(Ital el JDRHM) La Ciudad bajo la Ciudad: Mal`mbz (Epílogo)
Bueno, damas y caballeros, primera entrada del año.
Aquí termina "La Batalla de los Marjales". El evento que marcó el devenir de Esgembrer para las generaciones por venir. Como diría el buen Doctor, uno de esos momentos fijos de la historia, como la erupción del Vesubio.
Ahora toca regresar con Caethdal, Drinlar, Selid, Szim y compañía.
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Una chispa de energía parpadeaba, tenaz, arrastrada por las invisibles fluctuaciones del espectro mágico. La destrucción de su prisión había provocado un parto prematuro. Desgarrada su matriz, sus reservas, su propio ser, se habían dilapidado en la huida del campo de batalla.
Liberada de su encierro, la entidad llamada Mal'mbz se aferraba a su identidad. No en vano, había resistido casi dos siglos de solitario encierro. Pues su prisión había sido también su refugio. Durante el Colapso que disgregó el manto esotérico del que se nutrían los magos de Ital, aquél fragmento de oscuridad imbuido en la panoplia de su señor feudal por los alquimistas quanorianos había, no sólo conservado su poder, sino también desarrollado su propia personalidad.
Desconfiada, había sentido cómo uno tras otro decayeron los lazos que unían al poder de la luna negra con sus usuarios.
Mezquina, había drenado en su beneficio los restos de magia contenidos en los objetos menores que la rodeaban.
Ambiciosa, no dudó en pasar de mano en mano hasta dar con un portador que la acercase a su objetivo.
Temerosa, esperaba encontrar un plano material estéril y marchito como el que abandonó. Desde su refugio, aislada de su fuente de origen, no podía percibir el alcance de los cambios que se habían producido. Aún era tenue, pero estaba ahí. Enrarecido, igual que el agua turbia, o el aire mezclado con el humo, pero vivo. El poder arrebatado a la Señora del Éter, Aystria la Multicolor, palpitaba de nuevo. Y el ascua que se llamaba a sí misma Mal'mbz se alimentó de él y creció en intensidad. El goce que la produjo, sólo puede compararse con el del nadador que, arrastrado por la corriente, siente que se ahoga y, tras un ímprobo esfuerzo, consigue salir a la superficie y respirar de nuevo.
Maquinadora, su aliena mente bullía con las probabilidades que su nueva situación la ofrecía. Cinco eran los núcleos cuya fluctuante energía lamía la realidad cual costas extrañas. No, la magia esotérica no procedía de la luz lunar, como explicaban sus practicantes a los legos. Aquella no era otra cosa que una mentira. Tal vez amable, para ahorrarles la certeza de la existencia a este lado del Edicto de seres aún más insidiosos y aterradores que los dragones. Tal vez interesada, para evitar que el miedo irracional de los no dotados se trocase en violencia contra los futuros iniciados en los misterios arcanos.
De improviso, atraído por su imprudente glotonería, uno de ellos la reclamó de vuelta. No, no fue con un toque seductor que los tentáculos de oscuridad tantearon en pos suyo. Esos no eran los modos con que el poder identificado con la luna negra imponía su voluntad. No eran, ni la satisfacción de sus caprichos, ni la búsqueda de equilibrio, ni el deseo protector, el motor tras los impulsos que guiaban los actos de Malembeth, sino el ansia de dominio.
En eso eran idénticas ambas entidades y, por insignificante que fuera Mal'mbz en comparación con el árbol del que era fruto, no estaba dispuesta a dejarse consumir sin oponer resistencia. A lo lejos percibía el cálido poder objeto de sus deseos. Si Mazticazierpez y su horda no hubieran sido derrotados, alimentada por él, podría resistir desgajada e independiente. En vez de eso, mientras luchaba con todas sus fuerzas para no ser arrastrada por la marea de aceitosa energía oscura, buscaba un algo a lo que aferrarse igual que un náufrago a la deriva, zarandeado por la tormenta que ha hundido su navío.
Bajo ella titilaban los espíritus de los clérigos supervivientes a la batalla librada a causa de sus tejemanejes. Aún debilitados por las exigencias de la jornada, ninguno de ellos era compatible con su naturaleza. Es más, sus propias auras la mantenían alejada de los objetos portahechizos en que pudiera encontrar tanto cobijo, como sustento.
