(Ital el JDRHM) Criaturas y Leyendas 6: Vasallos de Morskul, parte cuarta.



    Hola a todos.
    Una vez recuperada cierta apariencia de tranquilidad, aquí volvemos con una parte más de las aventuras de Marduk. ¡Comienzan las hostilidades!

Ilustración del bueno de Magón poniéndose serio.

"Sin más explicaciones les dio la espalda. ¿Eran celos lo que había sentido al verlos? Tal idea no tenía sentido para él y la desechó al instante mismo de pasársele por la cabeza. El resto de la expedición estaba consumiendo sus raciones. Gracias a los aldeanos podían degustar la tan necesaria fruta y generosas porciones de cremoso queso. El veterano guerrero comprobó de un vistazo que sus acompañantes lo seguían y les abrió paso hasta el repecho donde los esperaba Marduk.

Cuando llegaron, Artagus y su capitán continuaban inspeccionando la actividad bajo sus pies. El medio malvanés le había cedido su catalejo al arquero y señalaba un punto en la lejanía.


—No sé qué clase de criaturas son ésas —decía el radockiano.

—Yo tampoco —negaba el otro con la cabeza—. Ya están aquí —anunció, posando al tiempo la mano en el hombro de Artagus—. Pásales el catalejo.


Sin añadir nada más, se hizo a un lado y apoyó su espalda en el maltratado coral. El atisbo de un plan empezaba a formarse en su cabeza. Dejó el casco sobre una piedra y se pasó las manos por los cabellos aplastados. La jornada se había presentado exigente y calurosa.

Cruzado de brazos, veía las reacciones de sorpresa y perplejidad en sus compañeros de confianza. No era para menos. En un principio, a simple vista, les había parecido que los centinelas estaban equipados con unas barrocas armaduras rojas. Pero después, observando con más detenimiento, habían comprobado que no era así.


—¡Cangrejos! —exclamó Magón— Parecen cangrejos…

—Y los porteadores los temen —añadió la sacerdotisa, lamiéndose los labios—. No se comportan cómo los pescadores hechizados.


En ese momento, a uno de los cautivos se le resbaló su carga entre los sudorosos y doloridos dedos. Antes de que pudiera recoger el fardo de la arena, una de las criaturas se le acercó y lo golpeó en la espalda con su brazo rematado en unas pinzas quitinosas, derribándolo.


Miniatura para el juego Deadzone de Mantic Games


—No veo a ninguno de esos otros monstruos que nos describisteis —dijo Sheket, catalejo en mano.

—Antes me pareció ver a uno entre el grupo de los constructores —le informó Artagus

—¿Los constructores? —intrigado preguntó el mago bajando el catalejo.

—Allí —lacónico, señaló el arquero.


En efecto, gracias a las precisas lentes y a la excelente artesanía del instrumento, pudo ver cómo en el extremo norte de la ensenada, junto a una acumulación de rocas y coral, un gran número de individuos acarreaba bloque tras bloque de material bajo la atenta dirección de uno de aquellos parásitos y su caracola.


—Hay algo que me intriga —captó Khamil la atención de los allí reunidos—. ¿Por qué con unos usan el sonido de las caracolas y con otros no? ¿Por qué no nos afectó a los del pueblo y a los pescadores sí?

—Esa es una buena pregunta —aceptó Sheket.


En lo que sus compañeros aventuraban posibles soluciones al misterio que tenían delante, Marduk guardaba silencio. Entrecerrando los ojos azules, comenzaba a dilucidar el curso de acción que iba a tomar.


—La mayoría de los que aquí vemos son prisioneros —dijo al fin—. Si los liberamos, correrán a sus barcos y escaparán.

—¿Y eso de qué nos sirve? —bufó Magón.

—Además, esos barcos están para el arrastre —le apoyó Artagus—. No llegarán muy lejos.

—Tampoco hace falta, no estamos lejos de la costa —desechó sus objeciones con enérgico ademán—. Pero el tumulto que provocaremos me dará la oportunidad que necesito para entrar en esa cueva.

—¿Es ahí donde piensas que retienen a los niños? —preguntó la sacerdotisa, llevando instintivamente las manos a las empuñaduras de sus armas.

—No veo otra posibilidad —dijo él recogiendo el casco.

—Entonces —intervino el joven mago—. ¿Ya sabes cómo hacer?

