(Ital el JDRHM) Criaturas y Leyendas 1: El Toro de Sombras
Original Art Paint/Acrylic/Plastic/3d Sculpting Sculpture, measuring: 70W x 100H x 25D cm, by: Bradovent Art (Slovenia) |
En aquellos días, la lengua de los dancos se hablaba desde las costas del Krensilshud hasta la rivera del Río Sgem. Pero no era el carácter de aquellas gentes dado a la construcción de imperios, en vez de eso, florecían multitud de pequeños reinos, en la cuenca de cada río, en lo alto de cada meseta, pareciera que cualquier señor de la guerra pudiera autoproclamarse rey con tal de poseer una torre en lo alto de un risco.
Así era entonces, así fue posible que los disciplinados celebtir los fueran derrotando uno tras otro, hasta que sólo quedaron aquellos que sí se merecían el título real. Pero éstos últimos, enzarzados desde antiguo en competiciones de prestigio, luchas fronterizas y robos de ganado, tampoco lograron presentar un frente unido y fueron conquistados.
Fruto de esas pendencias nació la criatura de la que te voy a hablar hoy. Pues hubo dos reyes que competían por el control de la llanura de Arras, cada uno controlaba una rivera del Imand, el uno poseía una ciudadela amurallada en el nacimiento del río, el otro en su desembocadura. Eran los más poderosos de la región. Los demás reyezuelos, aún de mala gana, les rendían tributo y sumaban sus fuerzas a las de su señor cuando se lo exigían. Los roces entre los partidarios de unos y otros también eran frecuentes. Si los unos decían que los montañeses apestaban a cabra, los otros replicaban que ellos hedían a pescado.
Aún así, el comercio y los enlaces matrimoniales eran frecuentes entre todos ellos, y con motivo de los festivales celebrados en los solsticios de verano e invierno todos ellos acudían al bosque sagrado, donde celebraban ora la cosecha, ora la matanza.
Eran aquellos eventos de importancia capital en la región. Durante su duración, de varios días, la paz estaba garantizada por las hermandades druídicas que moraban en el bosque. Eran ellos los jueces y embajadores que mediaban en los pleitos entre grandes y pequeños hombres: Lindes y derechos de paso, herencias y dotes. La suya era la memoria viva de su pueblo y su palabra era ley.
A dichas festividades acudía todo aquél que se preciara de ser alguien luciendo sus galas más elegantes, con el mayor número de seguidores, con lo más selecto de sus productos, fueran telas, joyas, vinos, quesos, armas, cervezas, aperos de labranza o reses. Allí se mezclaban unos con otros, regateando con brío los adultos y viviendo amoríos apasionados los jóvenes.
Y hete aquí, que con motivo de la fiesta de la cosecha, por el solsticio de verano, un día bajó de la montaña su rey con un toro blanco, impoluto y sin tacha, un semental cómo ningún otro. Era tal su alzada, que a su lado los demás parecían terneros. Tal era su fuerza, que una docena de los mozos más fuertes de todo el río, desde su nacimiento a su desembocadura, no eran suficientes para arrastrarlo cuando sus patas, gruesas como troncos, clavaba en la tierra, era como si echase raíces. Era un espécimen sin igual, se convirtió en la atracción del festival y eclipsó por completo al carnero de rizos dorados y cuernos de cobre que el rey de la costa había traído de muy lejos. Fue tamaña la sensación que causó, que no se habló de otra cosa que de sus virtudes durante toda la estación, en cada corralada, en cada plaza, en cada castro fortificado, en cada cruce de caminos… Incluso al puerto del rey de la costa arribaban viajeros preguntando por el prodigioso semental, tan fiero con los demás toros, que éstos doblaban la cerviz a su paso, tan dócil con su amo, que obedecía sus órdenes igual que un purasangre.
