(Ital el JDRHM) Criaturas y Leyendas 6: Vasallos de Morskul, parte sexta.

    Hola a todos una vez más.

    No, no me he olvidado del blog, pero es sorprendente la facilidad con que los asuntos cotidianos me dejan fuera de juego. Pero resistiré como dice la canción y como prueba de ello, hoy comparto con vosotros una nueva entrega de las aventuras de Marduk y su tripulación.

Druada está más que enfadado. O le han robado su espadón, o le han derramado la bebida. En todo caso mala cosa. Cosa mala, mala. 

    "Con la mente despejada, sin caer en la tentación de preocuparse por tareas que ahora estaban en manos más que capaces, Marduk ordenó a sus hombres que mantuvieran la posición.

    Ocultos tras el azaroso laberinto formado por el arruinado lecho de coral, escucharon los sonidos de lucha aumentar y alejarse, conforme sus compañeros llevaban las hostilidades a la ensenada donde reposaban las embarcaciones capturadas.

    Asomándose con cautela, el medio malvanés vio al centinela mutante de la puerta abandonar su puesto para sumarse a la refriega. Ésa era la oportunidad que esperaba. Con un gesto de su diestra salió a la carrera de su escondite. Los demás se apresuraron a seguirlo.

    Atrás dejaron la atmósfera cargada de ceniza volcánica removida por la brisa marina. Sus pies calzados con sandalias ya no pisaban la sucia arena, sino roca lisa y pulimentada por la obra de seres sintientes. Mortecina era la luz que entraba por inalcanzables oquedades practicadas en la roca. Según avanzaban, podían ver nichos y galerías situadas a alturas imposibles, salvo que pudieras volar. 

    El nauseabundo olor de las algas en descomposición, sumado a los abundantes restos de formas de vida marina, ya fueran crustáceos, artrópodos y otros, les recordaba que hasta hace poco era agua y no aire lo que llenaba el lugar.

    En las paredes, bajo los restos petrificados de conchas, se insinuaban los relieves primorosamente tallados por una mano desconocida. Motivos vegetales y animales, naturalistas y fantásticos, se entremezclaban sin seguir un patrón cognoscible para los intrusos. Primates, mantarrayas, pulpos y esfinges aladas se mezclaban entre algas, nenúfares, zarzas y palmeras.

    Según avanzaban, la naturaleza artificial del lugar resultaba cada vez más evidente. Galerías laterales aparecían colapsadas, con sus colosales columnas historiadas hechas pedazos. Cada pocos metros, una serie de cuatro escalones descendía más y más en las entrañas del volcán. Efigies detalladas de los señores del lugar decoraban los dinteles tallados en basalto que se abrían a los lados desembocando en celdas como las de los monjes.

    Marduk seguía adelante con la misma desenvoltura de que hacía gala. Khamil, motivada por su deseo de rescatar a los sobrinos de Sheket no le iba a la zaga, si bien sus manos no soltaban las empuñaduras de sendos khopesh. Zéjel los precedía, furtivo y silencioso, concentrado en su labor, atento a cualquier irregularidad que delatase la presencia de trampas y otros mecanismos ocultos. 

    Druada el danco fruncía el ceño. Un palmo más alto que Magón. De melena oscura, piel broncínea y acero en la mirada, andaba ligeramente encorvado hacia delante, como si el techo de la galería no estuviese a más de dos metros sobre su cabeza, listo para saltar contra cualquier cosa que les saliera al paso. Era el arma de su elección un mandoble largo como la lanza de hombres menores. A la espalda lo llevaba. Era su empuñadura sencilla y funcional. Lo mismo que su vaina. Confeccionados ambos con materiales comunes. Era la única pertenencia que tenía cuando lo encontraron en un maltrecho bote a la deriva. 

    Nunca se separaba de ella. Y con razón, pensaba su capitán, pues la hoja de aquella espada no había sido forjada por un mortal. La estela de azul eléctrico que el torbellino de su portador dejaba tras de sí en cada lance de batalla delataba la encantada plata élfica de su filo. 

    Con menos seguridad los seguían los restantes guerreros con sus escudos ovales. Su caminar irregular traicionaba su inquietud. Escudriñaban cada sombra como si ellas mismas fueran el enemigo, sobresaltándose con la cambiante iluminación proveniente de las alturas. De vez en cuando las caprichosas corrientes de aire los sorprendían y giraban sobre sí mismos como si esperasen un ataque por la retaguardia. Pero ni una sola queja salió de sus labios mientras afrontaban sus miedos y un destino incierto. 

    El danco les dedicó una mirada desdeñosa. Al contrario que Magón y Artagus, él no aspiraba a liderazgo alguno. Vivía al día, entregándose a los placeres de la carne: comida, bebida y mujeres por igual, siempre que se le presentaba la ocasión, como si fuera a morir al día siguiente. Precisamente era esa actitud de abandono y falta de ambición la que hacía posible que convivieran en una misma tripulación dos titanes como Druada y el emhaimita. Aunque eso no evitó que tuvieran sus roces, sobre todo al principio, cuando el forzudo arponero sometió al recién llegado a todo tipo de pruebas para determinar su valía y habilidades. Marduk estaba merecidamente orgulloso de los hombres bajo su mando, pues cada uno de ellos descollaba en el ámbito de su elección.

