(Ital el JDRHM) Caminos Separados 1: Meldoried y Dalamar/Caethdal
Sand Dune by Mick Tursky |
Calor, inclemente, asesino, calor. Sólo quedaba él, avanzando sobre la ardiente arena. Los ojos entrecerrados, medio cegado por los implacables soles de la Balanza. La mente fija en una sola idea: moverse, andar, sobrevivir.
—Mientras me mueva seguiré vivo.
Primero un pie, luego otro. Sobreponiéndose al dolor del roce de los grilletes de sus muñecas, al agotamiento, al imposible calor.
—No me cogerán. No se han atrevido a seguirme aquí.
Una débil sonrisa de triunfo asoma a sus labios abrasados. La arena cede bajo sus pies. Otra duna. A medias a gatas, a medias andando, culmina la ascensión. Otro triunfo. Días atrás habría alzado los brazos y mostrado sus cadenas al furibundo ojo de Heimad. Ya no, pero en su fuero interior se regocija en su victoria, como un avaro que guarda una moneda más en su bolsa. Y continua su camino, arrastrando las cadenas por la arena, con su túnica de legionario reducida a andrajos y su calzado hecho de trapos.
—Mientras me mueva seguiré vivo.
……….
Ruido de gaviotas, olor de salitre, la brisa marina, amable y generosa, refresca el ambiente y vivifica los espíritus de la cosmopolita Rasaol. Puerto libre de Alrus. Baluarte de la Balanza. La ciudad de los mil minaretes. El fértil oasis del desierto, zoco de nómadas y caravaneros. El tesoro largamente codiciado por sus vecinos. La perla amurallada.
Desde la terraza de su mansión fortificada, Meldoried respira con ansia el aire del mar. Sus manos firmes y delicadas se aferran a la exquisita balaustrada de mármol de Arras. Su espeso cabello del color de la miel cae suelto, cubriendo el escote de su espalda, mientras su vestido color perla se ciñe con corte experto desde su cuello de cisne hasta su cintura, dejando libre su pierna izquierda por la abertura de su falda asimétrica. Púrpuras sandalias de caprichoso entrelazado y un cinturón a juego con sus ojos aportan un toque de color a su estilo, envidiado e imitado desde su llegada a la capital.
Se presentó como una refinada y rica orfebre. Exiliada de su patria como tantos otros de los suyos. La Joyera, le dicen. La Dama de los Diamantes, le llaman. Y así es en verdad, aunque pocos saben cuan en lo cierto están. Pues es la hermana del Rey Sin Reino de los Diantari.
Fue fruto de sus esfuerzos que las naciones del Libro se fijaran en Rasaol y persiguiendo las leyendas del Antiguo Reino dirigieran allí sus ejércitos.
—¡Todo iba tan bien, Áureo! —suspira apenada—. Todo Itnor Occidental se había volcado en la búsqueda la antigua Cantrei. Martogo, Enquiol, Omn, Arras, Radock, Pallanthia, Malvan… unidos de nuevo en un propósito común.
—Así fue —admite su interlocutor, cómodamente recostado en un diván lo bastante amplio para albergar a cuatro personas con holgura—. Pero has de admitir, que no fuiste del todo sincera con ellos.
—¿Tan malvada fui? —musita la bella diantari, al tiempo que agacha la cabeza y aparta un cremoso mechón color miel de sus ojos. En contra de su nombre y reputación, ninguna joya la adorna, ahora está con alguien de plena confianza, los artificios y oropeles de la corte y la diplomacia están fuera de lugar—. Les ofrecí un ideal, un objetivo compartido…
—Con la esperanza de dirigirlos a Anquei y recuperar tu hogar ancestral de las zarpas de los dragones blancos. —La interrumpe Áureo, al tiempo que se incorpora y se acerca a ella.
Aún en su forma humanoide, Áureo exuda poder. Ella ronda los dos metros y no le llega a los hombros. Allí donde ella es pálida esbeltez y agilidad, él es broncineo músculo y fuerza.
—Mi protector —con una sonrisa triste, apoya su espalda en el fornido pecho, cubierto con una túnica verde esmeralda, del draktar dorado y gira su cabeza para acomodarla en su hombro—. ¿Que vamos a hacer ahora? La cruzada perdió su impulso. El príncipe de Rasaol gobierna Suttim en contra de la voluntad de su padre. Bólmir y sus seguidores se revuelven inquietos…
—Y luego está el lokithari del desierto y sus delirios acerca de zigurats y hombres lagarto —la obliga a volver al asunto principal de su reunión, mientras con una delicadeza inusitada toma la delicada mano de ella en su enorme manaza y la conduce como si fuera una niña al diván.
