(Ital el JDRHM) Criaturas y Leyendas 6: Vasallos de Morskul, parte primera.

      Hola a todos, muy buenas.

    Lo primero gracias por vuestra paciencia. De hecho, el contador de visitas está más activo que nunca. Da gusto ver cuando alguien descubre mis humildes aportaciones al género y le da un buen repaso a lo que escribo. En serio, ser bienvenidos y gracias por vuestro tiempo.

    El caso es que con el calor y las cosas del mundo real me alcanzó la flojera. No lo niego. Mea culpa. Pero después empecé a escribir el relato para ambientar las reglas de unas nuevas criaturas con las que sazonar las aventuras por Ital y se me fue de las manos.

    Lo ideal me parece que es no pasarme mucho de las 2000 o 3000 palabras y voy por las 8000 y pico. Así que voy a partirlo en tres entradas de relato y una cuarta de reglas e ideas para introducirlas en las sesiones. Por dar señales de vida más que nada. 

    De manera que aquí va la primera, os adelanto que a un personaje ya lo conocéis.

Ilustración de Sandra Delgado


"¿Otra historia de Marduk, joven amo? ¿En serio me pides que te cuente más sobre el Príncipe Errante? ¿Aquél que algunos afirman que regresará para unir de nuevo a los celebtir? ¿Que de dónde regresará? Pues de las garras de Morskul, claro está. ¿Que cómo lo atrapó, si había logrado ser inmortal? Pues con mucho empeño. No pienses que sólo los muertos vivientes y los mortales amedrentados por su inevitable destino lo adoran y obedecen. Muchos otros seres comen de su mano y guardan lealtad al Señor de la Muerte. Por todos es sabido que cuando los chacales del desierto aúllan, le están dando la bienvenida a su dominio a algún alma condenada. Igual que las bandadas de cuervos que aguardan pacientes en el patio de los moribundos, listos para guiar sus almas pecadoras al merecido tormento. Pero estos son hechos cotidianos que aceptamos como naturales, hasta el punto de que hay espíritus tan mundanos y ciegos a las maravillas que nos rodean, que reniegan con absoluta convicción de verdades básicas de la existencia cómo éstas.

De los que no te habrán hablado, ni te hablarán una vez los soles se oculten, será de las otras criaturas vivientes a las que se enfrentó Marduk en sus viajes. Sin duda habrás oído contar historias del kraken que habita el Mar Interior. Si, veo que el viejo Unojo te es familiar. El pulpo gigantesco, capaz de engullir barcos enteros con su tripulación. Lo que no sabes, es que hubo un tiempo en que no estaba sólo, y que su prole encontró la manera de caminar por la tierra.

Pues a su manera, más que animales, pero menos que humanos, sus ojos inteligentes miraban con envidia a los pescadores que surcaban las aguas en pos de sustento. Adivino por cómo ladeas la cabeza que he despertado tu interés. Pues bien, antes de que la pirata Yorkthail se cruzase su destino, tu héroe favorito, como hijo ilegítimo del rey, se regalaba una despreocupada vida de aventuras.

A bordo de su ágil embarcación de rojizo cedro, el Delfín, viajaba ligero. Eran los integrantes de su tripulación marineros y guerreros probados. Algunos eran ya héroes renombrados por derecho propio, como Magón el Arponero, o Artagus el Arquero. Otros lo llegarían a ser más adelante, cómo Diodoro el Duelista, o Sheket el Buceador… Sospecho por esa cabezada que has dado que, en caso de nombrarlos a todos ellos, te aburriré, así que lo dejo. Pues bien, bajo el estandarte azul y rojo de su abuelo el almirante, surcaban el Telegureth dando caza a corsarios khenmitas, cuando quiso el azar, o la malevolencia de Sthalos, que una tormenta los alejara de su curso. Con tenacidad y esfuerzo la hicieron frente, pero no pudieron evitar que los arrojase contra el muro continental que separaba en aquél entonces al Mar Interior del Krensilshud. 