    Se aproximaban a una intersección mayor que todas las anteriores, en la cual se abrían sendos pasillos a derecha e izquierda, cuando el profundo y pausado lamento de las malhadadas caracolas llegó a sus oídos. Sin hesitación alguna buscaron cada uno el reparo del muro y sus columnas. En silencio, el capitán y sus guerreros intercambiaron miradas de entendimiento, fruto de los muchos combates librados. Con un gesto indicó a Khamil que esperase. Zejel y Druada ya sabían lo que se esperaba de ellos.

    La lúgubre tonada se acercaba. El sonido de pasos la acompañaba. Un chirrido irregular los seguía, parecido a ruido causado por el roce del metal contra la piedra. 

    Con la sudada espalda pegada al fresco muro, Zejel se desplazó sigiloso cual serpiente. Extremando el cuidado se asomó. Aquel tramo de la galería recibía la luz diagonalmente. Parpadeó un instante y entonces los vio, bañados por la brillante luz solar que atravesaba el irregular techo, al horripilante músico tentacular, engalanado como un sacerdote el día grande para su deidad, con obscena profusión de oro batido y piedras preciosas engastadas. Justo tras él lo seguían con la mirada vacía y perdida tres muchachos morenos que no llegaban a los quince años. Ellos, en crudo contraste con su captor, vestían sucios harapos desgarrados. A su alrededor correteaban, igual que si se tratase de cachorros, media docena de cangrejos del tamaño de la mano de un adulto. Eran sus conchas, todas diferentes, las que chirriaban rozando ocasionalmente contra las paredes. Cerraba la comitiva, a guisa de guardaespaldas, uno de los monstruosos mutantes, con su paso bamboleante y las enormes pinzas colgando casi a ras de suelo.



    Visto aquello, con premura retrocedió el escurridizo rasaoliano al amparo de las sombras. El intercambio de gestos sin palabras con el resto del grupo fue rápido y escueto. Un cabeza de calamar les indicó poniendo la mano en la boca con los dedos para abajo. Un cangrejo, imitando sus brazos colgando y sus andares. Y tres cautivos los indicó juntando las muñecas como si estuvieran esposadas. En la urgencia del momento, obvió a los pequeños crustáceos y corrió a ocupar su posición para el combate que se avecinaba.

    Confiando en sus habilidades y las de sus compañeros, el medio malvanés pasó el brazo izquierdo por las correas de su escudo azul ribeteado de plata y alojó su puño bajo el refuerzo central. Con la diestra desenfundó el afilado kopis de empuñadura con forma de pez espada. Miró a ambos lados y comprobó que sus guerreros hacían lo mismo. Tras ellos, Druada, Khamil y Zejel aprestaban sus armas, listos para flanquear sus posiciones tan pronto se trabasen en combate. 

    El untuoso sonido de la caracola estaba estaba sobre ellos, cuando Marduk dio la señal que todos esperaban.


    —¡Por Malvan y el Libro! —gritó irrumpiendo en el pasillo.


    Los soldados del Delfín secundaron su proclama mientras cargaban, escudo junto a escudo, contra sus sorprendidos adversarios. La siniestra letanía enmudeció. Druada aullaba como un lobo, en lo que dejaba a su capitán enfrentarse al sacerdote. Hombro por delante derribó a dos de los niños. Hechizados o no, tenía órdenes de no emplear daño letal contra ellos. Su objetivo era el corpulento hombre cangrejo. La plata estelar de su hoja refulgía saludando al viejo enemigo.

    Zejel en cambio se movía con cautela por el otro costado. Esperaba su momento. Una energía púrpura envolvía los tentáculos con los que la criatura repelía los golpes propinados por los soldados. Los pequeños cangrejos, que consideró inofensivos, estaban resultando una molestia para los guerreros a cuyas pantorrillas amenazaban. Un brillo perverso asomó a los ojos negros sin fondo del engalanado sacerdote cuando atrapó el brazo de uno de los valientes malvaneses y las ventosas de lamprea perforaron su carne. Inmediatamente, el cuerpo que parasitaba escupió babas con un siseo de contrariedad. El kopis de Marduk le había cercenado aquel apéndice, privándolo de su festín. 

    Con el brazo entumecido por el veneno, el soldado dejó caer su arma. Frustrado, dirigió su rabia contra los molestos cangrejos ermitaños que lo habían estorbado en la lucha. Con saña descargó el borde metálico de su escudo contra uno y lo aplastó sin misericordia.

    Casi en el mismo instante, los niños, que sin la guía de la música parecían incapaces de hacer nada, se llevaron las manos a la cabeza y gritaron de dolor.