—Sí —afirmó apretando la mandíbula listo para la lucha—. Formaremos tres grupos. Magón liderará uno. Tú le acompañaras. Artagus liderará otro. Juntos atacaréis a las criaturas de la playa y liberaréis a los cautivos. Si conseguís que se os unan, mejor que mejor. Necesitaremos remeros.

—¿Qué quieres, conseguir una flota como la de Adormar? —jocoso, pero con los ojos oscuros brillando de excitación se le anticipó Magón.

—Más o menos —sonrió satisfecho al ver que aprobaban su idea—. Pero esa parte se la encomiendo a Artagus. Tú y Sheket quiero que os acerquéis a ese dique para averiguar qué más están haciendo.

—Y mientras nosotros nos abrimos paso por la cueva —asombrada por la audacia de aquella gente añadió Khamil con un hilo de voz.

—Exactamente —asintió con la cabeza el líder del grupo—. Repartíos los hombres. Zejel viene conmigo. Sus habilidades me serán útiles ahí dentro. Reservadme también a Druada el danco y a otros tres buenos luchadores.


Los demás obedecieron. Tenían una misión que cumplir. Elegir a los integrantes de cada grupo, acostumbrados cómo estaban a trabajar en equipos diversos, no les retrasó lo más mínimo. Diodoro acudió, escudo redondo a la espalda y tahalí con espada laureada al hombro, junto a Artagus en calidad de segundo. En tanto que el malhumorado Agatocles, con sus jabalinas a cuestas haría lo mismo para Magón.

La naturaleza de los oponentes a los que iban a enfrentarse inquietaba a los menos curtidos, pero su amor propio y el ejemplo dado por los demás guerreros los impelía a mantenerse firmes.

El grupo dirigido por el radockiano abría la marcha, en tanto que el de su capitán se mantenía en la retaguardia. El marchito coral y las rocas volcánicas cubrían su avance. Pero también los obligaba a avanzar zigzagueando. Era cuestión de tiempo que las semihumanas criaturas los descubrieran. Al aproximarse pudieron verlas mejor. Su envergadura superaba los tres metros. Las extremidades inferiores eran cortas, dándoles un aspecto patizambo, mientras que las superiores, en cambio, les colgaban largas y gruesas, cubiertas de quitina roja y rematadas en pinzas capaces de partir a un hombre al medio. Los dos pares de ojitos negros y rasgados de su pequeña cabeza no transmitían inteligencia o emoción alguna, pero sus mandíbulas chasqueaban al tiempo que una baba espesa resbalaba por su mentón.

Parecían ausentes del mundo que los rodeaba, concentrados en el ir y venir de los cautivos. Hasta que uno de aquellos desventurados alzó la cabeza en su dirección y al ver a los recién llegados no pudo reprimir un grito de auxilio.

Maldiciendo su estupidez, Artagus ordenó a sus arqueros que disparasen. Magón encabezó la carga de sus hombres. Las deformes criaturas estaban dispersas, cortando toda ruta de huída a sus prisioneros. La primera salva de flechas rebotó inofensiva en el caparazón de la más cercana. El monstruo emitió un grito estridente al tiempo que escupía babas por doquier. Entonces le impactaron las jabalinas de Agatocles y los suyos, que corrían junto a Magón y sus lanceros. La coraza rosada que cubría el pecho de su objetivo crujió. Una de las jabalinas acertó a la articulación del codo y lo atravesó.


—¡Primera sangre! —gritó el tatuado arponero sin dejar de correr.

—¡Apuntar a las partes blandas! —vociferó Artagus, herido en su orgullo.


Los porteadores gritaban y soltaban sus fardos, corrían a las varadas embarcaciones, esquivando a sus monstruosos captores.

Dando ejemplo a sus tiradores, el radockiano clavó una de sus flechas en el ojo de su objetivo. La criatura corría contra ellos, con el brazo sano protegiendo su pecho. Eran las jabalinas las que ahora carecían del impulso suficiente. Fue Diodoro quién al fin se cobró la primera pieza. De pies ligeros, escudo por delante, se adelantó al más pesado emhaimita, flanqueado por uno de sus compañeros, equipado también para el combate cuerpo a cuerpo, le ganó la posición a la criatura por el lado del brazo inutilizado y saltó contra ella.

Los soles arrancaron destellos de su afilada hoja antes de que la hundiera en la carnosa garganta. Sangre y babas salpicaron su escudo. Mientras la criatura intentaba sin éxito coger aquel filo mortal y arrancárselo. Todavía se llevaba la mutada extremidad a la atroz herida tratando en vano de contener la mortal hemorragia cuando cedía bajo el peso del duelista y caía sobre la ardiente arena.