Era aquella tierra, hoy sumergida, próspera y feraz. Canales y regadíos alimentaban sus campos. Toda mercancía que quisiera llevarse de una costa a otra, primero había de atravesar sus calzadas. Con razón se disputaban aquel brazo de tierra Malvan y Khenmi. Así, mientras los celebtir buscaron la amistad y alianza con los venagozarianos, los khenmitas hicieron lo propio con los slateranenses. En repetidas guerras fronterizas azuzaron a los unos contra los otros. Hasta que los malvaneses hicieron suya la isla de Osknum y en sus astilleros construyeron tal flota, que el Imperio Arcano, careciendo de recursos con que hacerla frente, se volcó en cambio en su expansión continental.

Estaban pues Marduk y sus compañeros lejos de casa, pero en tierra amiga. Es más, era el moreno Sheket oriundo de aquellos lugares. Sus gentes eran famosos pescadores de perlas. Con gran pesar lo vieron marchar en su día. Muchas esperanzas habían depositado en él. Esbelto, de natural afable y de buenas maneras, tocado además por la luna azul, su afinidad con la magia elemental lo había impulsado a buscar quién lo ayudase a pulir sus habilidades.


—Necesitamos reponer provisiones —le dijo Magón, atusándose la tupida barba negra y rizada, dada su mayor veteranía hacia de segundo del príncipe—. Tú conoces estas costas mejor que nadie a bordo.

—Claro que sí —afirmó el excelente buceador con una amplia sonrisa en sus labios carnosos—. Podría pilotar nuestra nave entre todos éstos arrecifes en la noche más oscura y con los ojos cerrados —fanfarroneó, sus ojos marrones alegres al recorrer el familiar paisaje donde creció.

—Y por supuesto, tus amigas las ondinas no tendrían nada que ver con ello. ¿Verdad que no? —bromeó el gigantón, rascándose el musculoso brazo, tatuado desde el hombro al dorso de la mano con el intrincado diseño de una serpiente marina de tres cabezas.

—¿Acaso pones en duda mis capacidades? —fingió ofenderse Sheket, llevándose la mano oscura a la túnica azul como si se la fuera a arrancar del pecho.

—Deja el teatro para las damas del puerto —bufó Magón, bien sabía el forzudo que su joven amigo era más que capaz de valerse sin su magia—. Vamos a ver al capitán.


Éste, entretanto, estaba inspeccionando el estado del velamen y el cordaje. Una soga desportillada o una vela gastada podían significar la perdición de todos ellos si los alcanzaba otra tormenta de verano. Encaramado a una escalera de cuerda, mostraba su descontento con la integridad de la vela latina y ordenaba sustituirla, cuando la desigual pareja se acercó. Al verlos, se balanceó con brío y los saludó alegre con la mano libre.


—¿Y bien? —gritó confiado— ¿Tengo, o no tengo razón?

—¡La tienes! ¡La tienes! —respondió a voz en grito Magón, para después darle un codazo a su compañero y comentar jocoso —. No entiendo cómo siguen apostando contra él.

—Y está vez ¿Quiénes han pencado y cuánto? —meneó la cabeza divertido Sheket.

—Diodoro y Cliorcetes. Un crisobar cada uno. 


El joven silbó asombrado. Con una de aquéllas preciadas monedas de oro malvanesas, el afortunado marinero que la tuviera en su bolsa podía despreocuparse del frío y los riesgos de navegar en la estación de las borrascas y quedarse a resguardo, disfrutando de la hospitalidad del puerto que prefiriese. Llevaba solo un par de temporadas enrolado en la tripulación del príncipe como mago de a bordo, y todavía lo admiraba la facilidad de trato de éste y la liberalidad con que sus compañeros gastaban sus ganancias.


—¿Y vos, cómo sabíais a dónde nos ha arrojado la tempestad? —le preguntó el muchacho, una vez descendió de la escala— ¿Acaso habéis surcado antes estás aguas?