Insistentes, los zarcillos de oscuridad tejían la red con que tamizaban el plano mundano en su busca. Vehemente era la llamada de su progenitor. Obstinada como él, revoloteaba rechazando someterse. Con millares de individuos a su alcance, alguno había de haber con la más mínima capacidad para esgrimir el poder que ella ofrecía. Alma tras alma sometió a escrutinio, mientras los examinados no sentían más que una fría ráfaga de viento cuyo origen no sabían explicar, hasta que dió con lo que buscaba.
Apartado de todos. En una amplia tienda marrón con grecas doradas, atiborrada de libros y objetos con un fuerte residuo mágico, sentado delante de un escritorio atestado de hojas de cálculo y pergaminos, con un ábaco entre sus largos dedos, estaba su tabla de salvación.
Tras ella, las imperiosas exigencias de Malembeth se silenciaron. Las crepitantes redes de energía quedaron suspendidas sobre ellos, inmóviles, a la expectativa. Antes eran el gato y el ratón. Ahora eran dos serpientes acechando a la misma presa. Con cautela, Mal'mbz circundó con su aura al elfo solitario. Percibía en él un vacío afín al suyo propio. Una añoranza profunda por el tiempo en que se elevó por encima de sus semejantes. Un ansia de recuperar el poder perdido como la que espoleaba sus acciones impregnaba su alma mutilada.
La estática encrespó los rizos morenos de su larga melena. El antiguo adepto de las artes esotéricas percibió la presencia de la entidad y se incorporó. Tenso, alerta, preparado para la lucha, se encaró con la intrusa.
«Te reconozco, emisaria oscura.» Proyectó su mente. «¿Qué buscas?»
«Busco poder y a quien quiera más.» Respondió ella. Algo en sus difusas memorias compartidas con la totalidad de que se había segregado se removió, inquieta.
«¿Y qué te hace pensar que estoy interesado en vincularme a tu negra esencia?»
«Veo la marca de Balembeth en tu aura. Huelo la herida que dejó su marcha. Saboreo el dolor de tu alma.» Y sentía cierta familiaridad heredada con aquel mago caído, pero eso se lo guardó para ella. «Extiende tu mano y sanaré tu pérdida.»
Por un momento, pareció que el elfo iba a abrir su mano, pero se detuvo en mitad del gesto, desconfiado.
«¿Y tú qué ganas, fragmento de oscuridad?»
Nacido con el don, había crecido oyendo historias sobre aquellos que lo habían buscado entre reliquias y rituales, perdiendo la razón en el empeño. Él mismo, tan pronto tuvo noticias del paulatino retorno de la magia, los había probado sin éxito. Por algún motivo, la conexión que disfrutó con el poder de la luna blanca le estaba vedada.
Pero la esquirla de Malembeth ya no le contestó. Bastó un instante de duda por parte del diantari de negros cabellos, para que su progenitor la absorbiera de regreso. Se hizo la quietud y el silencio en aquel apartado rincón del campamento, tan solo perturbado por el ocasional lamento de los heridos. Ante la falta de respuesta, la angustia le embargó. El pecho le subía y bajaba agitado. Boqueaba igual que un pez fuera del agua, sin llegar a articular el desgarrador alarido que pugnaba por manifestar su frustración. En el silencio oía la sangre palpitar en sus sienes. Pérdida la oportunidad, se arrepintió y completó el gesto que le habría devuelto el poder sin esperar nada ya. En cambio, el dolor de un millar de espinas atravesó su palma y recorrió su cuerpo. Rodilla en tierra, se mordió el fino labio para sofocar un grito, mientras con su brazo izquierdo sostenía el derecho en alto.
«Mío.» Retumbó una voz mayestática e inhumana en su mente, reverberando igual que el eco de una caverna, hasta fundirse con la suya propia.
«Mío, vuelve a ser mío.» Sonriendo entre espasmos de dolor, lloraba Caethdal.
Y aquí me despido con un clásico del heavy metal: "Don´t Talk to Strangers" de Dio, versionado por los Blind Guardian.
Sed buenos. Nos leemos.
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