Resulta fácil de imaginar, que nada de esto resultaba agradable para el enconado rival de su dueño. Su prestigio había quedado empañado. Su intento de mofa sobre "el rey de los cabreros", como solía llamarlo, burlado. Era tan grande su ira, que apenas emprendió regreso, borró de su rostro la sonrisa cortés, y se sumió en negros pensamientos. Apenas habló con el resto de sus acompañantes en todo el viaje de vuelta y de día en día su ánimo se ensombrecía. Cada vez que oía hablar del toro blanco, torcía el gesto. Cada vez que veía a su carnero de cuernos de cobre, entrecerraba los ojos. Hasta que, en un arrebato de ira, con saña y crueldad, sacrificó él mismo al infortunado carnero, salpicando de sangre sus rizos de oro, que murió entre balidos de dolor, llamando a compasión.
Pronto se corrió la voz de lo sucedido y llegó a oídos de un turbio personaje que ansiaba la protección y riquezas de los reyes. Se decía de él que era un hombre de gran inteligencia y conocimientos, que estaba versado en las tradiciones de los druidas, pero que había desarrollado una inclinación malsana por lo oscuro y lo prohibido. Así era, en efecto, en la arboleda había sido instruido, hasta que saciado su interés en cuanto le enseñaron, quiso ir más allá de los límites establecidos y fue desterrado. Mucho había viajado, de una costa del Telegureh a otra, profundizando en sus inquietudes, hasta que la condena que pesaba sobre él expiró. Desde entonces había mantenido un perfil discreto, prestando pequeños servicios a mercaderes y reyezuelos: una pócima, un elixir, un vacío legal, un embarazo interrumpido, un accidente sin explicación... Y esta parecía la oportunidad que estaba esperando para saltar a primer plano. De modo que se presentó ante un sombrío y desdeñoso rey de la costa, prometiendo que para el próximo festival de la cosecha, le proporcionaría un semental superior en todos los aspectos al toro blanco de la montaña.
Sin embargo, el plazo propuesto era demasiado largo para el rencoroso rey, lo quería ya, le exigió que lo presentará ante él para el festival de la matanza del solsticio de otoño y tan seguro estaba de sus capacidades, que aceptó el reto.
Así, sin tiempo que perder, en una granja apartada, en el mayor secreto posible, reunió un rebaño formado por lo más granado de las reses del rey y sus vasallos. En el plazo propuesto originalmente, bien hubiera podido criar un prodigioso espécimen como el que pretendían superar, pero en tan escaso margen de tiempo, los procedimientos naturales estaban fuera de lugar. De manera que seleccionó a los más hermosos y lozanos terneros y, con toda la alquimia que había aprendido en sus viajes, aceleró su crecimiento, aún a sabiendas de que eso acortaría su esperanza de vida, estimuló su desarrollo muscular, consciente de que ese proceso podía provocarles la muerte, recurrió, en suma, a todos los atajos que tenía a su disposición y, mes a mes, su rebaño, la riqueza de toda una comarca, menguaba y menguaba, hasta que sólo quedó un toro.
Era negro como noche sin luna, enorme, poderoso, violento y cruel. Sus cuernos había bañado en sangre de bestias y hombres. Era su carácter tal, que no podía compartir establo o corral con ningún otro. Para tenerlo controlado, mezclaban esencia de amapola en su agua. El cerebro detrás de su crianza sabía que aquella solución no podía durar, que cada vez la dosis necesaria sería mayor, que los ataques de rabia que su abstinencia provocaría al gran semental serian cada vez mayores, pero eso no le importaba. El espécimen estaba listo en tiempo y forma y había superado sus expectativas. Estaba seguro de que el toro blanco no sería rival para su criatura y esperaba la visita de su patrocinador satisfecho de sus logros. No sabía que lenguas indiscretas habían presumido de su trabajo en la granja, que la inesperada opulencia de algunos de sus trabajadores había dado que hablar, que pronto se habían echado en falta las mejores reses de la región y buscado su paradero. Pues con toda su ciencia, siempre había adolecido de falta de comprensión de las razones y emociones que guían la conducta de sus congéneres. No esperaba, en suma, más visitas, y mucho menos la del druida consejero del rey de la montaña, acompañado, ni más ni menos, que de su excepcional toro.