—¡Oh, sí! —se encogió de hombros sonriendo— De niño, estuve aquí una vez con mi abuelo.


Sheket se maravillaba de la natural espontaneidad con que se desenvolvía su capitán. Así como con su don para interpretar vientos y corrientes. Parecía bendecido lo mismo por Istol, que por Icaria. Era difícil de creer que, sin poseer magia alguna, aunque le privaran de sus mapas e instrumentos, fuera capaz de orientarse y encontrar rutas ocultas para los demás mortales.


—Pero no nos quedemos aquí parados —los apremió, encaminándose al timón—. Vamos a conocer tu hogar.


Al timón se encontraba el entrecano Jantaxermes, uno de los miembros más veteranos de la tripulación. Y en su día guardaespaldas e instructor de un joven Marduk. Hombre de lealtad probada a la casa de su abuelo. Bajo su túnica azafrán se asomaba el cuerpo fibroso y bronceado de un luchador. Y aunque una incipiente barriga traicionaba la imagen que conservaba de sí mismo, sus reflejos y años de experiencia en combate le mantenían en primera línea de batalla.


—¡Viramos a estribor, Janta! —le ordenó decidido su capitán, con ese brillo que iluminaba sus ojos azules en cuanto se marcaba un objetivo— Aprovecha que Sheket y yo te relevamos.

—Rumbo norte, entonces —afirmó el veterano piloto con voz grave—. Tocará remar.


En efecto, una vez se alejaron del resguardo de los acantilados, tuvieron que recoger las velas y bogar todos a una. El joven elementalista fruncía el ceño, contrariado, mientras mantenía firme el timón. 


—¿Ocurre algo? —al darse cuenta de su cambio de actitud, le preguntó Marduk.

—El curso de las corrientes no es normal —contestó con desazón.

—¿Y eso? —lo animó a explicarse el barbudo segundo.

—Nos empujan fuera de curso. Es como si nos acercásemos a una zona de rompientes.

—¿Una zona de arrecifes? —se rascó Magón la oreja derecha, provocando el tintineo de los aros de oro que lucía en ella— ¿Y qué tiene eso de extraño?

—Pues que ésta es una zona de corales, rica en moluscos y abundante en pesca. De aguas templadas y cristalinas 

—Recuerdo que mi abuelo nos llevó a un lugar —con tono soñador asentía su capitán—, mar adentro, donde el agua burbujeaba debido a los gases emitidos por volcanes sumergidos… ¿Es eso lo que te preocupa, amigo mío?

—Si, capitán —se permitió expresar sus temores en voz alta—. Además, no hemos visto embarcación alguna, ni grande, ni chica, en mucho tiempo.

—Cierto, ni una triste vela por días —con semblante serio comentó el forzudo tatuado. 


Y así se sucedieron las jornadas, con la sola compañía de las gaviotas y sus estridentes graznidos. Tampoco les acompañaron en su navegar los amistosos delfines que, en otras ocasiones, con sus saltos y cabriolas, buscaban la atención de los marineros. 

Lo inusitado de su soledad empezaba a hacer mella en la tripulación. Las conversaciones eran cada vez menos frecuentes y cuando se producían resultaban breves y mecánicas. La inquietud era la norma, y las manías y supersticiones de cada uno salían a la luz. Las discusiones no tardaron en seguirlas. Por un sitio en la bancada de remeros, por escupir por el lado de estribor, por ahuyentar una gaviota molesta, por cruzar su sombra con la del remo… cualquier excusa era buena para dar rienda suelta a la tensión acumulada, cuando a babor vislumbraron la inconfundible silueta de una vela, y más allá, la humeante forma accidentada de una isla sin cartografiar.


Representación del mito del secuestro de Dionisio por los piratas. Imagen sacada de la Wikipedia.