Khamil paseando por el patio de columnas del templo de Thygra en su ciudad natal.


    A todo esto, Khamil se movía de un lado a otro sin encontrar su lugar. Peor aún, su determinación había sufrido un duro revés. Uno de los muchachos no era otro que el hijo mayor de Smenkhar. El pecho agitado la escocía por la desazón. El soldado herido retrocedió dejando un amplio hueco en el pasillo. Un par de cangrejos lo persiguieron chasqueando las pinzas. La sacerdotisa se mordió los labios hasta hacerse sangre y partió al primero a la mitad. Los niños cayeron de rodillas y gritaron de nuevo. Reprimiendo las lágrimas golpeó de lado al otro crustáceo, el cual reventó con un chasquido desagradable contra la pared. Los niños, sin separar las manos de la cabeza, adoptaron una posición fetal tumbados en el suelo. Ya no gritaban. Los restantes cangrejos retrocedieron a su lado, igual que mascotas que protegieran a sus amos.

    Centrada de nuevo en su labor Khamil elevó una ferviente plegaria a su divinidad. Una energía dorada y rojiza, cual oro bañado en sangre fluyó de ella, envolviendo acto seguido a sus compañeros. El horrendo parásito contestó expulsando una nube de gases nauseabundos. Otro soldado reaccionó una fracción de segundo tarde y retrocedió cegado. Ya eran varios los tentáculos amputados que se retorcían en el suelo enlosado. Un icor negruzco salpicaba a los contendientes de uno y otro bando. Pero ninguno cejaba en su empeño. Los tajos lanzados contra el portador se sentían como si impactasen en madera petrificada. Su carne endurecida no sangraba. En vez de ello, con cada nuevo golpe crujía y saltaban astillas igual que un leño reseco.

    El danco por su parte continuaba su duelo personal con el voluminoso mutante. Lo mismo reía, que aullaba, embriagado por la adrenalina, mientras descargaba una y otra vez su mandoble contra su oponente. Éste se mantenía a la defensiva, protegiendo el amplio torso y la pequeña cabeza con sus pinzas sobredimensionadas. La velocidad del humano superaba con mucho la suya. Druada era un guerrero nato que se había curtido desde joven en las guerras tribales de su gente. Y no sólo eso, también había combatido lo mismo con la disciplinada infantería acorazada celebtir que contra el salvaje abandono de las castas guorzs. Además, su prodigiosa arma refulgía y acumulaba energía eléctrica a cada momento. 

    El khopesh de la sacerdotisa trazó un arco de oro y sangre. Un surco de líquida negrura cruzó la bulbosa cabeza. Por respuesta obtuvo un haz de energía púrpura afilado cual cuchilla de carnicero. Ella se hizo a un lado y lo vio pasar ante sus ojos. Era el momento que Zejel estaba esperando. Haciendo gala de su reputación, había ganado la espalda del giboso sacerdote. Sendas dagas enterró en la carne gomosa del cefalópodo, que se removió como una araña herida al sentir el punzante dolor. Fue entonces Marduk quién aprovechó para enfilar la punta de su arma de abajo a arriba por la boca del desventurado portador hasta llegar al cerebro del parásito. 

    Aún no había tocado el suelo la enjoyada carcasa del sacerdote, cuando un trueno retumbó en la galería. Era la espada del danco, que tras cercenar con un vertiginoso molinete un brazo y una pierna a su rival, lo había derribado y partido al medio el esternón con un último golpe descendente en el que había puesto cada brizna de poder acumulado durante la lid. Aquello terminó por espantar a los pequeños cangrejos restantes, que se dispersaron, unos volviendo por donde habían venido y otro subiendo por el muro igual que una araña.


    —Adiós al sigilo —suspiró Zejel en lo que se afanaba por limpiar sus dagas.

    —Bueno, de eso ya hace rato —le palmeó el hombro con camaradería el hoplita que había salido incólume del combate.


        Los otros dos reposaban un momento sentados contra el muro. Si contaban con recibir asistencia por parte de la sacerdotisa bien pudieran sentirse decepcionados. En vez de atenderlos, Khamil se había arrodillado junto al sobrino de su amiga. Los tres muchachos estaban inconscientes. Uno de ellos sangraba profusamente por la nariz y las orejas. Boqueaba, su fatigosa respiración se apagaba. Al tiempo que su debilitado corazón dejaba de latir, los otros dos se removieron inquietos. Al fin abrieron los ojos y miraron desorientados a un lado y a otro.


   —¿Tía? —preguntó el uno sin comprender qué había pasado.

 —¿Tothmur? —lo abrazó ella— ¡Tothmur! ¡Cuánto me alegro de encontrarte!"



Miniatura de Mantic Games para su juego Deadzone


    Y esto es todo por ahora, para despedirme, en honor a Druada y sus gentes, os dejo con los Cruachan y su folk metal.


    Gracias por estar al otro lado.
    Nos leemos.

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