Al momento se reconocieron el uno al otro. Ambos fueron destacados alumnos en la arboleda, pero el desterrado prefirió ocultarlo, y el druida eligió evitar esa confrontación. En lo que sí estuvieron de acuerdo, fue en comparar ambas reses. No habían oído más que rumores el uno del toro del otro. La curiosidad y el ansia de saber pudo a la prudencia y el recelo. No pudieron reprimir la admiración el uno por la res del otro y se despidieron con cumplidos y promesas de buena voluntad.
Pero el desterrado se sabía vencido. Había visto en el toro blanco las trazas de Otromundo. Las señales del Ensueño resultaban evidentes en sus cascos ligeramente plateados, en la inteligencia oculta de sus grandes ojos negros y en la pureza albina de su cornamenta. El semental de la montaña caminaba con dos de sus cuatro patas por sendas inalcanzables para la mayoría de los mortales. Su bestia, no obstante formidable, era una criatura mundana y efímera. Si no lo remediaba, se vería de nuevo humillado por los druidas de la arboleda. Aquél era un pensamiento intolerable para él. De modo que sin ceder al desaliento, trazó un nuevo plan. Cuatro eran las cortes que se disputaban la hegemonía en Lardar. Si el rey de la montaña y los druidas de la arboleda tenían tratos con ellas, bien podía él llegar a entendimientos con otros poderes.
Con ahínco había buscado en sus viajes lugares de conocimiento y poder. Y pese a no estar dotado con el Don, bien había aprovechado cuanto le habían ofrecido. Sabía perfectamente a dónde acudir. A lo que hoy se llama Unidia. A un páramo salvaje, sumido en nieblas, azotado por las tormentas, no lejos de la costa. Allí, en torno a semillas de roca caídas del cielo, profetas venidos de Alrus habían edificado sus monasterios y compartían sus visiones. Ellos dotarían a su semental del poder que lo elevaría por encima de su rival.
El tiempo apremiaba y la discreción ya no era necesaria. Con decisión y presteza impartió sus órdenes y regresó a la ciudadela de la costa. Su llegada fue celebrada como si fuera un festival. Nadie quería perderse la oportunidad de contemplar al semental de negro azabache. Los rumores hacía semanas que mantenían entretenidos a los ociosos en plazas y cantinas. El gentío se agolpaba en ventanas y balcones y a nadie defraudaron las hechuras de tamaño ejemplar. Calles había por las que no cabía, con su andar bamboleante y perezoso, propio de la ensoñación de la amapola. Y sin embargo, emanaba una promesa de violencia apenas contenida que cortaba la respiración.
Quién no pareció impresionado fue el rey. Ya había sido informado a espaldas del oscuro alquimista de lo ocurrido en su hacienda. Pero el tiempo se acababa y mucho había invertido en sus promesas. Terco y orgulloso, accedió a fletar un barco con su tripulación.
Así partió, apurando la estación favorable. Nunca se supo a qué accedió a cambio de la ayuda de los videntes de cuencas quemadas que a Unidia huyeron de cultos rivales. Sólo ruinas quedan de sus altares dedicados a Akasa el Corruptor, rehuidas por los cuerdos e imán para partidas de codiciosos aventureros. Todo el conocimiento, que con tanta diligencia atesoraba el desterrado, zozobró con él a su regreso. En su urgencia por regresar a tiempo para el festival de la matanza, ordenó desafiar a las tormentas de otoño y pagó el precio por ello. Vencidos por la naturaleza, que ninguna ciencia doblega, impotentes ante el poder del viento y el oleaje, las velas rasgadas, los remos partidos, arrojados fueron primero contra las rocas, como muñecos maltratados por un niño inclemente, arrastrados a las profundidades después.
