(Ital el JDRHM) La Ciudad bajo la Ciudad 2: Zhora



Bueno, vivimos en permanente sobresalto y a mí no se me ocurre otra manera mejor de calmar mis castigados nervios que olvidarme un poco del mundo que me rodea volviendo al teclado y retomar "Caminos Separados" 

Créditos de la imagen Lanfirka from DeviantArt


En sus recuerdos estaba allí de nuevo, como cada noche a esa misma hora. El pequeño Martín en brazos, bien arropado en sus mantitas de mullida lana, chupándose el dedo, mirando a su alrededor con sus enormes ojos de bebé. Enfundada ella en su pesado capote de viaje, los bajos húmedos, y embarrados sus bordados de hilo dorado. La pequeña Olaya cogida de la mano, mirando asustada cuanto la rodea, conteniendo las lágrimas, sin comprender porqué la había llevado su madre a aquél campamento en medio de los humedales, lleno de hombres armados de aspecto peligroso.
El viento azotaba la lona de la tienda y hacía oscilar los candiles colgados del arco que corona el poste central. Tres eran, uno por cada sol que ilumina el día.

—¡Esta campaña es un disparate, Iván! —protestaba con vehemencia, sin dejar de acunar a su pequeño.
—Ya lo hemos hablado —movía la cabeza, paciente, sonriendo con dulzura a su esposa—. Es necesario detener está invasión antes de que alcance las regiones más pobladas del reino.
—¡Pues deja que sea otro quien arriesgue su vida! —imploraba ella con ojos llorosos— ¡Piensa en tus hijos!
—¿Acaso crees que no pienso en ellos? —con un deje de dolor contestó él, al tiempo que hincaba la rodilla en la gruesa alfombra adornada con entrelazados motivos vegetales y abría los brazos, invitando a su hijita de despeinados y rubios rizos a correr y abrazarlo—. Es por ellos que arriesgo mi vida. Nuestra posición es precaria —insistía, abrazado a la niña de sus ojos, protector, besándola con suavidad en la frente, mirándola con orgullo.
—¡Lidera entonces la caballería pesada! —arrodillándose junto a ellos, porfiaba— Sabes que con Daimiel cargando a tu lado nada se os resistirá.
—¿Acaso crees que a lomos de Sangraal corro peligro?
—¡Sí, ya sabes que lo creo! Pero hay más —añadió bajando la voz. He vuelto a soñar a la sombra del Olnirimo —en tono quedo, posando la cabeza en sus hombros poderosos, una lágrima corriendo por su mejilla confesó al fin.

A lo que él, contrariado, reaccionó rompiendo su abrazo y alejándose de ellos.

—Sabes que no debes hacer tal cosa —tajante, apretando la mandíbula, se obligó a reprehenderla—. Los oníricos pueden ser maliciosos. Incluso los más bienintencionados no comprenden nuestro mundo.
—El rey Jawen está maldito. Todas sus empresas y buenas intenciones han fracasado. Deja que Uriah lidere al círculo interior.
—¡No! —rechazó tal idea con un enérgico ademán.

A grandes zancadas se dirigió al sitial que horas antes ocupará en consejo de guerra. Sobre la mesa de campaña se veían los planes para la batalla inminente. Una escudilla con una ración de estofado a medio comer, una jarra de agua y unas copas los hacían compañía.

—Muchos de nuestros feudatarios no han respondido ni en tiempo, ni en forma —elegido de Tormo antes que rey, su formación en leyes se apreciaba en las expresiones que elegía cuando buscaba claridad y concisión—. Y debo cumplir con las expectativas de aquellos que sí lo han hecho.
—«Para exigir, hay que cumplir» —con suavidad y tristeza en la voz citó ella la máxima que guiaba la conducta de su marido.
—Solamente quien cumple la ley, tiene derecho a juzgar a otros —sentenció él, sirviendo agua en las plateadas copas y acercando una a su esposa.
—Entonces. ¿No quieres conocer el mensaje de la Corte Azul? —implorando, insistió ella.
—No —tras un leve instante de duda dijo él, cerrando los ojos y desviando la mirada de su doliente esposa—. Mi lugar está a lomos de Sangraal. Al frente de mis iguales en Tormo y sus águilas. Inspirando con mi ejemplo a vasallos, aliados y mercenarios por igual. Esta será una batalla que se recordará por generaciones —se exaltó, alzando el puño a la luz— ¡Y sobre aquellos cobardes que no han acudido y sus descendientes quedará la mácula de su deshonra!

En ese instante un trueno retumbó en la noche y una ráfaga de viento más fuerte que las demás sacudió la lona de la tienda, haciendo oscilar las lámparas con violencia, provocando que chocasen unas con otras y despertando el llanto del pequeño Martín.

—Déjamelo —pasada la emoción del momento, sonriendo con dulzura, extendió los brazos amorosos.

Así hizo, guardando sus lágrimas, y con ellas, las palabras que los oníricos la habían hecho llegar. Bien sabía que la rectitud y el deber constituían el pilar sobre el que su esposo había erigido la imagen que de sí mismo tenía y deseaba transmitir a los demás. Esa misma nobleza de carácter era lo que la atraía de él. Era un hombre sin tacha, un esposo atento y un padre dedicado, aquél que acunaba y arrullaba a su pequeño trocando sus sollozos por sonrisas, para después limpiarle los mocos.

Mientras tanto, ella tomaba a su hija Olaya de las manos, quien de pronto miraba fijamente a su padre con una expresión inescrutable, adulta, fuera de lugar en una niña de su edad, que pasó desapercibida para su madre, quien cavilaba aún, de qué manera podía hacer cambiar de parecer a su rey y así salvar a su esposo.




No sé el porqué, pero esta canción me vino a la memoria mientras daba vueltas a esta parte. Tal vez por haber pintado con luces tan oscuras a Zhora en "La Amenaza bajo Esgembrer".



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