Mas vientos y corrientes empujaban ahora a la castigada liburna hacia el puerto amigo. Y Marduk entendió que no era momento de forzar a su tripulación. No obstante, dejando a Jantaxermes y Sheket al timón, no desperdició la oportunidad de subir hasta la cofia del carajo y otear la tierra desconocida.

Gigantescos escalones de piedra oscura, como tallados adrede, salían del revuelto mar turquesa y ascendían por la orilla occidental hasta desembocar en una serie de vistosas terrazas de coral, arrancadas del lecho marino y fracturadas. Sobre ellas arrojaba su sombra un monolito grisáceo de volumetría caprichosa, con la parte superior de forma ancha, cónica e inclinada hacia atrás, y la inferior estrecha, cilíndrica, recta y alargada, cubierto de algas todo él. Por un instante, Marduk creyó ver figuras en movimiento sobre la superficie rocosa.


«Tal vez el barco que vimos ha fondeado al otro lado de la isla.» Pensó.


Pero por mucho que su curiosidad natural lo impeliera a explorar el atolón desconocido, antepuso las necesidades de su gente a sus deseos. No pocos de ellos se habían llevado la diestra al corazón con la palma abierta en dirección a la inquietante isla, como gesto protector frente a los malos espíritus. Bien sabía de su valor frente a piratas, infantes de marina o guarniciones costeras. Las amenazas mundanas no insuflaban temor alguno en sus pechos orgullosos. Eran las manifestaciones de fuerzas y entidades que escapaban a su comprensión las que obraban ese efecto. Y aún ellas, en la mayoría de los casos, no conseguían hacerlos retroceder sin que antes plantaran cara con sus aceros. De manera que siguieron su rumbo, y Marduk vio alejarse poco a poco aquella tierra recién formada, sobre la que las gaviotas no parecían posarse.

Fue al mediodía siguiente, que avistaron la hermosa cala de aguas transparentes junto a la que vivían los parientes de Sheket. Las primorosas viviendas de paredes blanqueadas con cal y puertas pintadas de azul resplandecían bajo la bendición de la tríada solar. Un par de balandros se mecían perezosos sin nadie a bordo  Las omnipresentes gaviotas rasgaban el aire con sus chillidos y paseaban ociosas por los muelles, dueñas y señoras del lugar.

En efecto, contra toda lógica, no se veía ser humano alguno. Redes y cestos de mimbre yacían en el suelo. Volcados y abandonados se ofrecían a sus ojos carretillas y tenderetes. El olor a pescado podrido y guano llegaba hasta la cubierta donde un consternado Sheket no daba crédito a lo que tenía delante.

Tras escuchar los prudentes consejos del curtido Jantaxermes, su capitán lo dejó al mando de algo más de la mitad de la tripulación. En tanto que él, acompañado de Sheket, Magón y otros nueve marineros desembarcaron con sus armas prestas para la lucha. El desorden y el abandono reinaban en el lugar. Con cautela iban asomándose de vivienda en vivienda. En todas encontraron los mismos signos de apresurada huída de sus habitantes. Cuencos de madera en la mesa. Ánforas de vino dispuestas en ordenadas hileras. Ropa tendida al sol… El más afectado por el estado del pueblo era el joven Sheket. Con rudeza fue amonestado para que no gritase a los cuatro vientos los nombres de su desaparecida familia. Nervioso corría de una casa a otra, seguido por Magón y Artagus, mientras Marduk y el resto de exploradores se cercioraban de pisar suelo seguro.

Habían inspeccionado ya la mayor parte del asentamiento costero, cuando un implorante Sheket les rogó que perseverasen un poco más.


—Al otro lado de la colina hay más casas —señaló un serpenteante camino de tierra con su largo brazo tostado por el sol—. Son de los granjeros y pastores del pueblo.

—No hemos encontrado signos evidentes de violencia —comentó Marduk—. ¿Qué ha podido pasar?

—No lo sé —apretó los puños con impotencia el joven mago—. Pero no puedo irme sin averiguarlo.

