Le gritan desde el barco, al tiempo que le arrojan una cuerda.


La cual atrapó al vuelo con la agilidad propia del pueblo de ébano. Poco imaginaba su gente, durante el Largo Retorno, como llamaban a su huída del Mundo Bajo el Mundo, siendo cazados como bestias por los seguidores de la Espada y los Cometas, que los habitantes de la superficie fueran a darles la bienvenida.


—¿Está herido? —Una vez a bordo, le preguntó a gritos el veterano capitán, tendiéndole su túnica y su bastón.
—Tan solo mojado y magullado. —Le quitó él importancia.
—Tampoco parecen sorprendidos. —Enarcando las cejas, en voz más baja que nunca, continuó sin soltar el fardo. —Uno podría pensar que ya habían visto antes criaturas así.
—Solo vagos informes en el puerto—Pesaroso, admitió el elfo —Lo que menos esperábamos era verlos río arriba. Y en tal número.
—Cerca de tres docenas contra mi tripulación de dos —Soltando al fin las pertenencias de Szim, continuó —Con la defensa organizada por la Madre y el despliegue de vuestro amigo podíamos con ellos, pero…
—El precio habría sido mayor. —Completó su razonamiento el aludido —Y de no haber dejado atrás mi bastón —Añadió alzándolo al trio solar —, habría podido ir más allá e invocar también a los grandes esturiones del río.
—¡Eso sí que habría sido bueno! —Recuperando su habitual elevado tono de voz, bramó Gilbert, sonriendo torvo.


Los esturiones del Sgem eran depredadores de larga vida, podían superar en longitud más de dos y tres veces la altura de un hombre y pesar hasta entre ocho y diez veces su peso. Animales temibles, eran perfectamente capaces de volcar barcas de pescadores como la utilizada por las criaturas en su emboscada.


—Y dígame, mi buen capitán, en sus viajes —Le preguntó el elfo, aprovechando el momento de distensión —¿Había visto alguna vez criaturas, si quiera remotamente parecidas a nuestros asaltantes?
—Pues la verdad es que sí, y no. —Atusándose el blanco bigote contestó.
—¿Si y no?
—Durante años navegué por el Mar Interior, llegando incluso a bordear la costa más allá de Saghir, e incluso de Thyrrión. He visto bloques de hielo grandes como islas flotar a la deriva. No me pongas esa cara —Con un ademán descartó las objeciones que veía aflorar en las oscuras y agraciadas facciones de su interlocutor —No son cuentos de marinos con ganas de llamar la atención. El caso es, que en los ríos de esas regiones orientales de Itnor, abundan unos peces, feos como los demonios que hemos visto hoy, con dientes como lobos, capaces, dicen los lugareños, de sobrevivir durante días fuera del agua y de reptar por la tierra. Si no hubiese visto más que sus cabezas, habría pensado que eran ellos… Channa pelte, los llamaban, peces cabeza de serpiente.

Channa pelte...

—Así es —Afirmó enérgico Gilbert, atusándose el mostacho —Allí los temen como a los mismísimos espíritus malignos. Todo tipo de poderes y fechorías les atribuían.

—¿Cómo cuales? —Lo animó a continuar, tal vez hubiera una información inesperada que obtener.

—De todo Resopló ufano el capitán, como quien no se creía una palabra de lo que le contaron —Que si pueden respirar fuera del agua por días. Que si pueden caminar por la tierra. Que si imitan los lamentos de los niños para atraer a sus víctimas...

—Pues mucho me temo que vamos a tener que empezar a tomarnos en serio esas historias. —Los interrumpió Cornelia, que se había acercado a ellos y estaba secándose las manos recién lavadas en una tina dispuesta a tal efecto por la tripulación.


Jeremy Wade y un Channa... Me habéis pillado XD


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