—Delirios, ojalá fueran delirios. Ese hombre es uno de los legionarios de Adormar el Retornado. —suspira ella, en lo que toma asiento y vuelve a recostarse contra Aureo—. Son la élite del Rey de Osknum, si un hombre así dice que ha visto a las criaturas de la Tirana Azul desarrollar inteligencia… Ha sido una suerte que los nómadas que le encontraron se lo entregarán a los pallanthios de Harlan y no a Bólmir.
—Nuevos seres inteligentes. ¿Era eso lo que buscaba la Azul? ¿Por eso se desentendió de todo y dejó a sus caballeros de Thalis al frente de su imperio? —sonriente, con sus ambarinos ojos brillando de emoción exclamó el draktar de cabello plateado.
—Eres igual que un niño —contagiada por el entusiasmo de su amigo, protestó sonriendo Meldoried—. He vivido mucho, visto demasiados sueños marchitarse, necesito tu juventud a mi lado para no perderme en la melancolía. Si Dálamar/Caethdal siguiera con nosotros sería más fácil…
—Dalamar/Caethdal escogió su propio camino —serio de golpe, atajó Aureo esa línea de pensamiento—. Cuando quiera volver a nosotros, volverá. Es él quien mora en las sombras, buscando poder en ellas.
—No seas tan duro con mi hijo —susurra ella para apaciguarlo—. No deja de llevar en las venas también la sangre de su padre. Pero volverá a nosotros, a la luz —y cerrando los ojos añade con un suspiro—. Pero ahora préstame tu fuerza y permíteme descansar de los pesares del mundo.
—Sabes que siempre estaré a tu lado —y mientras ella asiente y reposa confiada junto a él, piensa —. Dálamar, Dálamar/Caethdal. ¿Sabes siquiera el dolor que la has causado?
……….
Las paredes rezuman humedad, pero lo que gotea, espeso, sobre un caldero, hiede a metal.
Unos candiles iluminan el centro de la estancia. En los márgenes de la luz, un roedor olisquea esperanzado, antes de escabullirse al oir como abren la pesada cerradura de la puerta del sótano.
Dos hombres cargan con un bulto voluminoso metido en un saco de esparto. Lo hacen con desgana, pero con seguridad, están habituados a estos encargos. Sin remilgos. Sin preguntas. Aquellos habitantes de Esgembrer que carecen de oficio, del paraguas de un gremio o de un patrón generoso, no pueden permitirse lujos tales como tener conciencia.
Un tercer hombre, que porta una lucerna de apestoso aceite de ballena, les va dando instrucciones.
—Muy bien caballeros. Muy bien. Todo un hallazgo el suyo. Un hallazgo les digo. Aquí, sobre la mesa, aquí. Cuidado con el instrumental. Cuidado les digo —y cogiendo con mano experta y pulso firme una hoja fina y afilada procede a cortar el saco.
Evitando mirar su contenido, los sucios hombrones retroceden asqueados. Ayer era un reputado zapatero de los barrios medios de la ciudad. Hoy es una masa viscosa de piel verduzca y lengua bífida.
—Fascinante caballeros. Fascinante digo. Mi patrón estará encantado —continúa con su soliloquio el frenético hombrecillo, mientras le práctica una incisión todo a lo largo del tórax—. Encantado les digo.
—Ya tiene ussia lo suyo —con un carraspeo toma la palabra el mayor de los dos, entrecano y sin casi dientes—. ¿Qué hay de lo nuestro?
—¿Qué? —molesto por la interrupción, levanta la cabeza de su macabro trofeo— ¡Ah, es verdad! Les acompaño a la salida y les pago. Es verdad, les digo…
Con evidente alivio, la pareja se hace a un lado y le permite subir primero. Más por precaución, que por deferencia. Y salen tras él.
Una vez abandonan el sótano, una sombra adquiere volumen, sustancia y movimiento. La luz de los candiles parpadea y un rostro lupino, enmarcado en unos cabellos negros como el azabache sale a la luz.
Dálamar/Caethdal , vestido a la moda local, con botas de media caña, calzas y jubón negro sobre camisa blanca, abullonada y arremangada, se acerca al espécimen descubierto por sus artes y capturado por sus agentes.
Pone exquisito cuidado en retirar el saco de esparto. En cierta medida, comparte el entusiasmo de su experto anatomista Fabián, pero no sus procedimientos.
—Entonces es cierto. Hombres serpiente escondidos entre los humanos. ¿Pero desde cuándo? ¿Y con qué intención? Y más importante aún ¿Que puedo sacar de ello?
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