—Subamos por el camino —consintió su capitán, envainando al cinto su curvo kopis, pero sin llegar a colgar a su espalda el redondo escudo.


Salir del pueblo abandonado, con su atmósfera de oculta amenaza, levantó el ánimo de la avanzadilla. El ascenso colina arriba fue un ejercicio ligero recibido con alborozo por aquellos hombres que llevaban semanas en alta mar. Flores silvestres salpicaban la alta hierba con sus vívidos colores, azules, blancos y amarillos. Abejas y mariposas revoloteaban entre ellas. Un olivo centenario coronaba el camino, bendiciendo con su sombra a los caminantes. A su alrededor, media docena de lisas rocas, dispuestas en semicírculo, habían sido transportadas por los lugareños para servirles de asiento. 

Desde ese privilegiado mirador, Marduk y sus compañeros disfrutaban de una vista panorámica de la fértil llanura que se abría a sus pies, jalonada de verdes colinas y blancas casas cuadradas. Algunas con su cinta de piedra para resguardar al ganado, o defenderse de los depredadores locales. Aquí y allá se veían campos de cereal y vides, lo mismo que naranjos y limoneros. Podía parecer un paisaje bucólico, de no ser por el abandono que habían dejado tras ellos.

Fue Artagus quien, gracias a su vista de arquero, primero descubrió signos de vida. A lo lejos, un gran rebaño de ovejas respondía a los esfuerzos de varios pastores. Las conducían a uno de aquellos cerramientos, que cercaba una colina entera, en cuya cúspide se localizaban, no uno, sino tres edificios blancos, con sus puertas y ventanas de color azul, protegidas por un segundo muro de piedra. Ignorando que estaban siendo observadas, varias figuras salieron de ellos, abrieron los portones del muro y dieron la bienvenida a los pastores. A su alrededor, perros de gran tamaño saltaban y movían sus colas.


—Esa es la hacienda del viejo Garai —dijo Sheket.

—De todo lo que hemos visto, también es el lugar mejor protegido —apostilló Magón, apoyado en su recia lanza.

—El muy granuja siempre fue un sinvergüenza codicioso y con debilidad por mujeres mucho más jóvenes que él —comentó el elementalista—. Pero nunca tuvo tantas cabezas de ganado, ni tanta gente bajo su techo…

—Desconfiado y celoso —se choteó el forzudo arponero, propinándole un codazo cordial.

—Ancianos, mujeres y algún niño es cuanto veo —con el ceño fruncido y semblante serio les informó Artagus.

—En ese caso —dijo Marduk, quien portaba ya el escudo a la espalda—, será mejor que no nos vean llegar a todos de golpe.


Los demás asintieron. Fuese lo que fuese que los había llevado a refugiarse en ese lugar, la llegada de improviso de un grupo de hombres armados, bien podía interpretarse cómo una amenaza por los atribulados paisanos de Sheket. De modo que se dividieron en dos grupos. Artagus quedó al mando de otros siete hombres. Ellos esperarían acontecimientos a la sombra del venerable olivo. En tanto que Marduk, acompañado de Sheket, Magón y de un tercer marinero de nombre Zejel, menudo, fibroso y moreno, rápido de pies y habilidoso con los cuchillos, se encaminaron en dirección a la hacienda del tal Garai."


Y por hoy nos despedimos de León de Rasaol, médico y viajero, personaje inspirado en uno de mis amigos ausentes. El viernes sigo con otro trecho que ya está escrito y para el domingo quiero terminar el relato.

Como apostilla musical, hoy apuesto por la musicalización de "La Canción del Pirata" de Espronceda interpretada por el grupo "Dark Moor". ¿Pues quién no ha fantaseado alguna vez con vivir sin ataduras, libre y salvaje? (Otra opción era "Born to be Wild" de los Steppenwolf)



        Gracias por estar al otro lado. Hasta pronto. Nos leemos.






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