Tan sólo su portentosa carga resistió el embate de los elementos. Pareciera que la propia tierra se negara a aceptar su regreso, que hubiera convocado a la tormenta justiciera para impedirlo, pero era tal su fuerza y voluntad de prevalecer, que las olas rompían contra él como si fuera un arrecife y no una criatura de carne y hueso. No cejaba en su empeño y mugía su desafío en respuesta al aullido del viento, hasta que sus cascos de acero, bruñidos en oro, volvieron a pisar suelo firme y su regia silueta se recortó contra el derrotado firmamento.
Con cólera gozosa, libre de toda restricción, galopó entonces el bravío dando rienda suelta a sus destructivos instintos. Rompía cercados, invadía granjas y graneros, devoraba cultivos y grano, corneaba a bestias y hombres, un ansia maligna lo impelía. Sin tardar, sus desmanes llegaron a oídos del rey. Sus súbditos le exigían a un tiempo compensación por los daños y protección ante la criatura. Entonces ofreció recompensa por su captura, para él valía su semental mucho más vivo que muerto. Soldados y aventureros partieron en su busca, pero una inteligencia superior a la reservada a su especie animaba al monstruo, pues monstruoso era ya su tamaño, lo que, sumado a su poderío físico, le permitía desbaratar los intentos de atraparlo.
Así en tumulto mantuvo el toro azabache a la comarca entera, hasta que quiso el azar, o el espíritu impío que moraba en su carne, que, llegado el festival de la matanza, congregado el gentío en la arboleda sagrada, con mayor presencia de hombres armados que nunca, el monstruo irrumpió en el mercado.
El suelo temblaba bajo su galope. Sus mugidos espantaban a los débiles de corazón. Familias y rebaños se dispersaron. Antes de que los valerosos de entre los reunidos reaccionasen, volcados y rotos se esparcían carros y mercancías. Devastación y ruina sembraba el toro negro. Una nube de sombras lo circundaba. Allí donde escudos y lanzas se interponían, con la cabeza gacha embestía, quebrando huesos, derramando sangre. De un lado a otro galopaba, frenético, husmeando el aire, buscando, buscando, buscando…
Entonces, un mugido profundo y retumbante ahogó los demás ruidos y el tiempo pareció detenerse. El semental de la montaña respondía al desafío de su rival y, dejando atrás a sus guardianes, galopaba a su encuentro. Eran sus dimensiones parejas, pero la armonía de sus proporciones resaltaba la majestuosidad de su porte. Cuando los rayos solares incidían sobre su pelaje, refulgía de tal modo que no se le podía mirar directamente. Impávido se enfrentaba al toro de sombras, con sus cascos de plata golpeaba el suelo, con orgullo alzaba sus cuernos sin mella.
Al fin, el monstruo detuvo su errática devastación y se enfrentó a su rival y razón de existir. Golpeó el suelo con sus cascos de acero y oro, agachó la cabeza enseñando sus cuernos manchados de sangre y mugió amenazador.
Nadie osó interponerse entre ambos contendientes. Al unísono reemprendieron el galope, dos fuerzas de la naturaleza desatadas la una contra la otra. Chocaron y trabaron sus cornamentas, empujando con tesón y fuerza inconmensurable, girando en uno y otro sentido. Soltándose de repente para chocar y trabarse otra vez. Dicen que fue el toro negro el primero en derramar espesa y roja sangre sobre el blanco e impoluto cuerpo de su adversario. Dicen que era su fuerza mayor, pero sus movimientos más bruscos, espasmódicos si cabe. Dicen que la siguiente herida la infligió el toro blanco, rasgando las negras corvas con un fluido quiebro. Cuentan que fue el monstruo el primero en abandonar la arboleda, perseguido de cerca por su rival. Cuentan que con la noche el poder de las sombras crecía en él y tomaba ventaja. Cuentan que a mediodía, con los tres soles en su cénit, era el blanco semental el que aventajaba en la lucha. Aseguran que por tres días lucharon sin tregua. Aseguran que se persiguieron por toda la cuenca del Imand, de su nacimiento, a su desembocadura. Aseguran que fue en aquella recóndita granja, donde por vez primera se encontraron, donde la lucha tuvo su final.
