(Ital el JDRHM) Caminos Separados 3: Drinlar y Adrastos




Ruido de pasos, de zapatos, de botas, de tacones, de botellas, de jarras, de bullicio, de cånticos y de jarana. Olor a humanidad, a comida caliente, a perfumes fuertes, a humo, a cuero sudado y a madera. Omnipresente madera, hasta donde la vista alcanza. Desde el serrín que cubre el suelo, hasta las vigas del techo: madera. Tal era el empeño del propietario del local en reproducir su perdido navío en su nueva ocupación, que incluso una vela latina izaba en la terraza superior los días de fiesta o de bonanza. Y como no, la rueda de un timón adornaba la larga barra de su siempre concurrida taberna: "La Sirena Varada"

—No lo entiendo Drinlar —Estaba él protestando, la espalda inclinada, los musculosos brazos posados en todo lo largo de la barra, las peludas manos agarradas al borde como si fuera a arrancar un listón en cualquier momento —¿Para qué le has dicho nada?

—¿Y qué otra cosa iba a hacer, Adrastos? —Se defendió la esbelta elfa de las ciudades, mientras, pensativa, jugueteaba con un rebelde mechón castaño que se negaba a someterse a su recogido peinado —Llevábamos menos de una semana vigilando al zapatero y tomando nota de sus clientes, cuando, de repente, salen de la nada un par de matones y le secuestran.

—No, si eso lo entiendo. Los seguisteis, me parece correcto —Adoptando un tono conciliador y una postura más relajada, enderezándose, apartándose de la barra y mesándose la pulcra y corta barba gris, concedió el viejo capitán.

—Si hubiésemos sabido que era Caethdal, nos habríamos ido sin más. —Lo interrumpió ella, ansiosa —pero tenías que haberlo visto, vestido como un petimetre de la corte —Con un mohín gesticula moviendo sus manos imitando el contorno del ala de un sombrero —Hasta que Selid no le golpeó y se le cayó ese estúpido sombrero no lo reconocí —resignada, cogiendo su copa de vino de Donjou, añade antes de tomar un sorbo —Y entonces ya era tarde para irnos sin más. No me quedó otra alternativa para salir del paso —Zanjó la discusión con un gesto de la mano seguido por el tintineo de sus delicadas pulseras de plata, a juego con sus almendrados ojos grises.

—No, si eso lo entiendo —Paciente, repite él, permitiendo que una sonrisa socarrona asome a su rostro castigado por años de enfrentarse a los elementos —Lo que no entiendo es que estés aquí, ahora, arreglada como para un baile.


Sonrojándose, ella esquiva la mirada afectuosa que Adrastos le dedica.


—¿Tanto se me nota? —Mordiéndose el labio inferior, con una punzada de dolor asomándose a sus vivaces ojos, replica ella.

—Los mocasines y los pantalones de cuero marrón tienen un pase —Socarrón la zahirió, tras dar un sorbo a su vaso de blanco licor —La blusa blanca, larga, de cuello alto, ceñida con el cinturón, la chaqueta verde entallada y sin mangas y las pulseras de plata… vaya.

—¿Entonces por qué me haces de rabiar así? —Protestó ella alzando la barbilla.

—Por el peinado recogido que te permite lucir ese juego asimétrico de pendientes que tan bien queda en esas lindas orejas puntiagudas tuyas.

—Todavía te acuerdas —Suavizó Drinlar el tono. 

—Tres prismas ambarinos a la derecha y dos a la izquierda —Asintió él.

—¿Crees que conservará el suyo? —Con un suspiro dejó escapar ella su esperanza.

—Eso tendrás que preguntárselo tú cuando llegue —Alzando sus callosas palmas de marinero zanjó el tema Adrastos.

—¿De veras piensas que vendrá?

—¡Oh sí! ¡Claro que vendrá! —Exclamó él recuperando el humor —Pero tarde, como siempre hace, tarde.


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