—¡Primera pieza! —con salvaje alegría celebraba el lance Artagus, que ya había elegido nuevo objetivo para sus disparos.


Entre tanto, Magón y los suyos se desquitaban entablando combate con otro de aquellos monstruos. Con gran velocidad volteaba su aserrado arpón. Con torpes chasquidos de sus pinzas se defendía la bestia acosada en todas direcciones. Con dureza golpeaban los hombres su coraza quitinosa. A cada crujido un pedazo caía al suelo arenoso y blanda y palpitante carne quedaba expuesta, vulnerable. La largura de sus brazos la otorgaba un alcance parejo al de las lanzas de sus adversarios. A uno de ellos, más lento, o más atrevido, alcanzó con toda su fuerza. Cayó derribado del impacto, sin resuello y con costillas rotas. Otra lanza atrapó con sus pinzas, quebrando su hasta. Pero al hacerlo dejó una abertura en su defensa que Magón no desaprovechó. Fue un impacto en el pecho, limpio, directo. La punta de oscuro acero, sedienta de sangre, atravesó la quitina pectoral, desgarrando carne y pulmón, para asomar por el caparazón de la espalda. Con denuedo removió su arma en la herida, tanto para agrandarla, como para evitar que se atascara. Y aún así, necesitó afianzar su posición con un pie sobre el cadáver y jalar con ambas manos para recuperarla.

Dos de aquellas criaturas habían sido eliminadas. A su izquierda, una tercera hacía frente a Diodoro y sus compañeros. Una cuarta retrocedía bajo las flechas de Artagus. A su derecha, los peltastas de Agatocles atosigaban a otra sin permitirla que se los acercase. Abajo en la playa los cautivos trataban de escapar de otros tantos monstruos. Un pequeño grupo estaba ya chapoteando en el agua, empujando una barca de pesca. No todos tenían suerte, media docena de cadáveres desmembrados o destripados yacían por la playa. 

A su espalda, Magón vio al grupo liderado por Marduk adentrarse en la cueva. Druada el danco, una cabeza más alto que cualquier otro tripulante, destacaba entre ellos con su melena negra y su largo espadón sobre el hombro. Volviendo la vista al frente, el fornido arponero movió con energía de un lado para otro su arma dejando salpicaduras de sangre en la arena. Una docena de cautivos mostraba coraje enfrentándose a una de las criaturas. Dirigidos por un sujeto de piel cetrina, pendientes dorados, finos bigotes y malencarado, la arrojaban lo mismo piedras, que sandías o que lujosas porcelanas. Todo valía con tal de mantener alejadas de sí aquellas pinzas ensangrentadas.


Cuando viajo con mi imaginación a la época de Marduk mucho de lo que allí me espera bebe de la Edad Oscura griega y la Edad del Bronce.


«He aquí nuestra nueva tripulación.» Pensó mientras reagrupaba a los lanceros restantes. El caído se había echado de medio lado y respiraba dolorido.

—¡Vamos al rescate! —ordenó.


***


Abajo, en la oscuridad de su refugio N'akhzul se removía incómodo. Los pensamientos divergentes de los humanos ensordecían los suyos propios. Percibía su libre albedrío como diminutas pero hirientes agujas que perforaban su cerebro.

Por eras sin cuento había servido fielmente a su amo, luchado a su lado y comandado a su prole junto a sus ejércitos de muertos vivientes. Había sido una pieza valiosa en sus planes. Combatiendo allí donde la magia de sus enemigos se lo impedía a las carcasas animadas del dios de la muerte. 

Se había ganado su justo retiro. Allí, en las profundidades del mar, en compañía de su simiente, había encontrado el silencio y la paz por la que tanto había luchado contra los mismos poderes cuyos agentes ahora hollaban su isla. Eran dos. Los percibía con claridad.

Pero no eran ellos los que habían despertado su inquietud, si no un tercero al que le costaba aprehender. Alguien que parecía actuar al margen de las hebras del destino, siguiendo únicamente su propio criterio, y aglutinando en su beneficio voluntades ajenas."


Y hasta aquí llega la entrega de hoy, desvelando en parte la naturaleza y motivaciones de la entidad detrás del daño causado a los inocentes habitantes de la zona. Me despido por hoy con los Therion y su "Call of Dagon"



Nos leemos.





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