Afirman que ambos sudaban sangre. Afirman que, privado por meses de los brebajes de su criador, las fuerzas del monstruo dieron al fin muestras de agotarse. Afirman que, viendo próxima la derrota, la tercera noche, con Carembeth tiñendo de carmesí el firmamento, el monstruo hizo acopio de todo el poder que le quedaba y con un último envite derribó al toro blanco, desgarrando su vientre, levantándole por los cuartos traseros, bañándose en su sangre y, con un mugido de triunfo, su castigado corazón colapsó. Exhalando ambos su postrer respiro, entrelazados en la muerte, como unidos estuvieron en vida sus destinos.
Hace siglos ya de aquella noche, sólo los túmulos de los reyes quedan para recordar al pueblo danco en Arras. Pero sin embargo, los civilizados celebtir que allí moran, siguen refugiándose durante el solsticio de otoño, y entre los demonios que creen recorren esa noche los caminos, un lugar destacado lo ocupa el ensangrentado toro de sombras."
Hasta aquí el relato, una iteración de un ciclo irlandés adaptado a la idiosincrasia de Ital, como seguro que algunos os habéis dado cuenta. En muchos casos ése es el truco, haber leído muchos libros. Y si no me creéis, leeros la segunda trilogía de Corum escrita por M. Moorcock después de haber leído "El Libro de las Invasiones de Irlanda" o "Lebor Gabála Érenn"
Y ahora las tablas para "Ital el JDRHM".
Por una parte, os propongo las tablas para el toro de sombras drogado, antes de su peregrinaje oscuro:
TIPO: Toro Negro NIVEL: 10 PV: 200
ACCIONES: 3/2 BD: C 35 Esquiva 100 INICIATIVA: 100
BO: Embestida 120 Cornada 100 en ataque descomunal
ESPECIALES: Daño por 2 e ignora la pérdida de acciones y críticos alfa.
Digamos que ha logrado escaparse y los PJs son contratados para llevarle de vuelta. Sin las pociones que le mantienen manso, sumarle 11 a BD y 22 a esquiva, iniciativa, embestida y cornada.
Por otra, os propongo sus tablas en su momento de mayor poder:
TIPO: Toro de Sombras NIVEL: 15 PV: 220
ACCIONES: 4/3 BD: C 60 Esquiva 130 INICIATIVA: 130
BO: Embestida 190 Cornada 190 Coces y pisotones 150 en ataque descomunal
ESPECIALES: Inteligencia casi humana, daño triple, ignora pérdida de acciones y críticos alfa. Mugido aterrador Tr en 6m VS 50 o huir. Criatura de la Noche: +20 a BO por la noche y -20 a Esquiva e Iniciativa por el día.
Y por último su versión de ultratumba en el solsticio de otoño, cuando la luna roja domina las horas nocturnas. Opcionalmente, lo puedes desatar toda la semana previa a la luna llena:
TIPO: El Ensangrentado Toro de Sombras NIVEL: 15 PV: 220
ACCIONES: 4/3 BD: C 60 Esquiva 130 INICIATIVA: 130
BO: Embestida 190 Cornada 190 Coces y pisotones 150 en ataque descomunal
ESPECIALES: Inteligencia casi humana, daño triple, ignora pérdida de acciones y críticos alfa. Mugido aterrador Tr en 6m VS 50 o huir.
Se hincha 140: puede absorber hasta 20 PV que cause gastando una acción. Puede acumular hasta un máximo de su CON 46 PV daño, estos puntos los puede canalizar a su FUE para potenciar sus golpes (tiene que declararlo antes de tirar los dados de ataque), pero los gasta nada más usarlos y no los puede conservar más de su CON 46 número de asaltos. Así, gastando 30 de estos puntos, pasa a hacer daño por cuatro con uno de sus golpes...
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